Un servicio que dejó de serlo
Luis Solana llegó a la presidencia de Telefónica el día de los Santos Inocentes de 1982. En los seis años, un mes y quince días transcurridos, Telefónica ha recorrido una amplia gama de estrategias empresariales, que se iniciaron con una colosal oferta de modernidad y terminaron con una imagen de país incapacitado para tener una red telefónica que cumpliera su deber primordial: el servicio al usuario.
La Telefónica de Solana se presentó primero en sociedad corno una "locomotora tecnológica", dispuesta a atraer con su inmenso poder de compra a las primeras potencias mundiales de la industria informática y de las telecomunicaciones. Los acuerdos con Fujitsu y ATT jalonaron esa primera etapa. Pero esta política terminó por arruinar la esencia de esta empresa de servicios y comenzó a amargar la existencia a los usuarios.
Llamado a capítulo por el Gobierno, Solana cambió diametralmente el libreto, dejó que el grupo de empresas filiales pasara a un papel secundario y empezó a cuidar del servicio. Pero ya era tarde. La tónica general de su gestión ha sido siempre el saneamiento interno, con prioridad sobre la inversión en activos materiales. Cuando el presidente de Telefónica quiso darse cuenta, la demanda había encarado su espiral de crecimiento y Telefónica no daba abasto para atender las peticiones de los usuarios. El error de cálculo ha sido de un año, en el que Solana ha tenido que soportar las presiones que se derivan de las carencias de un servicio público que como el telefónico ha conocido con Solana las cotas más bajas de su historia.
Su nombramiento como director de RTVE llega en el peor momento para Solana, cuando la empresa empieza a remontar su punto crítico. El deseo manifestado recientemente por el presidente de Telefónica para permanecer en el cargo no era gratuito y es que sus defensores creen que la gestión de Solana va a ser inversamente proporcional a la herencia que deja.
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