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BALONCESTO

Un Madrid alocado provocó el desempate

Luis Gómez

No podía ser de otra manera. El Madrid siguió jugando a la sinrazón y empató la final para provocar el quinto y definitivo partido. El Barcelona, más equipo, más razonable, sólo debe tener miedo a que la locura madridista se haga contagiosa. Ayer pasó algo de esto: el Madrid salió descerebrado y terminó enloqueciendo a los colegiados, por momentos, al propio Barcelona y, por supuesto, al público, que quiere ver ganar al Madrid como sea.Y como sea ganó el Madrid. A trompicones, haciendo las cosas al revés, teniendo como único entendimiento su capacidad para enfollonar un partido y convertirlo en una jauría, donde los pivots juegan fuera de la zona, los aleros entran a canasta a disputarle las alturas a los hombres grandes, las defensas mixtas se convierten en un sistema desconcertante -el Madrid colocó a un hombre fijo en el centro de la zona- y la medición del tempo pierde todo sentido, de tal modo que los 24 segundos por posesión de la NBA son muchos para el actual Real Madrid. Una locura de partido fue la cuarta edición de esta final aparentemente igualada, pero también enloquecida, en la que un equipo, el Barcelona, gana de calle cuando le toca ganar y el otro, el Real Madrid, gana por los pelos cuando llega su turno. La lógica reclama el triunfo final del mejor, que es el Barcelona, pero, visto lo que se está viendo, puede pasar ya cualquier cosa.

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Desequilibrios

Estaba cantado que el Real Madrid saldría a la desesperada ayer, pero nuevamente puso sus deficiencias a las claras cuando le costó seis ataques el conseguir su primera canasta. Tras unas alternativas aparentemente igualadas, el Madrid regresó a su juego de costumbre, que no es otro que el de necesitar tres o cuatro ataques para conseguir una canasta, y fue entonces cuando el equipo azulgrana atisbó la posibilidad de alejarse en el marcador (17-29 a falta de 6 minutos para el descanso). Sin embargo, las cosas habían llegado a un punto en el que dicha conclusión era también puro espejismo: si el Barcelona parecía dominar la situación ante un Madrid tan descabalado, ¿cómo es que no ampliaba con más contundencia su diferencia? Efectivamente, Epi cometió su cuarta personal mientras el marcador señalaba un exiguo 22-29. El Barcelona no remataba y ése iba a ser su problema. Al descanso, igualdad: 33-36.

Fue en la segunda parte cuando el desconcierto alcanzó límites insospechados. Los aleros madridistas tiraban triples cuando sus pivots aún no habían llegado a la zona para recoger los supuestos rebotes, aberración donde las haya en esto del baloncesto. Pero, claro está, los aleros encestaban. Biriukov conseguía canastas bajo el aro disputando la posición a quienes parecían sacarle un metro de estatura, eran mucho más negros que él, y debían de pesar media tonelada más. Pero encestaba. Y Petrovic se la jugaba y se la jugaba un segundo después, tan sólo un segundo después, de haber recibido la pelota en sus manos. Y allá iba él solito contra todo el entramado defensivo del Barcelona, que se encogía como un acordeón. Pero encestaba. Todo era puro disparate.

Minutos después, los colegiados, también contagiados por lo que estaba pasando, pitaron la cuarta y quinta -técnica ésta- personales de Fernando Martín, lo que significaba su expulsión cuando quedaban ocho minutos de encuentro. Esa circunstancia alteró tanto la situación que el Madrid mejoró su efectividad mientras los árbitros trataron de castigar al Barcelona, presuntamente arrepentidos de lo que habían hecho con Martín. El Madrid, lejos de amilanarse ante pérdida tan sensible, se mantuvo en ventaja, aunque la situación seguía siendo inconsistente. Aun así, se llegó a los cuatro últimos minutos con el marcador empatado (75-75) y la razonable sensación de que la locura madridista había tocado fin, no podría llegar más lejos. Craso error. Petrovic decidió jugar las últimas posesiones y lo hizo con acierto, mientras el Barcelona era ya incapaz de darle otro rumbo al partido.

Así, se ha llegado al quinto partido. Y ahí el Barcelona sólo va a tener un problema: cómo atar la locura madridista. Porque, a veces, a los locos se les toma miedo. Su juego es fundamentalmente mejor, incomparablemente más consistente, nada tiene que ver con lo que está haciendo su rival. Pero, aun así, ha perdido dos partidos que nunca debió perder. Para los hombres de Aíto, esta final está resultando excesivamente larga, peligrosamente larga. Con los locos hay que tener cuidado. Y el Real Madrid está loco.

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