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Tribuna:POR LA RUTA DEL SOCIALISMO REAL
Tribuna
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La ciudad siempre estaba ahí por la mañana

Un hombre distraído está pensando siempre en algo más. Y a medida que pasaban los días y las horas de cada tarde y de cada mañana, iba cediendo más y más a la tentación de perderme en la Praga que Kafka nunca comprendió, para bien de la literatura universal. Miembro de una familia judía y germanizante, el autor de las más grandes alegorías sobre lo que vendría más tarde tuvo también algo de costumbrista en el mundo que le tocó vivir. Qué duda cabe. Si nos imaginamos un día en la vida de Kafka, que frecuentaba la sinagoga del centro (una de las más antiguas de Europa), donde están enterrados algunos de los místicos judíos, incluyendo al rabino cabalístico del Golem (el de la estatua de barro al que le inyectó la vida), y si recordamos que diariamente cruzaba el puente principal, lleno de estatuas de héroes cristianos castigando a diablos y seguramente a judíos, para llegar luego hasta la casa de sus padres, a un lado del castillo que corona la ciudad, empezaremos a comprender mejor la lúcida angustia de este maniático cuyo carácter era totalmente opuesto al de Balzac, quien solía decir: "Puedo aplastar todos los obstáculos". Kafka, en cambio, afirmaba: "Cada obstáculo me aplasta".Para llegar de casa de los padres de Kafka al castillo se necesita una Ariadna de Teseo, por ser tan laberíntico el camino. Al entrar al castillo, lugar donde Kafka burocratizaba, más que trabajaba, encontramos una especie de zaguán enorme, al fondo del cual hay una inmensa apertura en la pared que da a un salón al que, sin embargo, no existe acceso directo, aunque sí se vislumbra un segundo salón al fondo del primero. Y todo esto, para colmo de males, en checo, lengua que a este judío germanizante le era tan ajena como la misma Praga. La verdad, uno termina pensando que Kafka no necesitó demasiada imaginación para escribir El castillo. Le bastaba con ser un buen observador.

Tristeza

Praga es una ciudad tan fascinante como triste, pero que, a diferencia de Venecia, jamás hace un disfraz de su fascinación o su tristeza. Todos los andamios del mundo, incomodísimos para el caminante y peligrosísimos para el caminante distraído, impiden con impresión de precariedad que se vengan abajo la presencia del barroco de la contrarreforma, la de la cábala y la del gran momento del imperio austro-húngaro. Visitarla, entrado ya el otoño y llegada también ya la estación del guante, es adentrarse en la repentina y temprana oscuridad que sorprende al caminante recién empezada la tarde, casi como un silencioso lamento, casi como un triunfo final de la tristeza sobre la belleza con muletas que parecen postergar, día a día, su venida abajo, aunque también por momentos la ciudad parece decirnos con voz muy alta que está segura, completamente segura, de que morirá de vieja, no de derrumbe. Los pocos turistas que cruzo en las calles o que encuentro en las puertas de alguna iglesia o museo se quejan. Muchas puertas se cierran para el visitante de otoño y no volverán a abrirse hasta el próximo mes de abril. Al castillo tendré que volver otro día. Están cerradas lasiglesias de San Vito y San Jorge y muchos accesos también están cerrados. La explicación: en el castillo funcionan todavía algunas de las más importantes instituciones gubernamentales, y entre ellas la Cancillería. Y está de visita por varios días el presidente de Angola.

Praga no es una ciudad grande y sus habitantes no pasan de 1,2 millones. Sin embargo, son tantos los itinerarios de grandes artistas que uno puede seguir que a cada rato crece subjetivamente un poquito más. Y así, a poquitos, termina por volverse enorme y envolvente, y uno puede hacerla crecer aún más si se dedica a olvidar toda guía, tan inmensa cantidad de monumentos históricos y de preciosos museos, ya que para verlos todos en cuestión de pocos días o semanas tendría que repetir la estereotipada imagen del turista norteamericano que le dijo a su esposa: "Tú mira la catedral por dentro y yo la miraré por fuera-.

