Un sapo como un tren
Si los sapos que había que tragarse en el Ministerio del Interior, ya procediesen de la calle, ya de los desagües del propio departamento, solían venir ensangrentados, los sapos que hay que tragarse en el Ministerio de Transportes son siempre un alivio, porque pueden venir muy sucios, pero no de sangre. El único inconveniente grave es que su tamaño puede ser descomunal. Descomunal ha sido, al parecer, uno de los primeros que ha tenido que tragarse, según las malas lenguas, Barrionuevo en su nuevo ministerio.Parece ser, en efecto, que Barrionuevo había adoptado, en principio, el dictamen ya sea de los técnicos, ya del presidente de Renfe, Julián García Valverde, y del director general de infraestructuras del ministerio, ya, incluso, si no me equivoco, del anterior ministro de Transportes, dictamen contrario al estrechamiento de la vía. Pero, al acudir al Consejo de Ministros del 21 de octubre de 1988 con tal dictamen en la cartera, parece ser que se encontró con que el presidente le había puesto ya delante del asiento, en una fuente tan grande como una bandeja marroquí, el gigantesco sapo de la vía estrecha. Al presidente, que vive ya fuera del mundo, en las nubes de la alta alegoría, se le ha antojado dar carácter de símbolo a la diferencia de ancho entre la vía férrea española y la europea, pues sólo en clave simbólica puede disculparse tamaña memez como la de decir que la diferencia de ancho de vía separa a España de Europa. Cada vez resulta más acertada la ocurrencia de Gurruchaga de sacar en su número de televisión aquel Felipe reducido, aquel Felipito bonsai, en vista de lo aficionado que es el presidente a toda reducción, salvo a las del despilfarro, el gasto de saliva y la propaganda estatal.
Y menos mal que el propio presidente de la Renfe ha ayudado por lo visto a Barrionuevo a deglutir el colosal batracio del caprichito reductor del Gran González, pues, según una información de Abc del 22 de octubre de 1988, "Julián García Valverde, que siempre ha sido uno de los máximos detractores del cambio de ancho de vía, compareció ayer ante los informadores, visible mente nervioso, alabando las excelencias que para el desarrollo de España y su internacionalización supondría adoptar el estándar europeo, de 1,435 metros". Así le gustan al reductor González también sus subordinados: con pronta flexibilidad para reducir a un mínimo cercano a cero, ante la sola voluntad del jefe, su opinión personal y hasta su propia dignidad. La grandeza del Gran González se erige sobre la reducción de todos los demás y todo lo demás. ¿Qué es para él la encina, el árbol venerable de Extremadura, de Castilla, de Sierra Morena, de Cabañeros o de Anchuras? Un arbolito enano, como de nacimiento, que ni siquiera le llega a la rodilla.
Pero dejemos el fuero -o mejor, desafuero- y vengamos al huevo. En primer lugar, es necesario deslindar dos cosas que varios comentaristas, con buena o mala fe, pretenden confundir y despachar por una: el ancho de vía y la llamada "alta velocidad". La alta velocidad puede lograrse exactamente igual con el ancho de vía español, de 1.688 milímetros, si bien, dado que los cálculos ya hechos lo están sobre el supuesto del ancho de vía europeo, la adaptación al ancho español subiría en un 3% el coste del proyecto. Pero entiéndase, sólo del proyecto, no de su ejecución, pues, obviamente, el coste de ésta no seguiría proporcionalmente ese 3% demás, ya fuesen sólo 1.000, ya fuesen hasta 10.000 los kilómetros de vía estrechados, tal y como sucede con los costes de edición de un libro. Lo mismo vale para el número de locomotoras y vagones o coches fabricados, que se supeditan también al acrisolado principio de que 'quien hace un churro, hace ciento".
