El futuro incierto
Los jóvenes polacos fantasean con el viejo sueño nacional de viajar al exterior, ganar dinero y regresar
A los adolescentes polacos no les vuelve locos la idea de estudiar una carrera convencional que les obligaría a quedarse en el país y fantasean con la posibilidad de meterse en algo que les permita viajar, marcharse, realizar el viejo sueño nacional de ganar dinero -dólares- en el extranjero y volver para vivir como pachás de vía estrecha al cambio en moneda nacional. Un cambio que se sitúa en 8.500 zlotys por dólar, aunque ésta no resulta una cifra fiable en los actuales momentos de inflación. "No me importaría ser bióloga", dice Czenia, de 17 años, "pero tal como están las cosas preferiría una profesión interesante. Periodista o así".
Estudiar no es fácil en Polonia. Aunque sí se recibe adiestramiento. Los institutos en donde se cuecen los programas de estudios están organizados por científicos que no tienen contacto con las aulas. Cada instituto arrima el ascua a su sardina y potencia su materia preferida. El resultado es una acumulación de asignaturas que agobia a los alumnos. Las escuelas se han vuelto insuficientes para un país que en lo demográfico hace caso de Juan Pablo II, un país cuajado de parroquias -el mejor negocio sigue siendo la construcción de iglesias: un millar en los últimos dos años- en donde los sacerdotes reciben a los fieles "saludando también a los niños que están en los vientres de su madre". Tan insuficientes resultan las aulas, que reciben hasta tres turnos de alumnos desde las siete de la mañana hasta las ocho de la tarde.De semejante carencia se aprovecharán en breve los centros privados y, dentro de éstos, los promovidos por órdenes religiosas. Serán colegios para una elite, pero no se tratará de una innovación. Durante todos estos años han funcionado internados de monjas y sacerdotes a los que la inteligencia enviaba a sus cachorros, igual que en España se les mandaba al Liceo Francés.
Y los estudiantes padecen unos programas exhaustivos que se inculcan no para ser asimilados, sino para acumular conocimientos en plan enciclopédico. "No dejan huella", dice Felicia, jubilada y pensionista -tiene el mal ole garganta típico de los maestros-, que: ha pasado 37 años de su vida en la enseñanza y quie aún hoy debe trabajar en cursos especiales para profesores, porque con el retiro no le basta para vivir.
Felicia recuerda con nostalgia la forma en que ella misma aprendió: "Todo era más humano". Tiempos en que los niños aprendían música, y eso quería decir que sabían cantary tocar algún instrumento. Hoy, a los ocho años, se saben la partitura de La ópera de tres centavos, de Kurt Weill, pero no distinguen un violín de un laúd.
Presión ideológica
"La presión ideológica ha sido fuerte durante estos años", asegura Andrezj Witscz, otro maestro, "pero aún era más fuerte la tergiversación histórica. Hasta el pujito de que, cuando a principios de los ochenta, después de los pactos con Solidaridad, se abrió la mano, los profesores que habíamos estudiado en las facultades de Historia tuvimos que seguir cursillos acelerados para enterarnos por primera vez de lo que había ocurrido realmente en nuestro país. La otra invasión, la de la Unión Soviética, no se había podido tocar nunca. Unos cuantos nos arriesgábamos a comentarla con contados alumnos en nuestras casas, casi clandestinamente".
Solidaridad se apresuró a edítar manuales sobre el agujero de la memoria que durante décadas les había sido escamoteado. Se dieron conferencias. Y se anunció oficialmente que ya no hacía falta aceptar ciegamente todo lo que se enseñaba. "A partir de ahora se podrán interpretar libremente los hechos".
Algunas carreras son inaccesibles. Por ejemplo, la de piloto civil, una profesión de gran prestigio y tradición en Polonia. "El año pasado se presentaron 526 aspirantes para sólo 24 plazas", dice Tomec, de 18 años, desesperanzado. "Lo que más me gustaría es tripular un planeador, pero tal como están las cosas tendré que matricularme en una escuela politécnica y aprender mecánica. No sé, algún oficio". La mayoría de los muchachos quiere estudiar empresariales: la fiebre del capitalismo, del dinero fácil. Electrónica, informática y filología moderna también están en boga. "Nadie quiere ser fisico o matemático. ¿Para qué?"
"Yo todavía no sé por qué decidirme", cuenta Dominica, de 15 años, hermana de Czenia, "aunque sí tengo claro que quiero quedarme aquí, ayudar a reconstruir este país". Dominica ha recibido la misma educación que Czenia, el ateísmo ilustrado de una familia de altos funcionarios, pero mientras su hermana se decanta por la libertad del individuo frente a las injerencias de la Iglesia, está por las relaciones prematrimoniales -"¿Qué derecho tienenadie a quitarte lo que te hace feliz?"- y quiere ser lo bastante fuerte como para no enamorarse y permanecer libre el mayor tiempo posible, Dominica anda metida en un catolicismo suavizado. "Somos muchos, ahora, los jóvenes que nos preguntamos en qué se basa nuestra fe. No queremos creer porque sí". Aunque ella no lo sabe, está más cerca de las inquietudes de Juan XXIII que de Juan Pablo II. No sólo lo ignora: puede que si se le hiciera notar se indignaría.
Las dos coinciden en una cosa. Son apolíticas, como muchos jóvenes de la Polonia de hoy. Aspiran a vivir bien, y se encogen de hombros cuando se habla de Solidaridad. "Lo que me inolesta", dice Czenia, "es que hay mucha gente que cree en Solidaridad a ciegas".
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