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Explicación que no exculpa

Ramón Carnicer, doctor en Filología, antiguo profesor de las universidades de Zaragoza y Barcelona y de la City University de Nueva York, autor de numerosos libros y colaborador de diarios y revistas de España, Europa y América, publicó en EL PAÍS (21 de noviembre de 1988) un artículo titulado Muchos filósofos. El trabajo no se incluyó en la edición de Barcelona, donde reside Carnicer, por lo que no pudo verlo en su momento. Casi tres meses después ha llegado a su poder un recorte. En carta a la dirección del periódico expresa su sorpresa: "Nunca se había hecho objeto a ninguno de mis trabajos de supresiones como las llevadas a cabo en mi artículo", manifiesta, "salvo en tiempos en que existía censura previa". Carnicer considera "inadmisible semejante licencia", no autorizada por él.El artículo, que inicialmente se compuso en su integridad, tuvo que cortarse en el momento de ser ajustado: excedía del espacio que se le había asignado. Cerca de 120 palabras, unas 20 líneas, fueron tachadas para que cupiera en la plana. Juan Cruz, redactor jefe de Cultura, sección en la que apareció el mutilado trabajo, no duda en reconocer que Carnicer tiene toda la razón: "Está reglamentado en el periódico", dice, "que todos los cortes o modificaciones que se realicen sobre un texto ajeno a la Redacción le sean comunicados al autor", antes de ser publicado, claro está. "No se ha hecho en esta ocasión", añade, "y no precisamente por motivos de censura, como resulta obvio". "Por ello", concluye, "Ramón Carnicer merece, sin duda, una explicación que no nos exculpa".

El incumplimiento de la regla a que alude Juan Cruz no se justifica, como él mismo reconoce. Además, desde que se compuso el artículo hasta que se publicó pasaron 20 días, tiempo suficiente para saber el espacio real que ocuparía, y suficiente también para consultar con su autor los cortes que fuera necesario hacer por razones de espacio. Carnicer no es el único articulista que ha protestado por este tipo de mutilaciones. Las prisas del cierre de las ediciones, las premuras del ajuste afectan más a lo que es información del día que a las colaboraciones.

Vivienda compartida

El miércoles 8, EL PAÍS informaba de que dos jóvenes -Federico Barcala, licenciado en periodismo, y Fernando Borreguero, todavía estudiante de la misma especialidad- habían sido detenidos por la policía en el bar de la facultad de Ciencias de la Información de la universidad Complutense: presuntamente habían instalado en dicho lugar un negocio de venta de drogas. Se contaba que, según fuentes policiales, el arresto fue presenciado, "entre otras personas, por una joven francesa que reside en la misma casa" que los detenidos, casa que "comparten con varios miembros de un ballet".

Óscar Millares Cantero escribe al ombudsman para precisar varios puntos de la información. La vivienda que se atribuye como residencia de los detenidos no es tal: se trata de un piso compartido por cuatro personas -entre ellas el propio Óscar Millares-, "en el que no vive ni nunca ha vivido Fernando Borreguero; en el caso de Federico Barcala, sólo vive desde hace dos semanas". Además, los habitantes de la vivienda no son "miembros de un ballet: "Se trata de profesionales de la danza que trabajan independientemente y por separado". La aludida estudiante francesa tampoco reside en el piso: ella, que nada tiene que ver en el asunto", tiene su residencia en Francia y sólo hacía dos días que había llegado a Madrid, "con la intención de pasar una semana de vacaciones". Por unos días se alojaba allí, "uniéndole sólo una mera relación amistosa con uno de los detenidos, Federico Barcala".

El redactor jefe José María Izquierdo acepta "la sutil matización" de Millares respecto a que la joven francesa -"personaje irrelevante en el resto del relato", precisa- no residía en la casa, sino que vivía o "estaba alojada temporalmente".

Izquierdo admite otra precisión de Millares: "Dice que sólo uno de los detenidos, Federico Barcala, es habitual al piso, y no Fernando Borreguero, que 'no vive ni ha vivido nunca' en él, error que se reconoce".

El redactor jefe no tiene tampoco reparo en rectificar otro dato: los residentes de la casa no son miembros de un ballet, son profesionales de la danza que trabajan por separado. Sin embargo, estima que "para la historia ninguna relevancia tenían sus compañeros de casa, por lo que nada se investigó sobre ellos". Por otra parte, agrega que nadie podía averiguar, leyendo la información, quiénes son o dónde viven los que comparten el piso.

Una comprobación de los datos facilitados por la policía habría evitado estas precisiones.

Extravagancias y hermanastros

"El presidente Bush se precipitaría si aprobase todas las extravagancias científicas de su predecesor", se leía en la traducción extractada de un artículo de The New York Times, publicado en la sección Revista de Prensa (EL PAÍS, 8 de febrero). Margarita Bernis escribe para corregir: "Por lo que dice el artículo antes y después de esta frase, es fácil adivinar que se ha traducido la palabra inglesa extravagancies (despilfarro) por extravagancia".

No conocemos la intención del autor del artículo traducido (extravagancies se puede traducir también por extravagancias), pero sí parece que en este caso lo apropiado era despilfarro, derroche. Un derroche y despilfarro si se quiere extravagante, pero esto lo añadiríamos nosotros.

Por dos veces se han escapado en las páginas de EL PAÍS dos hermanastros indebidamente. Joaquín Garrigós nos lo advierte: "En ambos casos se está desvirtuando el término, pues se emplea allí donde debiera usarse hermano".

El lector nos remite al dicciomario: hermanastro es el hijo de uno de los dos consortes con respecto al hijo del otro; hermano, la persona que, con respecto a otra, tiene los mismos padres o solamente el mismo padre o la misma madre.

"Hermanastro", recuerda Garrigós, "no es forma de parentesco alguno, sino un término acuñado para designar a dos personas que, como el sufijo -tro indica, son algo así como hermanos". Y nos recuerda: "Este sufijo, procedente del latín -trem, se emplea con el sentido de "parecido a", "como si fuera", etcétera, y tiene un carácter peyorativo". Tan peyorativo como politicastro o musicastro.

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