Esperanza en Polonia
Siete años después del golpe, y tras seis años de prohibición de Solidaridad, el sindicato dirigido por Lech Walesa está encontrando el derecho de cuidadanía en Polonia.La agravación de la crisis económica y de la inestabilidad social obligaron al general Jaruzelski a volver a introducir en su país ese pluralismo sindical que había intentado desenraizar tiempo atrás con los tanques y con la represión. Después de dos olas de huelgas espontáneas -en febrero y en agosto de 1988-, el jefe de Estado polaco comprendió que sin un diálogo social la situación corría el riesgo de volverse incontrolable. Data de esta época su decisión de permitir a Solidaridad actuar en el gran día.
No fue fácil. Jaruzelski y sus más próximos colaboradores, todos generales como él -Kiszczak, Sawicki, Janiszewski, etcétera-, necesitaron dos sesiones del Comité Central del Partido Obrero Unificado Polaco (POUP). Primero en diciembre, para retocar el grupo dirigente; después en enero, para someter a voto la resolución sobre el pluralismo sindical. La resistencia de una parte del aparato fue más fuerte de lo previsto, y Jaruzelski, por primera vez desde su llegada al poder, tuvo que solicitar un voto de confianza, amenazando con dimitir. El asesinato de un sacerdote en Varsovia, camuflado de crimen crapuloso, sería la obra ele esos opositores, destinada a torpedear el diálogo entre el Gobierno y Solidaridad. Pero este crimen sin resolver no ha dado los resultados esperados. La vuelta al pluralismo sindical en lo sucesivo es inevitable y confiere, según el primer ministro, Rakowski, "un contenido original al socialismo polaco".
No pudiendo presentar esta innovación como una victoria propia, el general Jaruzelski pone una. serie de condiciones a Lech Walesa sobre la estructura y el código de conducta del sindicato.
Para empezar pide que Solidaridad se organice por ramas industriales y no como hasta hace poco, sobre la base territorial, y que se comprometa durante dos o tres años a no suscribir huelgas. En realidad estas condiciones sólo sirven al general para salvar la cara y no constituyen para Lech Walesa obstáculos insuperables. El diálogo que se abre en Polonia sobre la cuestión de las huelgas, por ejemplo, a más de uno les parecerá algo semejante a lo que ocurre en países democráticos entre el Gobierno y las centrales sindicales de oposición.
Lo que sí es problemático es la situación económica marcada por una inflación galopante y por la caída del nivel de vida. Todo el mundo reconoce que Polonia, estrangulada por la deuda exterior, no podrá remontarse sin una cura de austeridad. ¿Hasta qué punto, mientras tanto, un sindicato que renace de sus cenizas puede fiarse de esta política que implica sacrificios por parte de su propia base obrera?
Reunidos semanas atrás en Gdansk, Lech Walesa y sus compañeros no quisieron firmar un cheque en blanco al general Jaruzelski. Consideran que "el contenido original" del régimen, citado por Rakowski, debía permitirles controlar su gestión "para terminar con el despilfarro y revisar los gastos presupuestarios". En resumen, dicen sí a la reformas y no al descenso del nivel de vida de los trabajadores. Además, el diálogo social a la polaca, totalmente inédito en el resto de los países del Este, debería, lógicamente, ayudar al Gobierno de Varsovia a congeguir de los occidentales la renegociación de la deuda o incluso nuevos créditos. El canciller Helmut Kohl ha aceptado ya que los polacos devuelvan a la República Federal un millón de marcos en zlotys, moneda que no es convertible. François Mitterrand, cuya visita a Varsovia se espera para finales de prlmavera o principios de otoño, tampoco llegará con las manos vacías. En estas condiciones se puede pensar que la ayuda exterior suavizará algo el rigor de la necesaria austeridad, pero muy difícil de gestionar por los interlocutores sociales polacos.
Sin embargo, lo más importante es que la legalización de Solidaridad devuelve a los polacos una esperanza de la que se habían visto privados durante siete años. Evidentemente, la situación ha cambiado mucho desde 1981, y Solidaridad no recuperará su fuerza de antaño, pero la oposición, muy ran-iificada y que dispone de su propia prensa semiclandestina, podría salir poco a poco de su gueto gracias al pluralismo sindical. Es un primer paso hacia un debate mucho más amplio que el que se abrió alrededor de una mesa redonda entre representantes del POUP, de la Iglesia y de los sindicatos, con un especial protagonismo de Solidaridad.
Traducción: Y. Barral.
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