Comer bien en Praga es cosa que se acaba pronto, porque tan sólo hay unos cinco o seis restaurantes de los que merecen un buen lugar en una guía gastronómica. Entre éstos, U Pavouka, instalado en las catacumbas de un antiguo monasterio, fue para mí el mejor, gracias a la amabilidad del amigo Igor y a una sugerencia que le acepté gustoso: aquel inolvidable plato de hígado de ganso. Fue un almuerzo conversado y que terminó con brindis en los que alzamos las más grandes y hermosas copas de coñá que haya visto en mi vida, joyas de esa cristalería de Bohemia que los turistas corren a comprar en una tienda de la plaza Vieja mientras otros visitantes se aglomeran cada hora ante la torre de la iglesia y esperan las campanadas que, gracias a un prodigioso relojero, permiten que los 12 apóstoles se asomen a echarle un rápido vistazo a la más hermosa plaza de Praga.

En Praga, piérdase usted lo mejor que pueda y no deje que nadie lo encuentre. Será la mejor manera de que el barrio judío le parezca uno de los barrios más extensos del mundo, con su sinagoga y el comedor judío que todavía funciona. Sin embargo, todo este conjunto no tiene más de unas cinco manzanas, alambicadas, eso sí, hasta más no poder. Claro que una de las grandes atracciones es el cementerio judío, porque ahí está la tumba de Kafka, que el mundo entero insiste en seguir visitando cuando la suprema broma del humorista impuntual que también fue Kafka consiste en estar enterrado en otro cementerio judío más moderno. La verdad, es tanta la gente que, especialmente los domingos, visita el original cementerio que el propio Bécquer habría ex clamado, al revés: "¡Dios mío, qué acompañados se quedan los muertos!". Y qué floridos también, habría agregado, mientras que yo, por mi parte, quisiera agregar que, gracias al amigo Luis (cada contacto se iba convirtiendo en afortunada amistad), aterricé una tarde en el lugar de Praga que mayor seducción ejerció sobre mi persona: La Rana Verde (Zelenin Hava, en checo), taberna en la que comía el verdugo de Praga. Gratas chicas checas beben copas de vino tinto y recogen de bandejas que les acercan mozos de elegancia clásica los inmensos canapés que la casa ofrece graciosamente. La Rana Verde es un lugar que parece haber sobrevivido a todos los tiempos desde que la arquitectura existe. No es una bodega, pero da la sensación de serlo. Y, definitivamente, se come el mejor roast beef del mundo.

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Hay muchas cosas de su ciudad que no les gustan a los checos, y ya están hartos, por ejemplo, de tanto andamio. Admiran y aman, en cambio, su histórico y armonioso Teatro Nacional, verdadera conquista de la cultura checa en su logrado afán de perdurar bajo cualquier opresión. Odian, en cambio, la Nova Scena, o Nuevo Teatro Nacional, un monstruo de vidrio gris con la apariencia de estar siempre sucio. Casi al frente están la Unión de Escritores -local que simboliza grandes rebeldías y disidencias- y el café Slavia, otrora centro de reunión de grandes poetas y aún hoy lugar en que se reúnen por las noches estudian tes de ideas nuevas e intelectuales insatisfechos con el actual es tado de cosas, y donde también suelen concentrarse los punkies que, a otras horas del día, frecuentan las tristes galerías de la ciudad vieja o de la nueva, que también es vieja, y contemplan posters de ídolos del rock o paisajes californianos hiperrealistas invadidos por grandes motos y por los pornográficos automóvi les norteamericanos de los años cincuenta. Dólares y blue jeans parecen ser el tesoro oculto de la casi lúgubre galería Lucerna, po blada por estos jóvenes que transitan con indiferencia por la actual realidad de su país.

