El Este se va de compras
El frenesí consumista de los húngaros arrasa Viena
Otöveny, un pequeño pueblo húngaro en la carretera de Budapest a Viena, célebre por su gulash entre los viajeros, parecía un camping. La inmovilidad de la caravana de automóviles era absoluta. Bajo un sol excepcional para esta época en estas latitudes, los pasajeros de aquel largo tren de automóviles paralizado en la Pusta húngara charlaban al borde del asfalto. Cualquier mortal medianamente sensato hubiera pensado en retroceder, llorar o quemar el coche. Estos, no. Eran húngaros en viaje de compras a Viena. Esperaban pacientemente el trámite fronterizo. A 35 kilómetros y seis horas de la frontera con Austria.
Ciento veinte kilómetros de caravana el lunes, 50 el martes, 60 el miércoles, 70 el jueves. En la ida y por la tarde en la vuelta. Cerca de un millón de húngaros han estado esta semana de compras en Viena y otras ciudades austriacas comprando todo lo que veían. Han protagonizado el mayor movimiento fronterizo entre países de sistemas diferentes desde la expulsión de los alemanes del Este de Europa. Esto fue en 1945.Desde que los húngaros tienen su pasaporte en casa y no en comisaría y la libertad para viajar donde gusten adonde quieran, derecho que en otros países socialistas aún se antoja un sueño inalcanzable, se han lanzado a esta recién estrenada aventura.
Viena, como enorme gran almacén con artículos aún inexistentes en Budapest, es uno de los objetivos preferidos. Ya no existe casi el húngaro que no haya estado en Beic (Viena, en húngaro) y aprovechado el viaje para traerse un vídeo, una lavadora, un frigorífico, o un ordenador personal.
Hace pocos años, un húngaro en Viena era un funcionario, un exiliado o un privilegiado. Hoy es un ser que recorre las tiendas con una larga lista de encargos y paga con divisas de procedencia ignota o forintos exportados ilegalmente en algún recóndito recoveco del cuerpo o de la vestimenta. Cuando el Gobierno húngaro, en perentoria necesidad de ingresos adicionales para financiar sus reformas económicas, anunció que el 8 de abril duplicaría prácticamente sus aranceles para importaciones privadas y sólo permitiría la entrada libre de impuesto de artículos por un valor máximo de 5.000 forintos (unas 12.000 pesetas), se desató la locura viajera y compradora en Hungría. Con un dinero en divisas convertibles que nadie sabe de dónde sale, los húngaros decidieron tomar Viena en autobuses, coches, motos y hasta en bicicleta.
La calle Mariahilfer, en la capital austriaca, la han rebautizado ya los vieneses como Magyarhilfer. Así como en pasados tiempos del imperio austro-húngaro en el barrio Favoriten sólo se hablaba checo, hoy en Magyarhilfer ya sólo se habla húngaro. Allí y en muchas otras partes de la capital austriaca. Las tiendas, los anuncios, las ofertas y las dependientas se anuncian y expresan en húngaro. En Budapest, la radio estatal bombardea a sus oyentes con agresivos llamamientos publicitarios: "Cómprate una cámara de fotos Niedermayer, que tienen precio de broma". "Bec, Bec, Bec (Viena, Viena, Viena)".
Orgía de consuino
Viena, como escenario de la gran orgía de consumo de los húngaros, comienza a hacerse incómoda para los vieneses. Los atascos de la pasada semana han agotado la paciencia de todos aquellos que no tienen intereses comerciales en este caos. "A ver si les dan facilidades para comprar en su propia casa porque esto no hay quien lo aguante", decía el miércoles un vienés que llevaba dos días llegando tarde a trabajar por los atascos provocados por la marea húngara desde primeras horas de la mañana. Aparcar en Viena no era difícil, era un milagro.
En el centro, el Ayuntamiento instaló urinarios para salvar de una muerte segura a los setos, rosales y praderas de los parques frente al Museo de Historia del Arte y del Palacio Imperial,.cercanos a la Magyarhilfer.
