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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La ley de la jungla

DOS ELEMENTOS de gran significación han marcado la dinámica del sector financiero español en las últimas fechas: la junta general de accionistas del Banco Bilbao Vizcaya y la ruptura de facto del proyecto de fusión entre los bancos Español de Crédito y Central. Ambos hechos, de naturaleza contradictoria, demuestran que la vía de la concentración bancaria para competir en Europa a partir de 1993 no es unívoca ni adecuada en todas las circunstancias.En la junta del Bilbao Vizcaya, primera entidad financiera española, se afirmó que la fusión de ambas entidades es irreversible, y también que ello no significa que no existan problemas. Las dificultades de imbricación de los dos bancos vascos, muchas veces incrementadas por los celos profesionales de quienes trabajan en ellos y aspiran a dominar en el proceso, no han impedido que se continúe hacia adelante, lo que es más que loable si se vuelve la vista hacia lo sucedido en las casas vecinas de Madrid, en particular en la del Banco Español de Crédito. Otros bancos que no cayeron en la tentación de unificarse artificialmente (Santander, Popular, Hispano, entre otros más pequeños) han tenido uno de los ejercicios más brillantes de su historia y continúan operando con la idea de ser eficaces en el momento de la entrada en vigor del mercado único europeo.

La cruz de la moneda la representa la quiebra del modelo de fusión entre el Banesto y el Banco Central. Lo que pomposamente se denominó "la operación financiera más importante de la historia de España" ha acabado en el caos más absoluto y, de ser ciertas las declaraciones privadas de muchos de sus protagonistas, en un marasmo preocupante de escándalos, expedientes, chantajes, investigaciones detectivescas y operaciones cruzadas que en buena parte todavía no han salido a la luz pública, pero que han dado al traste con lo que hubiera sido el portaestandarte del sistema financiero español. Más que sospechas sobre la existencia de graves irregularidades debe de haber cuando la autoridad monetaria ha requerido a los presidentes de ambos bancos para que informen a la misma de los movimientos de acciones realizados por los respectivos consejos de administración desde el pasado 1 de enero y para que anulen la compraventa de acciones de los consejeros mientras no exista la claridad necesaria en el mercado para hacer este tipo de operaciones.

A la hora de hacer un balance de lo ocurrido en los últimos meses en los dos bancos conviene recordar que el proceso de fusión se inició mucho más como un matrimonio de intereses -en el que lo que se dilucidaba era una lucha por el poder- que como la búsqueda de una entidad eficaz, moderna y capaz de resistir los embates de la banca europea en el momento en que esta última penetrase en España en igualdad de condiciones con las entidades nacionales. La estructura de los dos bancos, en muchos aspectos excesivamente anticuada, no era la más indicada para iniciar una concentración en la que al aparente beneficio de la suma de activos se contraponía el enorme riesgo de una multiplicación de los problemas que los bancos ya tenían por separado: excesivo número de oficinas, sobredimensión de plantillas y escasez de nuevos y atractivos productos bancarios. Otro factor de incertidumbre se añadía a los anteriores: en la fusión de dos entidades de las características señaladas, ¿de dónde surgía el germen de una nueva cultura empresarial que pudiera capitanear un proceso tan complicado como es una fusión? A estas alturas parece penoso recordar lo que ya hace muchos meses era una evidencia: la dimensión cuantitativa de un banco, aunque sea un elemento aconsejable, no es suficiente garantía de éxito. En un panorama previsible de desembarco masivo de los grandes grupos bancarios europeos, la especialización, tanto al menos como el tamaño, puede ser la condición de supervivencia de los bancos españoles.

Sin embargo, lo peor no han sido estas condiciones objetivas desfavorables, sino la lucha fratricida generalizada entre los grandes accionistas de los bancos. Olvidando que en el caso del sistema financiero lo primero son las instituciones (porque ellas manejan el dinero de centenares de miles de ciudadanos que han depositado en las cajas de seguridad sus ahorros) y después los pequeños accionistas, los grandes grupos de poder han contendido para determinar en primer lugar quién manda, dejando para un más adelante indefinido la gestión. Y llegó el desastre.

No es el momento todavía de pedir responsabilidades generalizadas ni indiscriminadas; es imprescindible conocer antes con exactitud el papel que cada uno ha desempeñado, sin trucos propagandísticos, fintas despistadoras, hagiografias disimuladas y pistas a seguir en dirección equivocada. Es la autoridad económica, garante por ley de la buena marcha de un negocio que se basa en la confianza, la que ha de depurar los términos del desacuerdo y darles luz y taquígrafos. Y luego sajar la herida y extraer los elementos extraños y nocivos. Sin esta intervención, el sistema financiero amenaza con convertirse en la ley de la jungla, y sus paganos principales serán los depositantes y los accionistas, que no habrán dispuesto de la información adecuada y en igualdad de oportunidades. Ante el peligro de ser acusadas de una intervención permanente, las autoridades están a punto de caer en el otro extremo: dejar a la zorra en libertad dentro del gallinero.

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