¿Qué derecha? ¿Qué centro?
Las discusiones en curso sobre el lugar que van a ocupar en el Parlamento Europeo los diversos partidos y coaliciones que obtuvieron escaños en las pasadas elecciones del 15 de junio son de hecho la continuación de la contienda electoral, porque lo que estaba en juego era qué mayorías y minorías se formarían en el Parlamento Europeo y, por consiguiente, qué iba a representar el voto emitido en nuestro país. Han pasado unas semanas, y lo más seguro es que el elector tenga en la cabeza un lío mayor que el que pudiese tener antes del 15 de junio.A este respecto parece evidente que el único voto claro ha sido el voto socialista. El votante que aquí votó socialista sabe ya sin lugar a dudas que su voto será socialista en Estrasburgo y Bruselas, porque los diputados socialistas elegidos en España se han integrado sin problemas en el grupo socialista del Parlamento Europeo.
A partir de aquí empiezan las incógnitas. La primera y más espectacular es la del Partido Popular (PP). La dirección del mismo ha decidido integrarse en el grupo de la democracia cristiana europea, pero son varios los exponentes del partido que se niegan a convertirse en democristianos, por el sencillo hecho de que el PP no lo es y bien recientes son las querellas y rupturas entre Alianza Popular y su exigua minoría democristiana. Pero es que además el PP no forma parte de la Internacional Democristiana, y los grupos políticos de nuestro país que sí forman parte de ella -Unió Democrática de Catalunya y el Partido Nacionalista Vasco (PNV)- no quieren de ninguna manera que el PP se integre en el mismo grupo que ellos, y el PNV ha anunciado incluso que él se va por esta causa. Parece evidente que los electores españoles que eligieron un diputado europeo de Unió Democrática de Catalunya y otro del PNV no deseaban votar al partido de Fraga, y viceversa. Y sin embargo, éste va a ser el resultado: los electores de Unió Democrática habrán votado lo mismo que los del partido de Fraga Iribarne. Los que votaron al PNV como partido democristiano obtendrán como resultado que su diputado desaparezca del grupo de la democracia cristiana.
Tres cuartos de lo mismo ocurre con el Centro Democrático y Social (CDS). En la anterior legislatura, sus diputados europeos estuvieron en el grupo de los no inscritos, pero todo indica que sus diputadas europeos se adscribirán ahora plenamente al grupo de los liberales en el Parlamento Europeo. Ocurre, sin embargo, que los integrantes del Partido Liberal en España se incorporaron recientemente al PP. Y por otro lado, el diputado europeo obtenido por Convergència Democrática de Catalunya, partido de clara adscripción nacionalista, se integra a su vez en el grupo liberal europeo. Con lo cual resulta que los electores españoles que votaron liberal eligieron diputados que irán al grupo democristiano, y los que votaron a Convergència i Unió (CiU) como coalición nacionalista eligieron a un diputado que irá al grupo democristiano y a otro que irá al grupo liberal, donde coincidirá con los diputados del CDS. En resumen: que los votantes del CDS votaron lo mismo que una parte de los votantes de Convergència i Unió, y viceversa, y que los que votaron a los liberales no conseguirán enviar ni un diputado al grupo liberal europeo.
El caso de Izquierda Unida (IU) también es complicado, aunque por otras razones. El problema en este caso es la casi segura división del grupo comunista en este Parlamento por el deseo expreso de los comunistas italianos, los más numerosos, de formar un grupo de izquierda europea que ni se llamará comunista ni contará con los comunistas de otros países. Los comunistas españoles están, pues, a la expectativa de lo que vayan a decidir los comunistas italianos, y puede ocurrir incluso que si éstos desean incluir en su grupo a exponentes de la izquierda no comunista surjan incompatibilidades entre alguno de éstos y los diputados de IU.
