El Milán se divirtió en el Bernabéu
El encuentro de la edad contemporánea, como había definido Ramón Mendoza al partido de anoche, se convirtió en un monólogo brillante del Milán. Controlando siempre el partido, avasallando al Madrid con su pressing, el Milán mostró tantas virtudes, se divirtió tanto, que hasta hizo callar a un Bernabéu preparado para la fiesta El Madrid tuvo suerte. Mucha suerte. Porque el Milán podría estar ya encargando las reservas de hotel para la final de Barcelona si hubiese tenido más instinto asesino en la zona de gol. Suerte, porque el árbitro anuló un gol al Milán por un fuera de juego que sólo vio él. Suerte, porque Hugo Sánchez marcó en la única gran ocasión de que dispuso el Madrid. Suerte, porque Van Basten cometió más errores en el remate que en toda la temporada junta. Por segundo año consecutivo, el Madrid ha vuelto a fallar en las semifinales de la Copa de Europa: Ahora sólo cabe esperar que la lista de milagros se amplíe en Milán.Muchos habrán descubierto con este partido las diferencias que existen entre unos grandes jugadores y un gran equipo. El Madrid tiene individualidades extraordinarias. El Milán, además, tiene un bloque sensacional. El Madrid, en España y ante muchos equipos europeos, tiene bastante con las acciones individuales de sus hombres para imponerse. Pero el Milán mostró que eso no sirve de nada si enfrente hay un bloque compacto, que defiende con mucho orden, que ataca con apoyos constantes, que se mueve como si estuviese dirigido por una computadora. Cuando Martín Vázquez, Michel o Schuster levantaban la cabeza, se encontraban con tres o cuatro sombras rojinegras. Y cuando perdían el balón, lo que sucedía a menudo, veían como esas mismas sombras se alejaban al galope apoyándose unos a otros.
Desde el primer minuto, el balón pasó a pertenecer al Milán. Parecía como si el estadio entero, con público y jugadores, hubiese sido trasladado a los alrededores de Milán. El juego pasó .a desarrollarse en el terreno del Madrid, siempre a la defensiva, como si el Milán fuese el que tuviese la obligación de lograr una ventaja decisiva.
Caben también varias preguntas al planteamiento de Leo Beenhakker, el técnico del Madrid. Por ejemplo, por qué entregó las bandas al Milán. Al marcar Gordillo a Colombo y Chendo a Evani, estaban obligados a subir casi al centro del campo. Además, Beenhakker situó a Michel en el centro, y a Martín Vázquez en la derecha, pero con querencia a irse al centro. Ese fue el toque personal que dio el holandés, destruyendo los carriles clásicos del Madrid. Total, Gullit y Van Basten se encontraron con muchos metros para sus movimientos, lo que a ellos les encanta, y Chendo y Gordillo se veían obligados a luchar siempre en inferioridad. Gordillo, por ejemplo, se pasé el partido vendido, viendo, impotente y sin ayuda, como Colombo y Tassotti cabalgaban hacia él con el balón en los pies.
Hasta el más acérrimo seguidor del Madrid acabó ayer con la impresión de que el 1-1 era un resultado injusto. Injusto para el Milán, claro. Era una delicia para el paladar del buen catador de fútbol ver a Ancelotti robar balones a decenas; a Baresi ordenando los avances de su defensa y obligando al juez de línea a un ejercicio continuo de su brazo; a Rijkaard, Baresi, Donadoni o Maldini subiendo el balón, acompañados por mareas rojinegras. Sólo hubo dos puntos negros en un equipo en el que los italianos, por una vez, brillaron más que los holandeses; Tassotti, que parece el tonto del pueblo en este equipo, y, para la salvación del Madrid, la inexistencia de mala uva en el remate. Con Hugo Sánchez, un Milán como el de anoche sería imbatible.
El partido no tuvo división. Los 90 minutos fueron similares, con el Milán llevando el ritmo y el Madrid a remolque. Las oportunidades del Madrid fueron escasísimas para lo acostumbrado. Un centro de Michel al que no llegó Hugo (m. 10), un tiro desviado del mexicano (m. 21), y el gol, en la primera parte; un lanzamiento alto de Gordillo (m. 48), una escapada de Tendillo frenada por un dudoso fuera de juego posicional de Hugo (m. 72), y un remate desviado de Llorente (m. 86), en la segunda. Eran oportunidades aisladas, sin la continuidad del buen Madrid.
Aún así, el Madrid se fue al vestuario con ventaja en el descanso. Mucha gente cerraba los ojos, miraba el marcador, y no se lo llegaba a creer. Y es que el Milán desaprovechó todo su dominio en fuegos de artificio. Parecía como si se sintiese tan elegante que no quisiese mancharse las manos con algo tan vulgar como un gol. Llegaba al área, y los holandeses se mostraban torpes. Como Gullit (m. 10) en un tiro de espaldas; Van Basten (m. 27), en un resbalón inoportuno, o de nuevo Van Basten (m. 30 y 33) en dos remates que se contraron con el cuerpo de Buyo.
La meditación en el vestuario no sirvió para nada. El recital del Milán tuvo su momento de máxima expresión en el minuto 62, en un gol de Gullit que el árbitro anuló. A partir de ese momento, el Milán bajó su ritmo, pero aún así el Madrid no conseguía imponer su personalidad. Las bandas estaban más desiertas de madridistas que un andén en un día de huelga. Martín Vázquez, Schuster y Michel parecían tener un único objetivo: no perder el balón, y Hugo y Butragueño no recibían ni un buen pase en condiciones.
Y llegó lo que tenía que llegar: el empate. Sorprendente sólo fue que lo protagonizaran los que parecían más torpes: Tassotti, que centró, y Van Basten, que marcó. De ahí al final sólo cabe resaltar que fueron cambiadas las dos grandes estrellas: Michel y Gullit, perdidos toda la noche sobre la hierba.
El Madrid, pues, tuvo suerte. Y la gran suerte, la definitiva tras lo visto anoche, es que aún quedan 90 minutos para soñar.
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