La carretera de Viena a Nickelsdorf, hacia el principal cruce fronterizo, se ha convertido en un calvario. Miles de autobuses parados a ambos lados de la carretera obstaculizan el tráfico y multitudes cruzan de un lado a otro para comparar los precios de las improvisadas chabolas en las que se venden frigoríficos, ordenadores, televisores o batidoras. Algunas tiendas del distrito 6 de Viena cerraron el jueves antes de tiempo al agotar sus existencias de vídeos, radios y tocadiscos. Algunas vendieron centenares de aparatos de todo tipo en pocas horas.
En la frontera de Köszek, a unos 120 kilómetros de Viena, los prudentes húngaros que habían querido evitar el atasco de Nickelsdorf` sólo tenían en los últimos días entre seis y siete horas de espera en la frontera en su regreso a tierras magiares. En otros puestos fronterizos llegaron a ser nueve horas.
Por supuesto que la riada de húngaros que se ha gastado más de 2.000 millones de chelines (18.000 millones de pesetas) en la semana pasada en Austria no sólo quería cubrir sus propias necesidades. Muchos de estos vídeos y ordenadores cambiarán de manos y en gran parte irán a
El Este se va de compras
parar a las de ciudadanos de países socialistas que no pueden viajar como los húngaros.Éstos desde hace dos años y los polacos desde enero pasado, son los únicos ciudadanos del Este de Europa que tienen libertad total para viajar. Ambos lo están utilizando para crear un comercio insólito que va creando serias dificultades en las relaciones entre varios regímenes comunistas. Entre Checoslovaquia y Polonia se ha desatado una auténtica guerra por el comercio privado y los aduaneros de estos dos países compiten en hacer la vida imposible a los ciudadanos del Estado vecino.
Los marciales aduaneros alemanes de Francfort, del Oder, entre la RDA y Polonia, desarman con tesón, y en muchas ocasiones con mal disimulada satisfacción, los coches de los polacos que vuelven de Berlín Oeste en los que parece no caber ni un alfiler. Jóvenes polacos observan con terror cómo los aduaneros esparcen todas sus compras por el suelo, desde las naranjas a los aparatos de vídeo, pasando por los apreciados productos de limpieza occidentales.
Los aparatos de vídeo, los televisores y los ordenadores pasan a enriquecer el floreciente mercado negro, el único realmente existente y fiable. En viajes turísticos, los polacos viajarán a Bulgaria, a la RDA o a otros países del Este, y los venderán por varias veces el precio de compra occidental; por supuesto, en divisas convertibles. Con estas divisas volverán a Berlín Oeste o a Viena, comprarán en grandes almacenes todo tipo de artículos en parte a precios de saldo. Así, ad infinitum.
Decomisos
La policía aduanera yugoslava se partía de risa el pasado año cuando un autobús de turistas polacos quería entrar al país con más televisores en el equipaje que pasajeros. La policía búlgara hace redadas en los hoteles del mar Negro y encuentra en las habitaciones de algunos de los veraneantes polacos tres y cuatro vídeos. Decomisa los artículos electrónicos y las divisas no declaradas a la entrada por los turistas polacos.
En Berlín Oeste, la policía ha comenzado una ofensiva para reprimir un nuevo fenómeno de este comercio, fruto del desfase entre las libertades en los diversos países socialistas. Miles de polacos han creado un mercadillo en un enorme solar junto a la Filarmónica, no lejos del actual consulado español, un majestuoso edificio regalado por Hitler a Franco durante la guerra. Venden desde chorizos a antigüedades. Todos los fines de semana, la caravana de polacos recorre la autopista de tránsito a través de la RDA hacia este mercadillo en el que consigue unos cuantos marcos para comprar algún artículo occidental y venderlo después en el Este de Europa.
Este fenómeno molesta a todos menos a sus directos beneficiarios. Pero se ha desarrollado rápidamente y son muchos los polacos que se ganan ya la vida así.
Las diferentes medidas para reprimir este comercio no dan especiales resultados ante la imaginación de los comerciantes húngaros y polacos. La única solución es la mejora del mercado y la economía en el Este de Europa y la homologación de libertades entre todos los Estados.
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