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Revisión del revisionismo

Fernando Savater

Viene de la página anterior

Un fantasma recorre Europa, especialmente Alemania Occidental y Francia: la revisión histórica de la trágica peripecia nazi, en particular de la persecución y exterminio de los judíos. El escándalo digamos teórico de esta revisión se refuerza con significativos acontecimientos de otro orden: visita de Reagan a un cementerio alemán donde están enterrados soldados de las SS junto a caídos norteamericanos, defensa de Klaus Barbie basada en que los crímenes nazis no fueron específicamente diferentes de otros genocidios cometidos por naciones colonialistas occidentales, ascenso espectacular de la extrema derecha en las últimas elecciones francesas, discurso escandaloso del presidente democristiano del Bundestag alemán (que le cuesta el puesto), y, ahora, triunfo electoral de los neonazis en los comicios de Berlín. ¿Tienen conexión intrínseca todos estos sucesos y otros semejantes con las polémicas tesis de los historiadores revisionistas? ¿Se suaviza o falsea el recuerdo de las atrocidades de la bestia como primer paso para lograr que su vientre aborrecible vuelva a ser fecundo? ¿0 se trata nada más que de hacer más precisa y objetiva la historia de la Europa de nuestro siglo, permitiendo que Alemania reconstruya sin un mutilador complejo de culpa su conciencia nacional? Hace no mucho, en estas mismas páginas, comentaba con tino Rafael Argullol que el calificativo fascinante aplicado por el dimitido presidente del Bundestag a la época nazi (y que tantas ronchas morales levantó) no deja de señalar un secreto a voces y apunta un problema sobre el que se pasa de puntillas: a saber, que el vértigo por el abismo totalitario fue una realidad incluso entre quienes no compartían la ideología hitleriana. Y esa fascinación aún dura, no sólo entre los que pretenden reabrir el abismo, sino también entre muchos que necesitan mitificar sus oscuras profundidades para así edificar a la contra sobre él.Revisemos lo que dicen los historiadores revisionistas. Me refiero a lo que efectivamente dicen, no a lo que otros creen que dicen o se supone implícito en sus palabras. Para empezar, digamos que hay un revisionismo duro y otro más blando y ligero. El primero está centrado en Francia, en torno a las tesis del profesor Robert Faurisson y de los semiclandestinos Anales de Historia Revisionista. Basándose en estudios topográficos y técnicos de Auschwitz, así como en análisis del testimonio, de los supervivientes, Faurisson niega la existencia de las tristemente célebres cámaras de gas exterminadoras de judíos; tampoco cree que h7,ya evidencia histórica para sostener que el "holocausto" fuese una orden precisa y deliberada de Hitler, atribuyendo la mortandad de judíos -como la de gitanos, homosexuales, comunistas, etcétera a las condiciones de la deportación y de los campos de concentración en época de guerra. En cuanto al revisionismo más ligero, que, sin embargo, es el que más eco público ha tenido, viene representado por ciertas tesis de Ernest Nolte y otras parcialmente concomitantes de Andreas Hillgruber, Michael Stürmer, etcétera. No resultan tan fáciles de sintetizar como las del grupo de Faurisson, pero las más notables son que el exterminio de los judíos (ninguno de estos historiadores niega la realidad de las cámaras de gas ni del holocausto) no fue sino un atroz reflejo defensivo de Hitler ante el exterminio bolchevique de los ku1aks y otros muchos enemigos políticos (Nolte); que a fin de cuentas no consistió más que en una prolongación de las doctrinas exterminacionistas por razones políticas, religiosas o hasta documentadas a la ligera, has a el punto de que personafidas es que no las comparten tan tenido que intervenir en favor de que le sea respetado el derecho a sostenerlas (entre estos apoyos destacan el de Noam Chomski y Cohn-Bendit) También ha afrontado procedimientos penales en su contra, lo mismo que Pierre Guillatme, director de Anales de Historia Revisionista y su principal valedor polémico. El resultado de todo ello, junto a varios procesos, es la prohibición de que la revista Anales sea exhibida públicamente y el hecho de que no pueda ser vendida sino por correspondencia, mientras no se ha llegado a proponer en la Cámara legislativa francesa con apoyo de numerosos diputados de varios partidos- declarar formalmente delito el poner en duda la existencia de las cámaras de gas homicidas nazis y del holocausto judío. Todo ello recuerda la demanda de indemnización de Violeta Friedman ante tribunales españoles contra Leen Degrelle, al haber éste ofendido su honor de judía cuestionando la existencia de las cámaras de gas. Pero con la diferencia de que Degrelle es un nazi convencido, mientras que Faurisson se considera hombre de izquierdas, Pierre Guillaume fue un destacado líder gauchista en 1968 y las publicaciones revisionistas aparecen en la editorial anarquista La Vielle Taupe. Y Guillaume aclara: "la puesta en cuestión de la existencia de cámaras de gas no implica en modo alguno que se renuncie a la crítica radical de las tesis nazis y a la condena del sistema concentracionario y las medidas antisemitas". En cualquier caso, lo discuta un nazi o un izquierdista, ¿por qué han de ser las cámaras de gas un dogma de fe? Que existieran o no será una cuestión de hecho a debatir científicamente, no algo que ha de ser creído bajo pena de excomunión. Y no es válido argumento el de que tal cuestionamiento favorece a los neonazis, porque del mismo modo pueden decir -y dicen- Faurisson y Guillaume que el dogma de las cámaras de gas o la doctrina oficial del holocausto son legitimaciones míticas de la persecución del pueblo palestino por parte del Estado de Israel y el sionismo internacional. Por muy antipáticos que puedan sernos ciertos planteamientos históricos (pero que no exhortan directamente ni al racismo ni al enfrentamiento violento entre comunidades) y por grandes que sean las reservas que nos susciten las creencias democráticas de quienes los mantienen (sean simpatizantes del nazismo o ultraizquierdistas deseosos de probar la hipocresía del imperialismo capitalista latente bajo el humanismo burgués), no cabe duda de que aplicarles procedimientos inquisitoriales es una ofensa patente a la libertad de expresión y de investigación.

