Mi amigo Pepe no es sindicalista
Para que la democracia sea efectiva y no meramente formal se necesita la existencia de los sindicatos. Más en un momento como el actual en que el principio de un hombre, un voto se ha sustituido por el de una peseta, un voto. El poder económico influye en el político y viceversa. Pero las claves de este juego de intereses no están al alcance de cualquiera. Por ello, los sindicatos deben de estar presentes para ejercer de contrapeso en favor de los intereses de los desempleados, los trabajadores y los pensionistas. Un partido de izquierda que no apoye a estas organizaciones no merece el respaldo de estos sectores de la sociedad.
Mi amigo Pepe, aquel que a raíz de la huelga general del 14 de diciembre realizaba algunos comentarios sobre las distintas interpretaciones que tienen las cifras, nunca ha sido sindicalista; es más, sU contacto con las organizaciones sindicales fue siempre escaso y reducido a instituciones o a empresas públicas donde las condiciones laborales son, a veces, privilegiadas. Había adoptado, por tanto, una postura de recelo y pensaba que los intereses sindicales están a menudo marcados por el corporativismo.Ahora¡, tras los últimos acontecimientos acaecidos en España, mi amigo, aunque permanece sin afiliación sindical, ha aprendido a valorar a los sindicatos más positivamente. El otro día reconocía haber descubierto su importancia para que la democracia no sea meramente formal sino efectiva. Los españoles, continuaba explicando, después de tantos años sin vivir en democracia, hemos asumido, ésta, de una manera ingenua, pensando que queda garantizada por el mero juego de los partidos políticos y por la celebración de elecciones. Hemos aplicado con simpleza conceptos de manuales, manuales de una ciencia política acuñada en condiciones sociales y económicas distintas de las actuales.
Hoy, la democracia política no puede contemplarse al margen de la democracia económica, los partidos políticos no se comunican directamente con la sociedad sino que lo hacen a través de los medios de comunicación social, y el poder de éstos y, por tanto, de: las fuerzas económicas, a la hora de generar opinión, es de suma importancia.
Pepe cree que el principio un hombre, un voto se quiebra cuando nos adentramos en el mundo económico. Un nuevo axioma viene a sustituir al anterior: una peseta, un voto, con un agravante, y es queen este ámbito una especie de ley D'Hont ampliada domina toda la escena.
Unas pocas pesetas no sirven, y el escaso, poder decisorio que éstas pudieran tener se transfiere a los poseedores de mayor riqueza. Así, vemos por doquier, y gracias al invento de esa figura jurídica que se llama sociedad anónima, cómo con una pequeña participación se puede obtener el control de capitales muy superiores, y no digamos en las entidades financieras, donde los recursos propios son porcentajes relativamente reducidos de la totalidad de los fondos que se manejan.
La realidad económica
En la realidad económica son muy pocas las personas que deciden y, quiérase o no, el poder de decisión económico es también un poder de decisión político. La política influye en la economía y la economía en la política. Es cierto que en las sociedades modernas el Estado tiene una gran capacidad de intervención en la realidad económica, pero no es menos cierto que las fuerzas económicas pueden influir, muchas veces de manera decisiva, en el poder político.
El sistema capitalista, como consecuencia de la concentración de dinero que se produce en su seno, amenaza, como otro Saturno, con devorar a su propio hijo: el liberalismo político.
El escenario de la contienda política no es un campo neutro donde los distintos partidos pretendan con toda transparencia exponer sus planteamientos ideológicos y conseguir por la convicción el mayor número de votos, sino que está surcado por distintas fuerzas y presiones que condicionan la actuación de los partidos políticos y la de los propios electores.
Pepe piensa que sea cual sea el partido en el poder siempre están presentes determinados intereses porque tienen capacidad de presión y de influencia, y que, incluso, para realizar ciertos trabajos sucios, los centros de poder económico prefieren muchas veces en el Gobierno a partidos de izquierda, ya que éstos tendrán más capacidad de credibilidad y convicción sobre la clase trabajadora, serán capaces de instrumentar políticas estabilizadoras y de ajuste que muy posiblemente los partidos de derecha no se atreverían a realizar.
Mi amigo cree que, dadas estas condiciones, la mayoría de los ciudadanos en este escenario somos meros espectadores mudos de una función que se desarrolla realmente entre bambalinas, según un libreto que no hemos escrito, que no entendemos, y cuyas claves de interpretación nos están vedadas; tan sólo cada cierto tiempo se nos pide que aplaudamos, inclinándonos por alguno de los actores en escena.
Como en aquella novela de Graham Green, el verdadero drama se produce al revés de la trama.
Los acontecimientos tienen un sentido, obedecen a intereses y conducen a un desenlace muy distinto de aquel en el que los espectadores creían y confiaban. Y es en esa perspectiva en la que mi amigo Pepe coloca la importancia de los sindicatos, no sólo para lo que tradicionalmente se ha llamado la clase trabajadora, sino también para todos aquellos que carecemos de poder económico y, por tanto, de medios e instrumentos para poder influir en el trasfondo último y definitivo donde se toman las principales decisiones.
La huelga del 14D
Pensionistas, parados y trabajadores necesitan instrumentos que sirvan de contrapeso a los grupos de presión y a los centros de poder económico, y, entre estos instrumentos, los sindicatos ocupan un lugar privilegiado. En ningún caso piensa mi amigo que esto signifique usurpar las funciones de los partidos políticos, sino tan sólo conseguir una mayor vertebración de la sociedad y atenuar en parte la debilidad en que el sistema capitalista coloca a las izquierdas a la hora del juego político.
Mi amigo está realmente agradecido a los sindicatos porque, en un momento de desconcierto ideológico, han sabido defender los planteamientos sociales de la izquierda y los intereses de aquellos colectivos más necesitados. Es posible que a veces las organizaciones sindicales hayan asumido, en algunas instituciones o empresas, posturas corporativas -¿quién no es corporativo en este país?-, pero desde luego no ha sido ésa su actitud en las reivindicaciones que han mantenido en el paro general del 14 de diciembre.
Examinando seriamente y sin prejuicios las peticiones de las centrales sindicales, nadie puede atreverse a acusarles de corporativismo, a no ser que se entienda por tal defender a parados, pensionistas y trabajadores.
Pepe cree que las reducidas, y a todas luces insuficientes, medidas que en materia social ha aprobado recientemente el Parlamento sólo han sido posibles gracias al 14-13 y a los sindicatos. Es más, está convencido de que Sin la existencia de las organizaciones sindicales y sin su presión la política económica y social tendría comportamientos más regresivos. Él sabe que la huelga general del 14 de diciembre aún no ha generado todos sus frutos, y que, aun cuando se pretenda minimizarla, fue un acontecimiento político de primera magnitud que ningún Gobierno puede ignorar.
Mi amigo opina que un partido de izquierda tendría que estar realmente interesado en potenciar las organizaciones sindicales, y que dentro de su programa y estrategia debería considerar como objetivo político de primera magnitud asegurar el protagonismo y el papel de los sindicatos dentro de las distintas esferas e instituciones políticas, económicas y sociales. Cree también que debería emplear todo su poder político para consolidar, a través de los presupuestos del Estado, la viabilidad económica de los mismos como garantía de una democracia efectiva.
Pepe quizá como otros muchos ciudadanos, no es sindicalista, pero comprende la importancia que los sindicatos tienen, incluso para él. Por eso está dispuesto a defenderlos, y por eso rehusará apoyar cualquier partido político que pretenda su eliminación o debilitamiento.
es economista.
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