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Tribuna
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El jansenismo de la información

Lluís Bassets

No es bueno hablar de los periodistas. Para comentar sus actos o la calidad de sus personas, nada mejor que el silencio, el silencio de la lectura solitaria del periódico, uno de los actos libres y responsables donde los haya. Hay momentos, sin embargo, en que hace falta romper esta regla de pudor y de muda cortesía. Pocos. Por ejemplo, la desaparición, a los 87 años, de Hubert Beuve-Méry, fundador y director durante 25 años de Le Monde, el fenómeno periodístico más importante de la posguerra europea y el modelo de periodismo que mayor influencia ha ejercido en la España del tardofranquismo y de la transición. Un modelo que se caracteriza, entre otras cosas, por la huida sistemática de todo protagonismo de los periodistas, por la austeridad y el rigor, por el amor a la verdad y por la independencia de espíritu requerida a los profesionales.Hay que incurrir, pues, en contradicción o en excepción. Olvidar la regla de silencio para hablar, precisamente, de este hombre que tanto contribuyó a este especie de periodismo trapense, seguramente el único decente que cabe concebir hoy en día. Y hay que hacerlo, en primer lugar, por reconocimiento de la deuda de los periodistas, y muy en especial de los periodistas españoles, hacia el periódico francés y hacia su fundador. Y en segundo lugar, por estricta labor de clarificación en momento de notable confusionismo. A saber, para evitar que bajo el rótulo o denominación común de periodismo y de periodistas puedan mezclarse gentes y modos de hacer que nada tienen que ver entre sí, siempre en detrimento de unos y de otros. Porque, vamos a ver, ¿qué diablos tiene que ver el profesional estudioso y concienzudo, arriesgado y valiente cuando la actualidad lo requiere, prudente y ponderado siempre, buen lector de prensa española y extranjera, capaz de recoger los datos de una información en Sevilla o en Suráfrica y capaz también de contarla en forma tan rigurosa como sencilla, con el fotógrafo que persigue divorciadas en paños menores por Marbella, con el reportero que cuenta chismes y rumores o con el columnista que hilvana, sin gracia y con mal vinagre, cuatro tópicos manidos con cuatro conjeturas políticas aproximativas, todo al hilo y con la corona de su yo sublime?

El repaso sucinto de algunos elementos de la trayectoria y de las ideas de Beuve-Méry permite ilustrar lo bien fundado de la distinción entre modos de hacer periodismo. En su primera etapa profesional, en los turbulentos años que precedieron a la guerra mundial, pudo experimentar el poder de la corrupción y de los compromisos y la fuerza de las influencias gubernamentales sobre los periódicos. De ello resultó una trayectoria de dimisiones como colaborador y como corresponsal por desacuerdo con la línea de los respectivos periódicos. La más sonada se produjo en 1938, cuando su periódico, Le Temps, jaleó el pacto de Múnich que permitió a Hitler la anexión de media Checoslovaquia. Beuve se hallaba entonces en Praga como corresponsal del periódico y supo medir, en un acto de profundo compromiso político y a la vez de independencia ideológica y moral, la trascendencia de la traición.

Nada que ver su actitud con la de un militante, y menos con la de un militante de izquierdas, a pesar de la pasión de su compromiso político. Estando entre los antimuniqueses -es decir, entre quienes no aceptaban el chantaje permanente del nazismo-, Beuve-Méry no entró en abierto conflicto con el régimen colaboracionista de Vichy hasta 1942. Católico y liberal, también profundamente tradicionalista, Beuve-Méry participó hasta esta fecha como director de estudios en la escuela de cuadros de Uriage, organizada por monárquicos y por personalistas seguidores de Eminanuel Mounier. "Había entre nosotros una singular mezcla de caballería y de revolución", ha contado Jean-Marie Domenach sobre el espíritu de aquellos jóvenes. La escuela, a fuerza de la presión nazi, fue clausurada y se pasó entera a la resistencia, en la segunda etapa decisiva de la vida de Betive.