El inconveniente de la diferencia de ancho de vía entre la red ferroviaria española y la europea consiste en que en las dos fronteras de ferrocarril actuales (que serían tres, si se reabriese, como muchos deseamos, la de Carfranc), o bien viajeros y mercancías han de transbordar y se transbordadas de un tren a otro, o bien la rodadura del vehículo mismo ha de ser sometida a la transformación correspondiente. En un artículo publicado en Cimbra en diciembre de 198, el ingeniero Santos Núhez del Campo describe los dist¡ntos sistemas, en uso o en estudi ), de tal transformación. En los sistemas que llama "no aut( máticos" hay, una sustituciór de la rodadura -ejes o bogies - y se exige la intervención de r lano de obra; en los que llania 'autoináticos" no se da n'ngun i de estas dos condiciones. De os primeros, están en uso el d - cambio d,_- ejes, predominant,,,m,,,-ite e-n trenes de mercancías, cuyos vagones pueden te-r ;ólo dos ejes -y, por tanto, cua ro ruedas-, en lugar de cos carrillos solidarios con dos ejes cada uno (bogies) -y, por tan o, ocho ruedas- y el de carr bio de bogies, predominantzim,-nte en trenes de viajeros, cuy)s coches siempre tienen bog es. De los segundos, autor,-lált'cos, sólo está en uso el sistema Talgo de rodadura desplazab, e, que aprovecha la circunstani,la de que este tipo de tren rio -,enga un eje común para cad i par de ruedas, sino un eje par i cada una de ellas. El misrno -.exto describe después otros clos sistemas aún no usados ni per: bccionados, el OGI y el Ves,ey a cuyo respecto comenta: `Se puede afirmar que, desgracia(.amente, este proyecto (el de enc)ntrar un sistema automático )ara trenes con ejes comunes a cada par de ruedas) se encue itra 'en estado de hibernaciói t' por falta de medios o de voli intad e ilusión, eso nunca se i,ab,-". Sugiere después la posibili lad de adaptar el sistema 'ra11,,-o de rodadura desplazable al inei tos al transporte de mercancía: perecederas o delicadas. Hn sus conclusiones, el autor, por desistimiento, sea por cor vicción -que, a mi entender no sería sino buen sentido- -, se abstiene de cualquier refirencia al estrechamiento dela vía española y se concentra en propugnar las soluciones que modifiquen los trenes mismos. Pongámonos ahora en el caso de que se optase por el estrechamiento de la vía. Si la pretensión de éste es evitar transbordos o cambios de ejes, carece de sentido cualquier línea que no salga de Irún o de Port Bou. En cuanto a la ejecución material, nada hay que objetar a que se empiece por el medio, siempre que no se ponga en servicio mientras no llegue a esas terminales, que son las únicas que le dan motivo. En cuanto al tiempo necesario para estrechar las vías de la red española en su totalidad, los más optimistas lo ponen en 15 años y los menos en 25. Aunque ya querría yo ver Incluso esos 25, si por "totalidad" se entiende, no una red reducida en número de kilómetros, según rentabilidad o lo que fuere, sino toda la existente! Si se eliglese la creación de una vía estrecha paralela a la actual, además de los terribles problemas de aproximación a las grandes estaciones y de nuevos deterioros ambientales, se produciría una duplicación de redes, que, a buen seguro, acabaría por destruir la red de vía ancha y también todas las vías transversales, puesto que éstas requerirían entonces nuevas estaciones de modificación o cambio de ejes, nuevas fronteras interiores, nuevos puntos de ruptura, que pondrían en cuestión su rentabilidad económica. Si se eligiese la sustitución de la vía ancha por la estrecha, en lugar de sólo dos estaciones de sustitución o transformación de rodadura, y contando con la sola línea Port Bou-Sevilla, ten dríamos nada menos que unas 15 estaciones necesitadas de las instalaciones idóneas, pues, en efecto, 15 son los puntos de en lace y combinación teóricamen te existentes en esa gran diago nal (y digo "teóricamente", prescindiendo del uso, admi tiendo el supuesto de que lo que el nuevo tren pretende es revita lizar al viejo, y no aislarlo en fragmentos o correr ajeno a él; si lo que se pretende es jubilar lo, nada mejor, en cambio, que dejarlo al margen), a saber: Massanet-Massans, Barcelona, Lérida (si se opta por vía coste ra , ), Tardienta (caso de reabrir Canfranc), Zaragoza, Calata-
