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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La Iberia perdida

Desde que las cumbres ibéricas se han vuelto, afortunadamente, un acto político normal entre dos Estados vecinos en esta Península, europea como ahora se dice, llueven artículos en la Prensa de ambos países planteando y replanteando las relaciones ibéricas a múltiples niveles. Durante más o menos una semana, los que nos interesamos un poco por el tema extrañamos la profusión de manifiestos de buena voluntad, la súbita prisa, durante años inimaginable, con la que se pretende implantar una vasta red de vías de comunicación de toda suerte entre los dos países; los balances económicos optimistas e, incluso, algún que otro artículo que elige las relaciones culturales como objeto. Pero después de todo el montaje ceremonial, volvemos a lo que somos desde hace muchos siglos: dos países que viven de espaldas, y que, además, en su quehacer en el Nuevo Mundo trasladaron, asimismo, a Iberoamérica la convivencia de espaldas, todavía visible entre Brasil e Hispanoamérica.Es dolorosamente lamentable que a estas alturas el diálogo ibérico siga siendo un manantial de equivocaciones e incomprensiones mutuas. Es verdad que nadie de buen senso o buena fe lamentará aquel otro diálogo económico, el cual, según dijo el presidente González recientemente a un periódico portugués, ha crecido como nunca en los últimos años: Claro que es mejor negociar entre supuestos amigos que hacerlo con foráneos; no cabe duda de ello; sin embargo, no podemos olvidar que no es porque los textiles portugueses se vendan ahora más en España o los coches Seat circulen en las calles estrechas de una desdichada Lisboa que se va cayendo, que los dos países van a identificarse mejor el uno al otro.

Portugal, que hasta hace muy poco vivió con la mirada puesta en lo que quedaba de su imperio colonial, ha vuelto a mirar a su tierra vecina, no sin olvidarse de mirar al mar por donde salió al mundo por conocer. Como antes del encuentro con mundos desconocidos, parece ser que los portugueses pueden ver a los españoles otra vez aquí al lado. España, que tampoco hizo mucho por conocernos, pareció esperar siempre que los portugueses la miraran sin desconfianza enfermiza para darse a conocer sin recelos de herir el orgullo del supuesto hermano, siempre receloso de cualquier paternidad hispa

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