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Mayorías absolutas y relativas

En las últimas semanas parece que todo el debate sobre las perspectivas políticas se está reduciendo a un solo tema, a saber: si el PSOE mantendrá o perderá la mayoría absoluta en las próximas elecciones generales. Tal como se plantea, éste es un debate en el que sólo entran en juego los intereses tácticos de algunos partidos. Y lo peor que le podría ocurrir al propio PSOE es que se dejase encerrar en esta alternativa, como si su futuro se jugase en el todo o nada de una victoria por mayoría absoluta: o una derrota en caso de obtener sólo la mayoría relativa.Tal como van las cosas en nuestro país, no se vislumbra ni a corto ni a medio plazo ninguna mayoría política sin el PSOE. Y, por otro lado, la experiencia de otros países europeos nos enseña que las mayorías absolutas son más bien la excepción y que los partidos realmente importantes deben ser capaces de enfrentarse con la tarea de gobernar tanto desde la mayoría absoluta como desde la mayoría relativa. Por consiguiente, unos y otros haremos bien en relativizar la cuestión y en evitar el blanco y negro de las victorias triunfales y de las derrotas desmoralizadoras.

Esto no quiere decir que las fuerzas políticas no deban luchar por conseguir la mayoría absoluta. Deben hacerlo, y personalmente estoy convencido de que el PSOE puede volver a obtenerla si rompe la tendencia a la interiorización de sus problemas, si sabe plantear de manera creadora una nueva relación con los sindicatos y si es capaz de establecer -o reestablecer- una relación más directa con los ciudadanos.

Pero el problema es que en sociedades como la nuestra, cada vez más complejas y menos explicables con esquemas simples, sólo se puede llevar á cabo una auténtica obra de gobierno, con mayoría absoluta o sin ella, si se consigue formar en torno al Gobierno y al partido o los partidos que le apoyen unas sólidas mayorías sociales y políticas, que serán, por definición, plurales y cada vez más diversas. Dicho de otra manera: la fuerza de una opción política no se medirá sólo por su capacidad de obtener la mayoría absoluta, sino por su capacidad de generar consenso, de obtener apoyos diversos, de aglutinar energías individuales y colectivas y de sumar iniciativas e intereses.

A este respecto, creo que conviene reflexionar un poco sobre lo que ha ocurrido en nuestro propio país. Creo que sin la espectacular mayoría absoluta obtenida por el PSOE, el país difícilmente habría salido con la rapidez con que lo ha hecho de la dura crisis económica y de las incertidumbres políticas en que entonces se encontraba. Nadie que tenga un mínimo de sensatez podrá dejar de reconocer este mérito al socialismo gobernante. Pero personalmente estoy convencido de que el PSOE, como partido, ha pagado un altísimo precio por esta mayoría absoluta, tanto por razones objetivas como por defectos de planteamiento del propio Gobierno y del propio partido.

Las razones objetivas son claras, pero hay que insistir una y otra vez en ellas porque si no es imposible entender lo que ha ocurrido. Con el respaldo de su mayoría absoluta, el PSOE abordó de frente la solución de la crisis económica, se enfrentó con el tremendo problema de la reconversión de los principales sectores industriales, aseguró la estabilidad del sistema democrático, culminó el desarrollo del mapa de las autonomías, combatió a fondo el terrorismo y normalizó la presencia de Espafi.a en el contexto internacional. Todas estas tareas eran de enorme envergadura, concernían a sectores sociales enteros, afectaban a intereses colectivos muy importantes y muy diversos y producían cambios que ni el Gobierno socialista ni ningún otro Gobierno podía controlar plenamente. Por lo demás, estas tareas fueron emprendidas en solitario por el Gobierno socialista no sólo porque tenía la mayoría absoluta, sino porque no podía contar con el apoyo de ninguna otra fuerza política, dada la debilidad y la dispersión de las demás. Finalmente, hay que añadir que el PSOE emprendió estas tareas desde unos aparatos de Estado heredados casi íntegramente del régimen anterior, poco aptos para las nuevas tareas y reacios a las necesarias reformas. Por todas estas razones, el socialismo gobernante no sólo corría el peligro de quemarse con rapidez, sino que, en parte, se quemó de verdad.

Pero no todo han sido causas objetivas. Ha habido también errores de perspectiva y defectos de planteamiento del Gobierno y del partido. Entre ellos quiero destacar dos.