En cuanto a los demás diputados europeos, cada caso será un caso, pero es seguro que acabarán adscribiéndose uno por uno a grupos como el del Arco Iris -aunque es posible que los nacionalistas encuentren dificultades para ser aceptados por los ecologistas- o el de los no inscritos, donde algunos acabarán encontrando la compañía no deseada de Ruiz-Mateos y su yerno.
Ésta es la situación. No pretendo meter a todos los partidos y grupos en el mismo saco, porque es evidente que las dificultades de adscripción europea no se deben exactamente a las mismas razones. Pero estas dificultades son un dato fundamental de la política española. Estamos integrados en la Comunidad Económica Europea, hemos celebrado ya dos elecciones al Parlamento Europeo, avanzamos rápidamente hacia una unión europea que modificará datos y realidades muy sustanciales de la vida política, económica y social de nuestro país. Y en este proceso, lo que se constata hoy por hoy es que, con la excepción del partido socialista, las demás opciones políticas tienen graves problemas para homologarse con las fuerzas que van a configurar el futuro de Europa, y por tanto el nuestro.
Creo que esto es especialmente grave en el caso de la derecha. La propia campaña electoral ya demostró que esta derecha -o si se quiere este centro-derecha- había perdido los papeles y apenas hablaba de lo que tenía que hablar. Entró de lleno en la peligrosa escalada de la descalificación, no ya de los adversarios políticos, sino de la política en general, y generó un clima tal de desconfianza hacia la democracia y hacia los políticos que la respuesta sólo podía ser la que fue: crecimiento de la abstención o desplazamiento de votos hacia un candidato como Ruiz-Mateos, que encarnaba la negación más radical de las reglas del juego democrático. Personalmente no creo que Ruiz-Mateos y sus parientes vayan a representar nada en la vida política española, y lo más seguro es que se pierdan en el océano de un Parlamento Europeo que estará muy poco dispuesto a aceptar los gestos esperpénticos que han constituido y constituyen todo su bagaje político. Pero los votos que ahora han ido a Ruiz-Mateos sí que nos deben preocupar, porque son los votos de los que están pasando de la hostilidad contra el Gobierno socialista a la hostilidad contra el sistema democrático. Son los que creen que ni el PP ni el CDS ni CiU les van a sacar de los posibles 25 años de Gobierno socialista y que están dispuestos a apoyar a un líder que les abra la posibilidad de terminar con esto mucho antes y por los medios que sean. El voto. a Ruiz-Mateos es el voto testimonial de esta derecha antidemocrática, porque Ruiz-Mateos no es nada ni les va a solventar el problema. Pero ese voto demuestra que esta derecha está ahí, a la espera de algo que ya no es ni el PP ni el CDS ni CiU, ni ninguna fuerza situada dentro del sistema democrático.
Es evidente que este centro y esta derecha están pagando las consecuencias de su incapacidad para gobernar en democracia. La derecha de este país no está ni mentalizada ni organizada para gobernar en democracia porque nunca lo ha hecho. Y cuando tuvo una oportunidad como la de 1977 y 1979 con la UCD, ni la derecha social supo entender lo que estaba en juego ni la propia UCD fue capaz de ir muy lejos. En realidad, la UCD sólo consiguió gobernar entre 1977 y 1979, cuando contó con el consenso de toda la oposición para definir el marco constitucional -Constitución y estatutos de autonomía- y obtener el cheque en blanco de los Pactos de la Moncloa para hacer frente a la crisis económica. Pero cuando quiso gobernar sin el consenso para aplicar y desarrollar este marco y emprender las necesarias reformas, la UCD se hundió.
Pero una cosa es constatar esta realidad y otra darse por satisfecho con ella. La derecha política paga las consecuencias de su trayectoria histórica, pero lo malo es que corremos el riesgo de que nos las haga pagar a todos. Un sistema democrático no puede funcionar sin alternativas creíbles. Y cuando este sistema marcha aceleradamente hacia su integración en la nueva Europa unida, no puede funcionar si todas las fuerzas políticas significativas no son capaces de homologarse claramente con las que van a decidir el futuro de esta nueva Europa.
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