Semiótica
El teléfono casi ha acabado con la comunicación epistolar; ahora está a punto de acabar con la comunicación telefónica. Puede que se trate de una estrategia indirecta de preparación del 92. Cuando llegue el gran día y el cable de fibra, óptico o como sea esté totalmente instalado, los súbditos españoles habremos perdido la costumbre de llamarnos, por teléfono, con lo que el servicio para los visitantes será impecable.Quien más quien menos está pensando en volver a escribir cartas, usar mensajeros, instalar un palomar en la azotea de su casa, o, para comunicaciones internas, seguir un curso de voz de Esperanza Abad.
No todos los efectos de¡ caos telefónico son, pues, negativos. Además, se estrechan los lazos entre las nacionalidades y regiones; el otro día tuve ocasión de saludar a una anciana de La Coruña cuando intentaba comunicar con un hotel de Gandía.
El problema principal es que el mensaje queda condicionado por una radical ambigüedad; debo, por ejemplo, jurarle desde aquí a Juan Cueto que hace unos días no le colgué el teléfono, sino que se cortó y no hubo manera de volver a comunicar con Madrid.
No seré yo quien pida a Telefónica buen servicio, sino sólo algunas aclaraciones. Ayer volví a oír campanitas a través de mi aparato, como cuando había un señor de gris con la oreja puesta. ¿Se trata otra vez de que el Estado desconfia de mí o ahora son apolíticas las campanitas? ¿Cómo debo interpretar algunos sonidos atípicos, por ejemplo, el sonido de fondo en chumba-chumba, vagamente salsero, o el croc-croc un tanto ominoso, como de mecedora moviéndose sola en el desván en una película de terror? Telefónica podría ampliar su código de señales: mec-mec-mec podría significar "márchese a tomarse una caña, que esto va para largo"; tururú-tururú, "dígalo por boomerang". Que progrese al menos la semiótica.
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