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El Madrid socialista

Para luchar contra el doloroso sufrimiento que padecían los trabajadores españoles, un pequeño grupo de hombres se reunía en la taberna Labra, situada en el número 12 de la calle de Tetuán, que nace en la plaza del Celenque, atraviesa Preciados y termina en la calle de San Alberto. Atareados alrededor de una mesa, buscaban fórmulas para conquistar la felicidaed, esa idea nueva, o el bienestar sin iniquidad oprobiosa, y quizá alcanzar en el futuro la prosperidad para todos los que sufren. Según me dice Manuel Molina, actual propietario de la taberna Labra, este grupo también se reunía en una habitación de la fonda que estaba encima de la taberna, donde tenían una prensa clandestina. En la fachada de esta casa pudimos leer una placa recordatoria: "El 2 de mayo de 1879, careciendo los trabajadores de libertad para reunirse y asociarse, se fundó clandestinamente el Partido Socialista Obrero Español". Pero aquí no termina la historia de esta taberna. Otro pequeño grupo de hombres que había luchado por estos mismos ideales durante nuestra guerra civil, todos recién cumplidas las penas de cárcel a que habían sido condenados, se daban cita los sábados a la una de la tarde para evocar recuerdos, vivificar esperanzas y conjugar estrategias en la lucha contra el franquismo. Participaban el siempre animoso doctor Alfonso Tortosa, que había sido comandante médico en el Cuerpo de Carabineros y luchó en los frentes de Madrid, Brunete, Teruel; el doctor Baldomero Cordón, teniente de Estado Mayor en el III Cuerpo de Ejército del Centro, que mandaba el coronel Ortega y cubría el frente del Jarama; el doctor Francisco Herrero Martín, capitán de Estado Mayor en la misma unidad; Julián Diamante, ingeniero de caminos, uno de los que trazó planes militares para la defensa de Madrid y diseñó los puentes defensivos sobre el río Ebro; Jaime Menéndez, excelente periodista y autor de un libro sensacional, Vísperas de catástrofe, en el que vaticinaba la II Guerra Mundial; Celestino García, oficial del Ejército Republicano, destacándose en la batalla de Asturias, y de tan pocas palabras que en broma le llamaban, Castelar; Antolín Bronchado, matemático y capitán de infantería; Manuel Sáenz de Pipaón, también matemático y catedrático del instituto de San Isidro, había, sido capitán de Artillería.Otra calle madrileña que recuerda el pasado revolucionario y socialista de la Villa y Corte es la de Pablo Lafargue, entre las de María Teresa Sáenz de Heredia y José Luis Arrese. ¡Extraordinario personaje este socialista francés! Nació en Santiago de Cuba, hijo de ricos plantadores de azúcar, estudia en Francia y combate en la Comuna de París. El Gobierno de Thiers lo destierra, y vino a España acompañado de su mujer, Laura, hija de Carlos Marx, con la que se había casado en Londres. En Madrid colabora en el periódico La Emancipación, y contribuyó a crear la Federación Socialista, afiliada a la Asociación Internacional de Trabajadores, participando en las reuniones del Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores. Regresa a París en 1880, y al cumplir los 70 años, fatigado de vivir y de luchar, se suicidan él y su mujer, tal como había anunciado.

En este paseo por el Madrid socialista llegamos a la glorieta de Cuatro Caminos, que era el centro del barrio obrero por excelencia. Llena de animación y movimiento a todas horas, recibía los días de fiesta una enorme afluencia de gentes del interior de la capital que iban a solazarse en el campo, a los merenderos -que todavía alguno queda- o acudir a los toros de la vecina plaza de Tetuán. En esta glorieta de Cuatro Caminos, el 13 de agosto de 1917 se inició la huelga general revolucionaria, con sangrientos combates entre la tropa y los obreros.

El principio esperanza como motor de la historia, que descubre el filósofo Ernst Bloch, es la fuente de donde mana y corre la utopía de un mundo armónico sin dolores que abrumen ni desesperanzas que humillan, sueño forjado por aquellos hombres reunidos en la taberna de Labra en 1879 y que siguen reviviendo muchos otros hombres que luchan por una vida feliz sin desdichas ni explotaciones. ¿Ingenua esperanza? No lo sabemos, pero sí ciertamente es un impulso fortísimo el que nos lanza hacia el porvenir, al más allá del rito cotidiano del mundo establecido, a lo asombroso y nuevo evocado en estas calles madrileñas que nos sorprenden siempre.

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