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Una fusion imposible

La cuenta atrás de la ruptura del proceso de fusión entre el Banesto y el Central empezó probablemente el mismo día en que se formalizaron los primeros acuerdos. Fue una fusión que empezaba ya con mal pie por la excesiva carga de segundas intenciones e hipotecas con que acudía cada parte. Conde y Escámez se pusieron de acuerdo en mayo de 1988 más por la necesidad de diluir los problemas internos que sufrían en sus propias casas que por una sentida convicción de crear una gran entidad financiera, proyecto sobre el que habían manifestado toda clase de dudas, reticencias, cuando no una oposición abierta.

A lo largo de estos nueve meses las dificultades para lograr una cohesión interna en cada entidad fueron aflorando con pretextos diversos, cuestionando el proceso de fusión en repetidas ocasiones. En los sucesivos enfrentamientos trascendía cada vez con mayor virulencia una lucha abierta por el poder entre los principales protagonistas que ocultaba las dificultades económicas reales de ambos bancos para culminar con éxito su proceso de saneamiento. Dificultades que aparecen cada día con mayor relieve como el elemento determinante que ha impedido forjar la fusión, que nunca ha ido más allá de los acuerdos formales. En este sentido, cabe recordar las recientes declaraciones del gobernador cuando advertía que "no hay cosa peor que una fusión mal planteada". 0 las más recientes manifestaciones de un directivo del BBV que hacía notar que durante los nueve meses transcurridos Banesto y Central no habían desarrollado ni un solo proyecto juntos.Pero junto a estas dificultades de origen, el inicio próximo de la no fusión empezó hace varios meses el día en que las autoridades monetarias comunicaron al Kuwait Investment Office (KIO) que no debía suscribir ninguna ampliación de Cartera Central, la sociedad que era el principal accionista del Banco Central (12,5%) y se había fijado como objetivo llegar a tener un paquete de hasta el 10% del nuevo banco fusionado. La advertencia de las autoridades significaba de hecho frenar las ambiciones de los kuwaitíes y limitar el valor estratégico de su paquete en la misma medida en que proporcionaba un menor dominio sobre la sociedad y el banco.

El propósito de tener controlado al KIO tuvo otros efectos no previstos ni buscados. El grupo inversor árabe, que había sido muy bien recibido para consolidar la posición más bien vista por las autoridades, perdió de golpe todo su interés por la inversión en cuanto intuyó que una limitación de su margen de maniobra le impediría entrar y salir de las sociedades y obtener beneficios puntuales.

El KIO se va

La imposibilidad de suscribir nuevas ampliaciones significaba que la participación de los kuwaitíes en Cartera Central del 48,8% se iría reduciendo y también su valor a medida que estas se fueran efectuando. Ante esta perspectiva KIO optó por poner a la venta su paquete en Cartera Central. Posiblemente otros acontecimientos influyeron en esta decisión. El nombramiento de Miguel Boyer como presidente de Cartera Central a propuesta de los Albertos, los accionistas mayoritarios (51,2%), había situado en un segundo plano más alejado e incómodo a los kuwaitíes. Por otra parte, su interés por abandonar el grupo fue creciendo a medida que fueron trascendiendo los conflictos personales de uno de sus, socios con las consecuentes implicaciones patrimoniales.

La decisión de poner a la venta su participación por parte de KIO significaba minorar en gran medida el poder de Cartera Central y reducir de forma considerable las posibilidades de liderar la operación tal como había intentado a lo largo de todo el proceso para lo que planteó numerosas batallas.

Las disensiones internas en el accionista más sólido y que más había estudiado el alcance de la operación suponían una estocada mortal para todo el proceso.

La semana pasada los acontecimientos se precipitaron con una velocidad inusitada. A la separación como socios se añadieron nuevas desconfianzas provocadas por negociaciones paralelas. Mario Conde y Miguel Boyer comprendieron que debían anticiparse sino querían quedar pillados por los acontecimientos que les venían encima.

En la madrugada del miércoles, los socios mayoritarios de Cartera Central acordaron una solución con Mario Conde que implicitamente suponía poner el punto final a la fusión. El pacto consistía en la retirada de Cartera Central de Banesto entidad en la que poseía un paquete del casi el 2%.

En aquellos momentos trascendió otro elementó que provocó una perturbación mayor aún y que hacía ya imposible cualquier intento de reconducir la situación. La escisión de Juan Abelló, el mayor accionista de Banesto de poner a la venta su paquete del 3,5% de acciones del banco. En cuestión de horas se habían puesto a la venta dos importantes paquetes de acciones valorados en unos 23.000 millones de pesetas.

Las autoridades no ocultaron su irritación y no tardaron en dar a conocer su oponión contraria a autorizar este tipo de operaciones, exigiendo que los consejeros debían comunicar previamente al banco emisor este tipo de operaciones.

La confusión creada fue de tal calibre que las bolsas de valores suspendieron las cotizaciones para evitar un descalabro de las cotizaciones. A partir de este momento, el pasado viernes, cuando todos excepto Escámez daban ya por rota la fusión, las cúpulas de ambos bancos se han refugiado en sus entidades con dos objetivos principales. Configurar la forma jurídica de la ruptura menos escandalosa y elaborar una nueva cuenta de resultados que, sin incluir los beneficios fiscales de la fusión, sea aceptada por el Banco de España manteniendo el dividendo.

La situación ha llegado a ser tan crítica como lo revela el hecho de que una entidad del estilo de Banesto haya tenido que buscar el apoyo masivo de sus empleados para que adquieran importantes paquetes de acciones mediante la concesión de créditos blandos en un intento de salvar las cotizaciones de este valor bancario.

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