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Las sorpresas del informe del comité 'Delors'

FERNANDO SCHWARTZCuando el comité Delors presente hoy en Bruselas sus propuestas sobre el Sistema Monetario Europeo (SME) es probable que se produzca más de una sorpresa en la opinión pública. En efecto, este informe Delors, que será posteriormente discutido en la cumbre de Madrid en junio, contribuirá a deshacer el concepto maniqueo de que no hay más malos que los que se oponen al Banco Central Europeo y, por ende, a la unidad europea, ni más o buenos que los que lo propugnan. Todos defienden un proyecto de futuro -la Europa unida-, pero les resulta muy dificil ponerse de acuerdo en los medios para llegar a él.

Se da por sentado que si la política monetaria de la Comunidad es controlada por una autoridad supranacional, por un banco central, todas las maldades de que son capaces las autoridades monetarias nacionales serán impedidas, se unificarán las políticas financieras y el Mercado único podrá funcionar realmente. ¿Es esto cierto? Depende de cómo se mire.En este momento, el sistema que opera en la Comunidad Europea (CE), el del ECU (la unidad de cuenta europea cuyo nombre recuerda imaginativamente al escudo de oro de la monarquía francesa), consiste en una cesta de monedas ligadas a cambios variables. Las monedas integradas en el sistema, que son casi todas las comunitarias, no tienen un cambio fijo sino que se mueven en una franja de más a menos 2,25% (salvo la lira italiana, que lo hace de más a menos 6%). La libra esterlina, aunque está integrada, no se ajusta a la disciplina de la franja. La peseta y el escudo portugués podrían sumarse al SME en otoño, pero siguiendo el régimen de la libra. La ventaja del sistema es que permite que se ajusten las políticas financieras de cada país según la coyuntura por la que atraviesen, pero dentro de los estrechos límites que se corresponden con la idea de homogeneidad comunitaria.

El paso siguiente parece de cajón. En 1992, la CE habrá terminado su construcción económica y se habrá convertido en un mercado único que permitirá el libre movimiento de capitales, servicios y personas; es decir que estará plenamente integrado. Sin fronteras, la economía de la CE será única y, por consiguiente, es normal que se establezca una única moneda. Para que ello ocurra, el SME tiene que abandonar el cambio variable y adoptar un sistema de cambio fijo: a diferencia de lo que ocurre hasta ahora, las monedas europeas deberán tener una paridad irrevocablemente fija. Así, el mercado europeo estará tan integrado como el estadounidense, por ejemplo.

Pero, al igual que en EE UU, en la CE hay países con distinto grado de desarrollo. Para unificarlos y unificar sus políticas financieras y macroeconómicas, nada resultará más normal que establecer el Banco Central Europeo. De este modo se impedirá que los bancos nacionales de las economías más fuertes tiranicen a las más débiles y cedan a la tentación de la inflación, del gasto público, incontrolado o de las devaluaciones competitivas. Mercado único, moneda única, banco central único. La lógica del argumento es aplastante.

El 'no' de Thatcher

No, dice Margaret Thatcher. No, dicen los economistas liberales. Un banco emisor europeo, en vez de facilitar las cosas, haría que todo el sistema fuera esclerótico. La reglamentación supranacional prostituiría el concepto de un mercado único liberalizado porque acabaría con el libre juego de la competencia, tan esencial al funcionamiento de una unión. En este momento, además, dice la primera ministra británica, no puede llegarse a la unión monetaria si no es haciendo exactamente lo opuesto a lo que establece el concepto de mercado único: restringiendo el movimiento de capitales, para impedir la especulación. Los medios derrotarían a los fines.

Según se mire, dice Miguel Boyer, ex ministro español de Economía y uno de los miembros de la comisión Delors. En este asunto de la liberalización total prefiere seguir el consejo que dieron los japoneses a Francisco Javier cuando intentó evangelizar las islas: "Míre usted, en Japón siempre inútamos lo que viene de China. ¿Por qué no se va usted allá a darles la buena nueva primero?". Francisco Javier fue allá y lo mataron. La CE preferiría ver que se suprime el banco emisor en EE UU, para imitar después a los amigos norteamericanos.

Mientras tanto, los ortodoxos creen que la teoría del cambio irrevocablemente fijo y del Banco Central Europeo es la más realista. Por una parte porque el cambio fijo no será sino la consecuencia lógica de una economía unida. Por otra, porque en un mercado único sin trabas no podrá evitarse, sin un control glóbal, la tentación de las autoridades monetarias nacionales de defenderse, de competir o simplemente de compensar los desequilibrios regionales jugando con sus monedas.

Con tales antecedentes puede suponerse que dentro de un mes la comisión Delors propondrá la creación de un banco europeo, paridades fijas, controles y toda una batería de medidas intervencionistas. Pues no. No puede hacerlo porque antes de crear una institución bancaria supranacional, los mecanismos que armonizar son tantos y la idea de la renuncia a la soberanía monetaría es tan aberrante para todos los miembros cornunitarios, que el SME con que sueña Delors está aún lejos.

Paridades fijas

Lo que probablemente propondrá el informe será montar un sistema de paridades fijas para más adelante -posiblemente en 1992-, retrasar el establecimiento de un banco europeo hasta ver cómo progresan con el mercado único las restantes coordenadas económicas y crear el embrión de una autoridad monetaria europea convocando reuniones periódicas de los presidentes de los bancos nacionales, al estilo de lo que ocurre con la Reserva Federal en Estados Unidos. Es un comienzo.

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