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Tribuna
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Él

Rosa Montero

Cuentan que, en Bruselas, los eurócratas están todavía sorbiendo cordiales para reponerse del soponcio rumasino. Se tientan los mofletes, temerosos de ver caer sobre ellos una buena tanda de sopapos. Porque, como de todos es sabido, el programa político del señor Ruiz-Mateos consiste en una honda y filosófica reivindicación del guantazo y las tartas de nata. Los confiteros están contentísimos. Será cosa de ver a Ruiz-Mateos en Estrasburgo, disfrazado de pastorcilla de Fátima, ametrallando a los parlamentarios con bartolillos de crema y transmitiéndoles los inapelables consejos que le da la Virgen, con la que mantiene línea directa. De las muchas Españas que coexisten en este momento, vamos a pasar a la historia comunitaria con la grotesca y residual de Valle-Inclán. Se van a enterar los europeos.Los expertos, mientras tanto, intentan desentrañar el porqué de ese éxito sorprendente. Desde luego le ha votado la extrema derecha, explícan, y también algunos que otrora apostaron por Herri Batasuna. Si es así, no parece tan malo. Porque, a fin de cuentas, es mejor cambiar los tanques de Tejero y las bombas de Hipercor por el lanzamiento de merengues. Pero en el voto aljerezano hay más. Está el resquemor por la presión de Hacienda. Y cierto regodeo, elemental y primitivo, ante el hombre capaz de sobarle los morros a un poder prepotente. Está, en fin, una peligrosa desconfianza en los partidos políticos y su regresiva sustitución por algo tan viejo como el mundo: la familia. Porque la opción Ruiz-Mateos es un partido-familia, unido por el rosario y los tartazos, del que no cabe sospechar compras de votos ni mentiras electoralistas: sin duda todos ellos creen en su propia locura a pies juntillas. Ruiz-Mateos ha puesto en evidencia inquietudes sociales que urge analizar y solventar. Aparte del papelón que vamos a hacer en Estrasburgo, el asunto quizá resulte a la larga provechoso.

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