Sea paciente, marque usted de nuevo
EL ACTUAL equipo directivo de la Compañía Telefónica no ha tenido más remedio que reconocer, a los seis meses de haberse hecho cargo de la desastrosa herencia dejada por el anterior director general, Luis Solana, que la solución del grave deterioro que sufre el sistema español de comunicaciones -pésimo servicio técnico e incapacidad de satisfacer la demanda ciudadana de líneas telefónicas- no es una tarea de hoy para mañana, sino de años. Al menos el tono y el talante reinantes en la cúspide del monopolio telefónico parecen haber cambiado: al triunfalismo retórico de los años pasados ha sucedido el realismo humilde y el mensaje prudente. Algo es algo, aunque bien es verdad que los datos y la cifras no permiten nuevas frivolidades, salvo que se insistiese en la suprema irresponsabilidad de maquillar una realidad que siguen padeciendo sin remedio los millones de usuarios del servicio telefónico.A los nueve meses de anunciarse a bombo y platillo el Plan Especial de Actuaciones, presentado en un momento de fuerte tensión en la opinión pública como el remedio eficaz a las deficiencias del servicio, los actuales responsables de Telefónica han debido admitir públicamente que muy poco de lo dicho y prometido se ha cumplido. Es más, la situación ha ido a peor. La lista de espera telefónica -623.816 personas a finales del primer semestre de este año- ha superado en un 30% las previsiones señaladas en el famoso plan, y ello a pesar de que la demanda ha descendido ligeramente en relacion con la prevista. Como corolario de este incumplimiento, que ha engordado todavía más la lista de espera existente a finales del año pasado, Telefónica no ha tenido más remedio que curarse en salud corrigiendo al alza la prevista al término de este año: serán medio millón de españoles, es decir, cien mil más de lo que se esperaba, quienes en esa fecha estén a la expectativa de que se les instale la línea telefónica solicitada al menos con siete meses de antelación.
Con las nuevas previsiones, los usuarios actuales y futuros saben al menos a qué atenerse. Porque tampoco la efectividad y calidad del servicio ha mejorado en relación con la calamitosa situación a que se llegó hace un año. Sólo hay que coger el teléfono para constatar que muchas veces es vano el intento de comunicar con el número deseado, que otras tantas la llamada salta a un número que no se desea, que los ruidos y las interrupciones siguen convirtiendo en un calvario la comunicación telefónica, y que en este sector, vital para el desarrollo social y económico, se sigue bordeando los niveles del subdesarrollo.
A falta de una elemental exigencia de responsabilidades a quienes con su equivocada política financiera han colocado al país al borde del caos telefónico, al ciudadano español -situado, además, en la disyuntiva de tomar o dejar un servicio que se le ofrece en régimen de monopolio- no le resta otra opción que desear que la paciencia que humildemente se le pide no concluya con un nuevo fracaso. Los usuarios del servicio telefónico y quienes pugnan por acceder a él darían por bien empleados sus particulares via crucis al pie del teléfono si la actual política de Telefónica -no sólo distinta sino contraria a la que hasta hace poco ha sido vendida como la más brillante de las posibles- acierta de una vez y termina con la imagen de un servicio público que invalida cualquier discurso complaciente sobre modernización y futuro.
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