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El ejemplo español y la tragedia del fracaso griego

La primavera es una época propicia al optimismo. Los precios de las acciones en Wall Street han aumentado paulatinamente, llegando casi hasta donde estaban antes del gran derrumbe del 19 de octubre de 1987.Últimamente, los tipos de interés han empezado a caer un poco. Esto hace que los tenedores de obligaciones sueñen con ganancias de capital a corto plazo.

Más de la mitad de los principales analistas económicos están eufóricos porque creen que Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, está logrando un aterrizaje suave.

1. Según se afirma, al bajar la tasa real de crecimiento de nuestra economía, la Reserva Federal ha cortado de raíz la tendencia a un resurgimiento de la inflación en Estados Unidos.

2. Los optimistas creen que lo mejor del caso es que la Reserva Federal ha conseguido esto sin sumirnos en la recesión.

Una minoría de expertos en la materia pertenecientes a grandes bancos y empresas temen que entre el próximo otoño y finales de 1990 Estados Unidos entre en una recesión.

Sin embargo, los europeos y los asiáticos no deben preocuparse con exceso. Pocos esperan que una recesión sea seria y duradera.

Yo soy algo más cauto. Nuestra economía de pleno empleo, si bien se está moderando un poco, quizá continúe recalentándose. Al estancamiento con inflación (una combinación de cierta debilidad en el crecimiento real y cierta intensificación de la inflación) debería otorgársele alguna probabilidad.

Eso podría significar un aplazamiento de nuevos y significativos goteos a la baja de los tipos de interés. Y a su vez, esto significaría una persistente fortaleza del tipo de cambio del dólar respecto al marco y el yen. El índice bursátil Dow Jones podría ir en cualquier sentido durante semejante período de estancamiento inflacionario.

Pujanza en el extranjero

A principios de los años ochenta, la economía norteamericana era más potente que las economías extranjeras. La recuperación nos llegó a nosotros en 1982, y desde aquí se extendió a otras zonas del mundo.

A medida que nos acercamos a la nueva década, los papeles económicos pueden trocarse. Japón y la cuenca del Pacífico quizá sean los que marquen la pauta, junto con la República Federal de Alemania y el Mercado Común.

Las tasas europeas de desempleo empezaron la actual recuperación a un promedio superior a la nuestra. Probablemente, por tanto, el empleo no sea tan pleno en el Mercado Común como aquí. Esto supondría un mayor potencial allí para un crecimiento continuado, lo que no deja de ser una apreciación optimista.

Acabo de volver de un viaje a España. La economía española es vigorosa, y ha estado creciendo en los últimos años al 6% o más en términos reales.

La incorporación al Mercado Común parece haber representado para ese país un reto saludable. España encara la unificación con Europa en 1992 con renovada confianza en sí misma.

Mientras tanto, los preparativos de los Juegos Olímpicos en Barcelona, y en Sevilla los de la Exposición Mundial de 1992, han estimulado la economía de esas regiones.

Un rey popular, Juan Carlos, y Felipe González, un presidente del Gobierno socialista más bien conservador, han liberado las fuerzas de la productividad española que yacieron latentes durante la larga dictadura de Francisco Franco. Se fomenta la producción para la exportación aprovechando unos costes salariales que son competitivos a nivel internacional.

Prosperidad española

En una época en la que somos bombardeados con historias de fracasos y escasez, resulta alentador observar a un pueblo que disfruta de una libertad próspera.

He aquí un modelo digno de imitar. Piénsese en lo que hubiera podido llevar a cabo en Grecia el primer ministro Andreas Papandreu si se hubiera abstenido de fraternizar con terroristas y de realizar campañas populistas de antinorteamericanismo. Los recientes éxitos de Portugal al seguir el modelo español ponen de relieve la tragedia del fracaso griego.

En las elecciones argentinas barrió el partido peronista. ¡Ay!, la plataforma de los vencedores no muestra una comprensión realista de lo que es necesario hacer para fomentar rentas reales en una economía mixta latinoamericana. Como dijo George Santayana, quienes ignoran la historia están condenados a repetirla.

Repetir la experiencia latinoamericana de hiperinflación crónica y de desalentador crecimiento de la productividad es una perspectiva lúgubre. Es comprensible que las masas urbanas depauperadas aspiren a una menor desigualdad en la distribución de la renta y la riqueza. Sin embargo, los anales de la historia económica sugieren que los convenios colectivos beligerantes y la intervención gubernamental activa en la fijación de salarios no consiguen las deseadas metas de equidad.

De Beijing a Moscú, de Chile a Perú, está surgiendo una nueva comprensión del potencial de bienestar humano que puede proporcionar el mecanismo económico de mercado.

En estos hermosos días de primavera, las fantasías de un economista se recrean en la esperanza.

Traducción: Isabel Cardona.

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