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Motos sin mitos

Dispuestos a buscarle a la actualidad un evento planetario de masas, lo que se dice de muchedumbres y universal, no lo dudaría: el Continental Circus de motorismo. Sólo los duelos de velocidad de los Juegos Olímpicos y el partido final de los Mundiales de fútbol pueden compararse con estos circuitos de la moto. Con la diferencia de que los Juegos y el Campeonato del Mundo de fútbol son cada cuatro años, pero el delirio del Continental Circus es todos los domingos. Y que no me vengan con los conciertos de los viejos ídolos del rock para denunciar la injusticia de moda, con el aterrizaje de los papanautas en un aeropuerto exótico, con el Tour o con la batalla entre los mercenarios de Mendoza y Berlusconi. Hablo de eventos planetarios de masas.

Si se trata de sumar y comparar, y es justamente de lo que se trata, sumemos y comparemos. Cada domingo del Continental Circus son dos cientos y pico mil espectadores empapándose o achicharrándose, más todas las cadenas del planeta Tierra retransmitiendo en directo el show de las pistas, las gradas y los paddoks. Cientos de millones de miradas seducidas por los suicidas de la curva. Sin olvidar la presencia de todas las marcas publicitarias de consumo millonario, luchando a codazo limpio para asomar sus logotipos entre los rugidos de las Honda, las Yamaha o las Suzuki. Y cuando un evento bate récords de público, de publicidad y de universalidad, entonces es el mayor espectáculo del mundo.

Pues bien, no lo entiendo. De la docena de héroes del Continental Circus, la mitad tiene pasaporte español. Todos los domingos, como un solo hombre, el planeta jalea las hazañas kamikazes de Aspar, Garriga, Pons, Crivillé, Torrontegui, Herreros o Miralles al tomo de las máquinas niponas, y aquí, en la patria del patrioterismo, son motos sin mitos. Nunca un puñado de españoles voló tan alto en las pistas del mayor espectáculo del mundo, pero ni bibliografía, ni filmo grafía, ni videografía. Ni siquiera lirismo barato o épica de rebajas.

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