En cuanto a los revisionistas alemanes, el caso se presenta de modo diferente. No se trata de una versión diferente de los hechos, sino de una interpretación distinta de los mismos, que tiende a diluir su especificidad

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Revisión del rensionismo

atroz y a convertir el nazismo en otro episodio brutal del difícil asentamiento de la modernidad política: una respuesta desmesurada y contraproducente a problemas reales. La música de fondo es normalizar la conciencia histórica alemana y curarla de sus complejos, pues el triste episodio hitleriano no oscurece más su pasado de lo que tantas barbaridades colonialistas ensombrecen el de Reino Unido, Francia o Estados Unidos, sus interesados verdugos en la gran contienda. Los peligros que señala enérgicamente Habermas en esta actitud son más que verosímiles: no tanto apoyo al auge de fórmulas neonazis (aunque este peligro no sea completamente descartable), sino relanzamiento de la gran Alemania -con poderío esta vez más económico que militar- como líder menos opuesto a los intereses americanos de una Europa empeñada en su unidad supranacional. No puede olvidarse que Hitler también fue partidario de la reunión política de Europa... naturalmente bajo la hegemonía germánica. Pese a ello (y valorando en todo su cívico coraje la propuesta habermasiana de "patriotismo constitucional" como el único ya lícito tras los pasados horrores nacionalistas), sigue siendo cierto que hay algo muy recuperable en aquel viejo mitteleuropeismo que tantas correcciones y contrapesos necesitaría desde luego en la Europa posible. Claudio Magris apunta a ello en un párrafo de su libro sugestivo sobre la cuenca poéticocultural del Danubio: "El nazismo es la inolvidable lección de la perversión de la presencia alemana en la Europa central. Pero la presencia alemana en la Mitteleuropa ha sido un gran capítulo de la historia, y su eclipse, una gran tragedia, que el nazismo, responsable de su degradación y de su derrota, no puede hacer olvidar. Interrogarse acerca de Europa significa, actualmente, interrogarse asimismo acerca de su propia relación con Alemanía".Algo se subleva en el corazón de cualquier progresista -con el estrecimiento que retrocede ante lo más obsceno- cuando se propone revisar poco o mucho los protocolos del horror nazi. No hay que dar ni un argumento al racismo, a la xenofobia, a la anti-ilustración autoritaria: no se puede bajar la guardia. Pero ese repelús sagrado puede enmascarar la inexplícita necesidad de un caos primigenio de cuya arbitrariedad supremamente cruel, distinta a todo lo anterior y lo posterior, provenga la temblona estructura democrática que defendemos. Si los nazis no fueron tan malos, tan específicamente malos, quizá haya quien quiera reeditarlos con algunos retoques y concesiones al conservadurismo belicoso actual; pero insistir demasiado en lo único y titánico de su desmesura política puede convertirlos finalmente en disculpa de otros abusos y otras atrocidades, en las hadas negras que murinuran ensalmos indescifrables junto a la cuna de la democracia contemporánea. Quizá sea preferible insístir en la banalidad del mal allí encarnado, como hizo Hanna Arendt, banalidad recurrente como todas las banalidades, demasiado espantosa e insignificantemente banal para justificar nada ni garantizar nada.

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