El veredicto
LOS RESULTADOS de las elecciones de ayer -no oficiales a cuenta de una normativa tan formalista como inútil- configuran un panorama político cuyos rasgos más significativos son la incapacidad del centro-derecha para articular una alternativa que haga sombra al partido del Gobierno y la tendencia a la fragmentación del sistema de partidos, con la entrada en liza -favorecida por el aumento de la abstención- de varias formaciones minoritarias, entre las que adquiere un esperpéntico relieve la encabezada por Ruiz Mateos.Siendo notable la resistencia del PSOE a la pérdida de escaños, lo más significativo es el retroceso del Partido Popular y del centrismo suarista. Con razón podrá decir Fraga que lo ha intentado todo, y que nada ha resultado según sus esperanzas: el cambio de imagen ensayado con Hernández Mancha condujo a la derecha a la desmoralización más absoluta, y al borde de la desaparición a la antigua AP. Pero tampoco la refundación intentada luego con el improvisado bautismo democristiano ha servido para ampliar el techo electoral. Y las iniciativas de última hora para acreditar en algunos ayuntamientos la posibilidad de ir construyendo con Suárez una alternativa de centro-derecha parece haber entusiasmado más a sus promotores que a los electores. Se decía que esa iniciativa beneficiaría proporcionalmente más a Fraga que a Suárez, pero son ambos partidos los que han sido desautorizados por el electorado, lo que abre ciertas incógnitas sobre las inminentes mocionesde censura.
Seguramente las razones del estancamiento del centro-derecha son complejas. La apuesta por un cartel con dos cabezas -Fraga y Oreja- indicaba las dudas de la dirección del PP sobre el camino a seguir. A la luz de los resultados, no puede decirse que Oreja haya pasado el examen para convertirse en candidato para las legislativas, pero tampoco puede afirmarse que él sea el principal responsable del suspenso. Se ha vuelto a demostrar que para construir mayorías alternativas no basta con saber sumar y que, contra lo que piensan algunos doctrinarios voluntaristas, no todo lo que queda a la derecha del PSOE es articulable en una alternativa coherente y capaz de suscitar la identificación de los ciudadanos. El retroceso del CDS es seguramente el reflejo de la desorientación de un electorado sometido a estímulos tan contradictorios que ya no sabe a qué carta quedarse.
La correspondencia que puede establecerse entre el descenso del PP y el éxito de la ultramontana candidatura de Ruiz-Mateos dará también motivo de reflexión a quienes derrocharon demagogia a manos llenas bajo la errónea suposición de que todo lo que perjudicase al PSOE era bueno para la derecha. A base de reírle las gracias y ofrecerle escenarios para sus payasadas han acabado convirtiendo en todo un personaje a quien sólo lo era a sus propios ojos.
Las socialistas se mantienen como primer partido nacional e incluso aumentan su ventaja respecto a sus más directos competidores. Con todo, se mantiene la lenta usura de su base social, quedando ya lejos aquellos diez millones de votos que crearon tan grandes expectativas de cambio. Probablemente ha habido una modificación sociológica de esa base, desplazándose su centro de gravedad de los sectores trabajadores y urbanos críticos a ese amplio conglomerado de clases medias identificadas con el moderantismo genérico del centro-izquierda. Si se consideran los votos ganados por formaciones como las encabezadas por Bandrés y Pacheco y las de los verdes, parece evidente que ese espacio de centro izquierda concentra ahora la gran mayoría del espectro electoral.
El ascenso de Izquierda Unida es plenamente coherente con la evolución de la situación nacional en el último período. Favorecida por la inteligente campaña de Julio Anguita y Fernando Pérez Royo, recoge una parte del descontento sindical, salvándose del voto de castigo contra el conjunto de la clase política e igualando al CDS como tercera fuerza de ámbito nacional. Sin embargo, en número absoluto de votos no experimenta un incremento muy sensible respecto a las elecciones de 1987, y sigue quedando lejos de la cota alcanzada por el Partido Comunista de España en las primeras elecciones de la transición. Ello significa que, de un lado, compensa la pérdida del PSOE, y de otro, apenas modifica la relación entre socialistas y comunistas en el seno de la izquierda.
Cualquier análisis de estos comicios debe tener en cuenta que es arriesgado proyectar el resultado de unas elecciones para el Parlamento Europeo hacia unas elecciones nacionales: en las legislativas aumenta la participación y, paralelamente, el sistema de circunscripción provincial impide a los pequeños partidos -nacionalistas o testimoniales- convertirse en receptores de descontentos heterogéneos.
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