De ambas experiencias se nutre la fundación, a instancias del propio De Gaulle, de Le Monde, diario creado en 1945 sobre las cenizas de Le Temps -ejemplo a seguir en su infor mación diplomática e interna cional y ejemplo a evitar en su falta de independencia y seguí dismo del Gobierno de turno. "Creado por iniciativa del po der político, se convertirá pron to en símbolo de la independen cia y del espíritu crítico, una es pecie de contrapoder", escribía anteayer Jean Plancháis en las páginas del mismo periódico. Betive, que aceptó el encargo no sin reticencias ni pesimismo, se consideraba el "gestor libre de un servicio público" -así con sideraba a los medios de comu nicación-, pero descartó inme diatamente toda posibilidad de subvención, crédito o depen dencia económica, y llegó a imaginar, incluso, un imposible periódico puro, sin publicidad. El acto libre y responsable de los lectores al comprar el diario es, en su concepción, la base y la garantía de la independencia de los periodistas.

Según el politicólogo Jacques Julliard, el periodista entró en estos años a formar parte de una tríada dorada que presidió la IV República hasta bien entrada la V, con De Gaulle y Pierre Mendè-France, que fueron así encarnaciones y personificaciones morales de la Historia, la Política y la Prensa, tres personajes trágicos con papeles no siempre acordes y armónicos. Momentos culminantes de la tragedia fueron las denuncias, en primera página de Le Monde, de las torturas perpetradas por el ejército francés en Argelia, su apoyo a De Gaulle en los albores de la V República o el implacable marcaje a que sometió al general en sus últimos años de soledad presidencial, desde la pequeña columna en primera página del periódico, donde firmaba con el nombre de Sirius, la estrella más brillante del firmamento y seudónimo que evocaba su afición al montañismo.

De Sirius y de 1968 fueron unas frases sobre De Gaulle destinadas a producir un terremoto en España. "El hombre anciano de 77 años no puede cambiar. Continua gritando 'yo o el caos'. Si fuera el caos, Francia a pesar de todo no desaparecería. Pronto o tarde, la nueva sangre de la que habla el General vendrá a irrigarla. Sólo correrá el riesgo de pagar cara la obstinación de un hombre incapaz de retirarse a tiempo". La trasposición de la expresión'retirarse a tiempo' en las páginas del diario Madrid provocó su cierre y su desaparición en castigo a la osadía de sugerir la jubilación de otro general, Franco, que en este caso no había pasado precisamente por las urnas. Sirius fue, por lo demás, un concienzudo antifranquista, cuyo periódico nutrió de información y de ideas a los demócratas españoles y cuyo corresponsal, José Antonio Novais, prestó, sólo con información y osadía, servicios impagables a la oposición y a la causa democrática, y a los lectores, naturalmente.

Buena parte de los proyectos; y de las mismas realidades del periodismo español de aquellos; años y de los posteriores se alimentaron directamente de: aquel "jansenismo de la información" -en definición brillante del cronista judicial ahorajubilado Jean-Marc Theolleyre- fundado y alimentado por Betive, un jansenismo que se caracteriza por la desconfianza hacia el dinero y su poder corruptor, y por la fe en la información, entendida como servicio al público, como garantía de transparencia democrática y como vacuna contra las manipulaciones; de los distintos poderes. Incluso un cierto y quizás un tanto iluso compromiso político de gran número de periodistas demócratas de la transición quería inspirarse en la ruptura política que vio nacer al diario Le Monde, al terminar la guerra mundial. Ideas como la de las sociedades de redactores, el estatuto de la redacción, la claúsula de conciencia o el secreto profesional, y buen número de los mismos periódicos nuevos que nacieron con la democracia no se explicarían sin una filiación en Le Monde de Beuve-Méry.

Predicando con el ejemplo, Sirius se retiró en 1969, aunque no dejó nunca de trabajar para su periódico, incluso en los momentos de mayores y más revolucionarios cambios, como las modificaciones en la estructura de la propiedad, la incorporación de los nuevos sistemas de gestión empresarial, la introducción de la fotografia y de la caricatura o la preparación del próximo e inminente cambio de sede, maquinaria y edificio. Su muerte, en plena efervescencia renovadora del periódico que fundó, es un poco la desaparición de un santo patrón del oficio y permite que lectores y periodistas se reconozcan en aquel periodismo, hoy tan necesario como siempre, que Hubert Beuve-Méry honró con su vida con su trabajo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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