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¿Merece la pena?

En Sheffield, la ciudad británica del acero, un directivo del Liverpool, Mr. Tony Ensor, contemplaba a un niño de ocho o nueve años muerto sobre el césped del campo mientras se hacía la siguiente pregunta: "¿Vale el fútbol el dolor que puede ocasionar?". Su respuesta fue que ya no estaba seguro de ello. Por mi parte, estoy bastante seguro de que, en lo que al Reino Unido se refiere, el fútbol es más una fuente de desgracias que de diversión.Especifico Reino Unido dado que el fútbol en Europa sólo se convierte en tema de desorden y terror cuando los seguidores de un equipo británico pisan suelo extranjero, se emborrachan con bebida extranjera y dan rienda suelta a impulsos agresivos que pueden, o no, ser xenófobos. Cuando los seguidores del Nottingham Forest vieron lo que ellos consideraron hooliganismo del Liverpool, uno de ellos comentó: "¿Veis? Los cabrones no se saben comportar. Lo hicieron en Heysel y lo han vuelto a hacer aquí. Por eso es por lo que estamos excluidos de Europa. Ahora nunca conseguiremos volver". Entonces descubrieron que algo peor que el hooliganísmo estaba ocurriendo: cerca de 100 espectadores aplastados hasta la muerte, no debido a una agresión brutal, sino a un fallo de organización.

En el Reino Unido tuvieron su origen muchos aspectos de la edad moderna: los ferrocarriles, el industrialismo, las estaciones balnearias, el fin de semana, los deportes organizados. De entre estos últimos, el rugby y el fútbol han constituido sus principales exportaciones. El rugby, así denominado porque se inició en la Escuela Rugby, es un juego rudo, pero es un juego para caballeros y mineros galeses. América transformó el juego en un deporte para estudiantes universitarios, modificó la brutalidad cubriendo el cuerpo de protectores, y sustituyó el pase hacia atrás del balón -base del rugby europeo- por el pase hacia adelante. El juego superinglés del cricket no ha calado en el resto del mundo, a excepción de la comunidad británica de naciones. Pero el fútbol se ha establecido como el deporte universal, excepto en América. Habiendo inventado el juego, el Reino Unido se ha visto desbancado en habilidad y potencia por los extranjeros.

Es un juego popular, un juego para trabajadores. Puede muy bien tener su origen en agresiones aldeanas, y hay quien cree que el balón de cuero fue originariamente una cabeza cortada. En esencia parece un deporte de tácticas sencillas -empujar una pelota con el pie hasta dentro de una red-, pero tiene su propia elegancia y sutileza. Teóricamente, los aficionados al fútbol deberían disfrutar con la habilidad en vez de calentarse con pasiones partidistas, pero el deporte ha adoptado las características de una especie de guerra contenida. El apoyo al equipo local o nacional puede revestirse de un frenesí tal que corte de raíz lo que entendemos por conducta civilizada. Y el apoyo mismo es más abstracto y nominal que auténticamente cívico o patriótico. Porque los equipos locales y nacionales ya no representan el talento casero. Desde que el juego se convirtió en un gran negocio, el talento se compra y se vende en el mercado libre internacional., Con el vivo deseo de escalar posiciones en las tablas de la Liga, la capacidad de ganar se hizo más importante que el orgullo por los éxitos de los chicos locales. El chico local pertenece al pasado. Hoy día, un equipo británico puede estar compuesto por un venezolano, un par de brasileños, un genio de Zaire, un alemán occidental o similar, un fiero argentino, un gigante lapón y un manojo de celtas o anglosajones desplazados. Un equipo profesional de fútbol podría, en teoría, cambiar su nombre con total indiferencia hacia las lealtades locales. Es una máquina costosa que se vincula arbitrariamente a una localidad. Es como si al mariscal de campo Rommel, considerado por el alto mando británico como una baza estratégica, se le pudiera hacer la corte para que cambiara de bando.

Este deporte costoso se dirige en el Reino Unido en condiciones que apuntan a sus orígenes históricos. Al igual que con la industria, el Reino Unido empezó demasiado pronto. Siempre ha sido más fácil funcionar con una tecnología anticuada que desecharla y empezar de nuevo. Nuestros estadios de fútbol son inadecuados porque llevan ahí demasiado tiempo. Los países que descubrieron el juego comparativamente tarde han tenido la ventaja de poder meditar sobre lo que podríamos llamar tecnología estadial y asegurar tanto el confort como la seguridad de los espectadores. Los fosos y vallas equipadas con puertas garantizan que no habrá ni aplastamientos ni estampidas. El campo de Hillsborough está reputado como el mejor de su tipo, con excepción de Wembley, y aun así no pudo evitar las muertes espantosamente bárbaras de personas que habían venido a disfrutar de una tarde de deporte y del gozo, aunque sea equivocado, del partidismo.

Muchos contemplan el juego, pocos lo practican. La situación es comparable a la de la época de los gladiadores en el imperio romano, excepto que ahora son los espectadores los que derraman su sangre y no los participantes. Las multitudes que dan codazos -rebaño sólo es apropiado cuando consideramos las características ovejunas de muchos- empujan, pelean y buscan descargar sus instintos agresivos con la emoción de la contienda, son abrumadoras y sólo pueden ser controladas por un ejército armado. Algo va mal en una sociedad que se ve obligada a temer un simple juego. En la antigua Grecia los anfiteatros se llenaban con miles de personas que iban a contemplar a Esquilo y Sófocles. También contemplaban juegos, pero con algo parecido al interés desapasionado que podían prestar al arte. Al menos, eso nos gusta creer. Pero en el Reino Unido hemos sido testigos de una degeneración

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¿Merece la pena?

1989.Traducción: M. Lafuente.

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