En primer lugar, la tendencia a encerrarse casi exclusivamente en la gestión de los aparatos del Estado -unos aparatos, como decía antes, heredados del régimen anterior y, por consiguiente, no creados ni moldeados históricamente por la izquierda- y a gobernar sólo desde ellos.

En segundo lugar, la incapacidad de explicar a los ciudadanos las razones de lo que se hacía y de las decisiones que se tomaban. Creo que éste ha sido un grave problema, porque un Gobierno de izquierda siempre ha de poder justificar las decisiones que toma y no ha de tomar las que no pueda justificar. Y si las cosas no se explican bien, es fácil generar la sospecha de que todo se decide desde arriba por razones que sólo conocen los que mandan y, por consiguiente, por razones que sólo a ellos les convienen. De aquí a propiciar la idea de que todos los gobernantes, los de ahora y los de antes, son iguales, no hay más que un paso, fácil de dar cuando empujan en este sentido diversos grupos y diversos medios de comunicación.

Naturalmente, cuando hablo de explicar no me refiero sólo a una política de comunicación. Me refiero a la capacidad de hacer partícipes a los ciudadanos de la entidad de los problemas que existen y de las soluciones que se proponen, para lo cual es fundamental mantener siempre una relación basada en la veracidad, la sinceridad y la sencillez. Esto comporta, por ejemplo, la necesidad de explicar abiertamente las propias perplejidades de los gobernantes y las razones reales de los cambios que éstos han tenido que hacer sobre sus previsiones iniciales. También me refiero a la necesidad de impulsar la organización de los propios ciudadanos para que participen en la búsqueda de soluciones a sus propios problemas y a los problemas generales del país. Y quiero decir, en último término, que los principales dirigentes políticos no sólo han de saber ocupar sus despachos, sino también salir de ellos para conocer personas y problemas y para que, a su vez, les conozcan y les juzguen.

Todo esto es más importante que el tan discutido problema del modelo político y social, porque los modelos están hoy en discusión en toda Europa, la del Este y la del Oeste, y lo que queda, lo que está en primer plano de manera indiscutible, es la aspiración general e innegociable a la igualdad, sobre todo porque el progreso económico la hace más factible y más próxima y porque las viejas justificaciones, laicas o religiosas, de la desigualdad están cayendo por los suelos.

Creo que esta pequeña reflexión sobre el pasado inmediato es muy importante para enfrentarse con el futuro. El tema de fondo es que el PSOE, con mayoría absoluta o sin ella, seguirá siendo la fuerza decisiva de gobierno, y su problema principal es y será su capacidad de generar consenso y de aglutinar energías sociales y políticas en tomo a su propia visión de los grandes problemas del futuro en España y en el inundo. Y aquí es donde deberá demostrar su capacidad de sumar esfuerzos y aspiraciones y su lucidez estratégica para acertar con los auténticos aliados políticos y sociales.

Este último es, sin duda, otro de los debates pendientes, por que una cosa son los apoyos políticos, coyunturales, por necesarios e importantes que sean, y otra las alianzas estratégicas. Personalmente, no minimizo la importancia de las posiciones tomadas por el PP y los partidos nacionalistas en el último debate sobre el estado de la nación y sus actitudes posteriores de acercamiento al Gobierno socialista en el tratamiento de algunos problemas y de algunas reformas candentes, porque creo que estas actitudes han contribuido a fortalecer la de mocracia parlamentaria en unos momentos bastante deli cados. Tampoco minimizo, por otro lado, la dificultad de Regar a un consenso con el CDS e IU, dados los planteamientos ac tuales de ambas fuerzas. Pero sacar de estos datos coyuntura les conclusiones apresuradas sobre las alianzas políticas del futuro es francamente peligro so. En definitiva, no hay que ol vidar que la derecha conserva dora necesita legitimarse como fuerza de gobierno para aspirar a desalojar a los socialistas del poder y que los nacionalistas buscan el acuerdo con el Gobierno del Estado para poder arrinconar a los socialistas en su propia comunidad autónoma -como en el caso del País Vasco y, en otro contexto, el de Cataluña-. Buenos son, pues, los acuerdos, sobre todo si sirven para impulsar reformas necesa rias, pero mucha prudencia a la horade sacar conclusiones políticas generales para el futuro.

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