No parece importarles, por ejemplo, la caída de Lubomir Strougal, el tecnócrata de tendencia liberal que venía del 68 y de quien muchos esperan bastan te más en el futuro, mientras que otros no ocultan la decepción que les produce la sospecha de que este Gorbachov checo posea grandes cuentas en el extranjero y haya aprovechado su alto cargo para enriquecerse ilícitamente. Los periodistas del Rude Pravo, por su parte, justifican su actual incondicionalidad a Bilav, servidor de Breznev y actor de primera importancia durante la normalización, porque en sus años de servicio no se ha llevado a casa ni un mondadientes. Y nadie, en el sector progresista, oculta que la tan celebrada visita de Gorbachov a Praga ha terminado por crear un ambiente de desilusión.

Antes que una extensión de la perestroika allende sus fronteras, el líder soviético prefiere que los países satélites de la URSS se queden quietos, al menos mientras que su propia perestroika no esté del todo asegurada o consolidada. Tiene demasiados problemas en casa como para tenerlos fuera de ella en lo que a reformas se refiere. Y de ahí los cambios que se han producido en la cúpula del poder checoslovaco, según muchos. Pero hay más, bastante más que esto, y son muchos también los que opinan que si Gorbachov Regó a Praga y fue aplaudido entre reclamos de libertad de un pueblo que lo considera discípulo de Dubcek, y luego se marchó sin que pasara nada, desilusionando a quienes lo aclamaron, ello se debe a que una cosa es la perestroika en la Unión Soviética y otra sería en Checoslovaquia.

Nivel de vida

Pregunto y pregunto, doy muchas citas en La Rana Verde, y poco a poco me voy enterando. La perestroika en Checoslovaquia tendría que ser checa y eslovaca; muy distinta de la soviética, por consiguiente. La explicación es fácil: es mucho más alto el nivel de vida en Checoslovaquia que en la Unión Soviética. Tanto la industria como la agricultura están mucho más desarrolladas, y por más problemas de incumplimientos de planes o de bajas en los rendimientos que hoy se den, los habitantes de este país poseen un nivel de vida sólo inferior al de Alemania Orienta¡. Checoslovaquia era la sexta potencia industrial del mundo al iniciarse la II Guerra Mundial. Para muestra, basta un botón: la cooperativa agroindustrial Slusovice produce desde tomates hasta ordenadores, y lo primero que hizo Gorbachov después de visitarla fue enviar aprendices de la Unión Soviética. Slusovice funciona autónomamente, con sus propias cuentas, y tiene trato directo con Occidente. En ella trabajan (o la visitan) técnicos de Suecia o de Suiza, capitalistas y socialistas, y en la actualidad sus propios técnicos están recuperando miles de hectáreas para la agricultura en Ucrania. Por último, esta cooperativa asegura más del 50% de la producción agropecuaria de Checoslovaquia.

Para quien vive las actuales tensiones, lo que está ocurriendo en Checoslovaquia es reflejo de graves conflictos que, sin embargo, no parecen haber sido advertidos por la Prensa occidental. Se trata, en realidad, de las pugnas que se producen dentro del Gobierno federal entre los representantes de las naciones checa y eslovaca. El peso de estas naciones ha cambiado en la balanza de la economía del país, pasándose de la preponderancia eslovaca a la checa, que, por lo demás, es la población absolutamente mayoritaria. Sin embargo, líderes como Bilak, incondicional del Moscú brezneviano, son eslovacos, mientras que gran parte de los cuadros medios son checos y exigen un cambio radical en la relación de fuerzas que corresponda a la nueva realidad. Hasta hoy, dos de cada tres coronas que reparte el Gobierno van a dar a Eslovaquia, y ello produce tensiones y nos recuerda que sólo el derrumbe del imperio austro-húngaro facilitó una alianza muy poco arraigada en la historia de dos naciones que, forzadas por las circunstancias, terminaron por formar una república federal llamada Checoslovaquia.

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