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Dalí / ficción

La muerte de Salvador Dalí ha disparado un alud de comentarios sobre la figura y la obra del pintor de Cadaqués que, junto al reconocimiento casi unánime de la genlalidad del artista, se ha detenido también en las cualidades del hombre. La inercia de la exaltación pictórica y el subjetivismo de discípulos o fans hacen comprensibles calificativos como "único", "perfecto", "divino Dalí". Los aspectos histriónicos del personaje y su fundamental egolatría han sido presentados como modos de expresión de una imaginación desbordante, y hasta el inevitable desprendimiento de unos bienes que no se pudo llevar con él a la tumba ha sido interpretado como una muestra de voluntaria generosidad.Hasta aquí el volumen de incienso utilizado puede considerarse justamente quemado. Menos acorde con la realidad parece la defensa que hacen algunos de la imagen de un Dalí políticamente contestatario, perseguido por la autoridad y ácrata radical. Raro anarquista quien siempre se granjeó el favor del poder y aduló en toda hora a quien lo detentara. La memoria histórica impide olvidar que en 1951 Dalí afirmó en una conferencia que ,,antes de Franco los políticos y los gobiernos aumentaron la confusión, el desorden y las mentiras en España", y que el dictador restableció la claridad, la verdad y el orden".

Quienes, de la mano de las locuras de juventud del artista, defienden la ficticia visión de un Dalí eternamente inconformista invocan su insistencia en autodefinirse como "apolítico". Olvidan quizá que en momentos claves adoptó compromisos no siempre metafísicos con el poder. No de otro modo cabe interpretar el respaldo al uso hecho por Franco de la pena de muerte cuando afirmó que "si alguien cree tener una misión histórica y tiene en sus manos una ley que la impone debe aplicarla hasta sus últimas consecuencias". Atribuir a éste y otros pronunciamientos de Dalí el mismo valor de divertimiento que a sus excentricidades sobre las alas de las moscas es bastante más que una frivolidad. Es un falseamiento de la historia.

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