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Otra manera de contar la historia

Muchas son las deudas que la España moderna -y también la antigua- tiene con uno de sus más fieles y al tiempo más esquivos y menos convencionales de sus cronistas y artistas -porque fuera de toda duda, junto con su valor historiográfico, la obra de Gonzalo Menéndez Pidal es, sobre todo, la de un auténtico artista, de esos, me temo, que por tranquila modestia ahorran a muchos de sus contemporáneos la oportunidad de su disfrute, mientras ofrecen a las gentes del futuro la rotundidad indiscutible de su valor e importancia- Le debe, por ejemplo, la más auténtica animación gráfica posible de la vida y costumbres medievales -especialmente del siglo XIII-; le debe la maravillosa exactitud caligráfica y científica de los mapas por donde han trasuntado sus hombres, sus animales, sus máquinas, sus espíritus; le debe la recolección más admirable de imágenes del siglo XIX y de la primera mitad del XX; le debe, en fin, la grabación de las voces de sus más representativos hombres modernos y contemporáneos, el registro de sus imágenes, la paciente recolección de los testimonios gráficos y escritos... Todo ello y mucho más llevado a cabo, sin embargo, desde una solitaria y callada modestia no exenta de ironía y de un cierto escepticismo que no hace más que ocultar una cálida humanidad, una juventud perpetua, una curiosidad ¡limitada. Lo cual hace que España se haya enterado poco de esa deuda.La formación de Gonzalo Menéndez Pidal Goyri empieza en la sección de párvulos de la Institución Libre de Enseñanza e iba a terminar, en términos académicos, en la Universidad de Madrid (donde, después de licenciarse, comienza la elaboración de una tesis sobre el lenguaje y los medios del cine bajo la dirección de Pedro Salinas), si la guerra civil y el exilio del poeta y profesor no hubieran frustrado este proyecto. Posteriormente se doctora con una tesis sobre tema histórico.

He ahí dos de las actividades intelectuales principales de Gonzalo Menéndez Pidal, aunque el ansia de conocimiento en los terrenos más diversos constituye tal vez la característica más notable de su fascinante personalidad intelectual: desde la carpintería (actividad en la que es un consumado maestro, capaz de hacer el más pesado mueble y el más refinado, complicado y fino aparato de experimentación científica) hasta la física, pasando por la musicología, la tecnología, la historia, el arte, la lingüística, la literatura, la meteorología, la mecánica... Sin embargo, el terreno donde se manifiesta con mayor claridad su capacidad de investigación, sus conocimientos y su extraordinario talento creador es aquel en el que confluyen fotografía, cine e historia.

Sus voluminosos archivos -en los que está incluida la casi totalidad de la historia gráfica de España desde la Edad Media hasta hoy, ni más ni menos- alojan el testimonio presencial, incontrovertible, definitivo, la vera efigies de mucho de lo que ha pasado en este Reino y República en los años más importantes de la época moderna.

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Durante los días 13 al 17 de abril se presentó, en el Instituto Internacional de Madrid, una exposición antológica de su obra foto y cinematográfica, de un enorme valor no sólo histórico y cultural, sino estético. Lo más destacable fue tal vez la hermosísima película Hijos de 1868, por desgracia prácticamente desconocida en España. En ella, hecha con materiales rigurosamente auténticos (por ejemplo, el único documento cinematográfico existente de las actividades de La Barraca y de Federico García Lorca, rodado por el propio Menéndez Pidal, quien acompañaba como fotógrafo al grupo), se expresa una dolorida e implacable versión de la historia española de los últimos 100 años, elaborada de una manera totalmente diferente a la de la historiografía tradicional: es la imagen, el auténtico rostro de la realidad, lo que nos inquieta con mayor fuerza que cualquier descripción verbal. (Sea éste el momento de decir que el material de esta película ha sido saqueado y aprovechado inconsideradamente en posteriores ocasiones.)

Ejemplo de la ignorancia -achacable también a su propio autor- de obra tan asombrosa es el escaso eco que ha tenido la reciente publicación de sus dos últimos libros: La España del siglo XIII leída en imágenes, editada en 1986 por la Academia de Historia, de la cual el autor es miembro, y el primer tomo de su obra monumental La España del siglo XIX vista por sus contemporáneos, editada por el Centro de Estudios Constitucionales en 1989. En estos dos libros magistrales se afianza y perfecciona esa otra manera de ver la historia: la imagen (auténtica) se coloca en el primer plano y la palabra sólo la aclara, sitúa o complementa. Con ello tenemos una visión de la vida intrahistórica tan novedosa y original como pasmosamente reveladora: dónde y cómo vivían estas gentes del ayer inmediato, cómo y qué compraban, cómo vestían, oraban, trabajaban, se alumbraban, se comunicaban... Pero todo ello visto y expresado gráficamente por ellos mismos.

En esta tan cacareada edad de los medios de comunicación, en la que la televisión, la Prensa, la reportería gráfica, la publicidad, etcétera, parecen imponerse a la mera palabra tradicional, la obra de Gonzalo Menéndez Pidal parece el intento más serio y más sólido de señalar un nuevo camino a la historiografía. Tal vez en otros países un científico y un artista como éste tendría a su disposición abundancia de medios y un equipo de gentes trabajando en esta fecundísima dirección: la recuperación, ordenación y publicación de la historia gráfica, de los documentos visuales y sonoros, los más elocuentes testigos del pasado., Pero Gonzalo Menéndez Pidal sigue componiendo de manera totalmente artesanal, afiligranada y solitaria sus fotografías, sus películas, sus libros.

Eduardo Camacho es escritor y profesor colombiano; dirige el programa universitario del Middlebury College en Madrid.

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