Directo
Dispongo de una cama de proporciones considerables, mas no lo bastante para lo que me está ocurriendo últimamente. Cierto es también que nunca imaginé que llegaría a su cederme lo que me está aconteciendo. De lo contrario habría encargado un somier reforzado y un colchón a juego, de medidas al menos tan espectaculares como el perímetro torácico de doña Jimena en El Cid, the movie, que tendrán ustedes ocasión de comprobar de forma inminente y gratuita en sus pequeñas pantallas. Paro, que me lío.A donde iba. Hace unos días que la radio-despertador, a las ocho en punto, me pone las sábanas de punta. Diversas voces estupendas de magníficos profesionales, cuyos nombres lamento no recordar ahora, introducen en mi lecho, vía Radio Nacional de España, a una serie de toros, morlacos, cabestros, mansos y otros astados que se dan de morros en la cuesta de Santo Domingo, aplastan mozos en las esquinas, empitonan muslos, se rompen las patas entre los adoquines de la calle de la Estafeta e, indefectiblemente, acaban impregnando de sangre y arena mi regazo, convertido en improvisada plaza de toros.
Yo creía que lo había probado todo en materia de excitación matutina -que en las pobres chicas que no tenemos erección y ya casi ni elección se traduce en un leve desasosiego- hasta que puse unos sanfermines en mi vida y me estoy quedando como una rosa.
De una cosa me he dado cuenta, y es que la imagen está desgastada de pura repetición. Ya no conmueve. Una crónica radiofónica en directo del encierro te eriza la piel más que la filmación dura, bronca y cruda de la machada. Y como de lo que se trata es de experimentar emociones fuertes a modo de vacuna contra el sopor que produce la inevitable voz de Solchaga, propongo que se radien también en directo las guerras, las matanzas y los fusilamientos. A ver si de una vez nos sacudimos el muermo.
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