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San Valentín

Hay que vadear estas semanas cuanto antes. Caminar pegados al zócalo de los días y aguantar como sea el anticición de este mes cenagoso. Todos los febreros tienen un cierto aire de agujero negro del calendario, abierto entre los últimos barquillos y las primeras mimosas. Un mes canijo y rabicorto sin manchas rojas en la piel del tiempo y unas pocas fiestas que nunca han sido de guardar y por eso se pierden: el miércoles de ceniza, el 23-F y San Valentín, patrón de los enamorados y de otros comerciantes.Nos tropezamos con él hace dos días. Iba por las cafeterías y los pasillos del metro como un africano de esos que intentan endosarnos idolillos de ébano o felpudos beréberes. Cargado de medallas salvíficas, san Valentín instaba a las parejas a que dieran un salto cualitativo de cariño con la adquisición de su mercancía. Este pequeño dios del arrumaco es un auténtico carroñero del amor, como los violinistas de restaurante o las floristas de sobremesa. Llega siempre tarde a las cansinas citas de la rutina con su amor de catálogo bajo el brazo y esos corazones asaetados que algún día fueron pasión y hoy son solamente vísceras de plástico. Este santo es el trapero de aquellos antiguos amores de garita y nomeolvides. Nacido para vender, nos vendió una fecha al año a cambio de muchos días de ausencias. Y se la compramos. Porque de amor nunca se va sobrado y más vale santo caduco en mano que príncipe azul volando.

Y es que en el fondo este san Valentín casero es el viajante del único amor posible. El que cultiva el erotismo de portal y el besamanos a la suegra, el que alimenta sueños tórridos y esculpe lunas de miel en el iglú. Creímos merecer el amor sublime de los colchones de agua y nunca salimos de las caricias tímidas de los bancos públicos donde san Valentín nos enseñó a grabar nuestro corazón de bachiller en la madera. Fue el inductor del amor primero y ahora nos embalsama el amor póstumo. Llega cada febrero para recordarnos que alguna vez nos quisimos un poquito y que, a cambio, bien podríamos comprarle un exvoto en forma de medallita.

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