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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El delfín

LA DERECHA inicia un nuevo ensayo. Fraga ha entronizado a un nuevo delfín, José María Aznar, al que ha llevado de la mano al cartel electoral con la idea de ir fogueándole para asumir la presidencia del partido en fechas próximas. Sería deseable, para el equilibrio democrático del país que este ensayo fuera el definitivo y que, a diferencia de lo ocurrido en junio con Marcelino Oreja, no se consideren las elecciones de octubre una especie de examen de selectividad del candidato. Es decir, que se apueste de una vez por un recambio en el liderazgo, manteniéndole el tiempo suficiente para formarse y rodearse de un equipo de su confianza, sin la agobiante presión de su patrocinador, por una parte, y de unas bases excesivamente impacientes, por otra.Esa mezcla de impaciencia de las bases y desconfianza cazurra del aparato del partido determinó el paso en falso de la precipitada exaltación del populista Hernández Mancha, en el que algunos creyeron ver la contraimagen andaluza del triunfador sevillano del PSOE. Se le prefirió a Herrero de Miñón porque lo que se buscaba era alguien eufórico; dicharachero, campeón. Duró poco porque, apenas iniciado su mandato, se lanzó a la piscina sin agua de la moción de censura, y ya no se recuperó. Para sustituirle se obedeció a otra corazonada: lo que conviene es un vasco serio, familiar, con experiencia y que no provoque demasiado rechazo entre eventuales socios: Marcelino Oreja. Para dar a la operación aires de novedad se recurrió a la refundación, que exigió cambiar el nombre del partido y asociarse al grupo democristiano del Parlamento Europeo. Oreja no provocó rechazos espectaculares, pero tampoco desmedidos entusiasmos. Se le devolvió al banquillo.

Descubrir un mirlo blanco a estas alturas del encuentro no es tarea fácil. José María Aznar no lo es, pero tampoco puede ser descalificado de entrada, como ha pretendido Guerra. Aznar cuenta con apoyos sólidos entre los cuadros del partido -aunque quizá no tanto entre los votantes potenciales de la derecha-, ha adquirido experiencia de gobierno en el Ejecutivo regional de Castilla y León -aunque su labor haya quedado, en gran parte de sus resultados, inédita-, es joven y hasta el presente ha dado más pruebas de sensatez que de imprudencia. Su fracasado intento de anudar un pacto autonómico antisocialista fue un patinazo del que supo salir sin gran barullo. Tal vez no sea un candidato arrollador, pero ésa puede ser su mayor ventaja: nadie pretenderá que gane a la primera. Incluso es posible que no alcance el techo del 26% tocado por Fraga en las legislativas de 1986, pero ello no debería ser un argumento para nuevos replanteamientos. Los dirigentes del Partido Popular (PP) deben ser conscientes de que no se trata sólo, o todavía, de ganar las elecciones -aunque es lógico que no lo digan así de explícito-, sino de conquistar la oposición: el derecho a ser considerados eje de cualquier eventual alternativa futura.

El hecho de que una de las primeras decisiones de Aznar haya sido acreditar la idea de una tarjeta conjunta con Miguel Herrero indica inteligencia. Herrero es, en efecto, el dirigente más dotado intelectualmente con que cuenta la derecha para intentar construir una alternativa creíble desde la oposición. Pero este número dos vocacional hubiera sido un mal candidato: no cuenta con demasiadas simpatías entre las bases del partido, carece de experiencia en la gestión de gobierno y no puede considerársele un genio de la plaza pública. Su asociación con Aznar, sin embargo, puede convertir a éste en, el príncipe de aquél. Si es que el patrón de ambos renuncia a seguir tutelándoles desde Finisterre. Porque la incógnita sigue siendo, como ha dicho con ingenio un ilustre académico, si Fraga ha designado a su sucesor o a su futuro antecesor.

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