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yud, Ariza, Torralba, Madrid, Algodor, Ciudad Real, Brazatortas (supuesta tal variante, que dejaría a su oeste el enlace para Mérida), Córdoba, Los Rosales y Sevilla. Es evidente que estas estaciones con instalaciones para sustitución o modificación de rodadura serían de muy diversas proporciones; algunas -como Barcelona, Zaragoza, Calatayud, Madrid y Sevillamayores que las de Irún y Port Bou (o Figueras, ya que el espacio de Port Bou ha alcanzado el límite posible de aprovechamiento) en su dimensión máxima, otras, bastante menores. Pero no serían sólo muchas más que las actuales, y cinco de ellas bastante mayores, sino que suponiendo que, como se pretende -o dice pretender-, el estrechamiento de la vía se iría extendiendo, a lo largo de 15, 20 o 25 años, a toda la red ferroviaria de España, no serían perdurables, ampliables y perfeccionables in situ, sino perecederas, ya que a cada nuevo avance del cambio de vía por las ramas de ese supuesto tronco principal, las instalaciones de transformación quedarían ociosas y serían desmanteladas, y habría que volver a hacer el mismo desembolso en los nuevos enlaces alcanzados, con la curiosa circunstancia de que cuanto más rápidamente avanzase el cambio de vía, menor sería la amortización de los capitales invertidos en las instalaciones de transformación y en el material móvil transformable. Y cuanto más lentamente avanzase más inexorable sería el proceso que el buen sentido de Alfonso Sanz Alduán describe textualmente así: "Años (que él estima en 25) durante los cuales la gestión de la red resultaría una hazaña imposible, el material móvil actual cada año sería más difícil de utilizar, mientras que el nuevo, de ancho europeo, tampoco podría penetrar en el con junto de la red; en la cuneta irían quedando únanimidad de líneas en las que la inversión del cambio no es amortizable; la utilización provisional de otros medios de transporte jamás podría ser re cuperada por el ferrocarril" (EL PAÍS, 1 de noviembre de 1988). Otro autor, esta vez insensato, Manuel F. Cachán, consejero de Renfe (artículo en EL PAÍS del 24 del mismo mes y año), que se exalta en alegorías tan hueras como "no cerrernos las puertas al futuro" y es de los que no deslindan el cambio de ancho de la alta velocidad, mientras deplora los costes originados por el diferente ancho de vía en las "fronteras técnicas" actuales de Irún y Port Bou, desconsidera por completo los gastos gigantescos que, durante 15, 20 o 25 años, acarrearía ID que el llama "desplazamiento paulatino al interior de las fronteras técnicas", gastos agravados por la sucesiva multiplicación de esas fronteras y por su fatzd obsolescencia, tan to más rápida cuanto más lo fue se el avance de la vía estrecha. Pero él mira el ahorro del uso cotidiano en un supuesto futuro remoto en que el cambio esté completo, en el que, por añadidura, Algeciras podría convertirse. en "el primer puerto europeo", de lo que no veo qué necesidad pueda tener esa ya desventurada, corrompida y monstruosa ciudad. Finalmente, uno de los contrarios al estrechamiento de la vía, F. Javier Peña, comenta en el diario Ya del día siguiente: "Por sorprendente que parezca, la grandeur del presidente del Gobierno cuenta esta vez con el apoyo del nacionalismo catalán, que aspira a la vanidad pueblerina de que los trenes del SNCF rindan viaje en Barcelona en lugar de Cerbère", y concluye su artículo citando el siguiente párrafo literal del presidente de Renfe (hoy repentino entusiasta del estrechamiento), transcrito del Diario de sesiones del Congreso del 1 de marzo de 1988: "Si hubiese dinero para cambiar nuestras vías al ancho europeo y si alguien me preguntase qué haría con ese dinero, puedo asegurar que nunca llevaría a cabo ese cambio, porque hay muchas cosas por hacer. Nuestro porcentaje de tráfico internacional no es relevante. Además, la tecnología Talgo funciona muy bien. Tenemos unas estaciones internacionales que habrá que ampliar, pero que funcionan perfectamente para el tráfico internacional de mercancías". Por su parte, el ministro Barrionuevo, confundiendo también -y hay que suponer que deliberadamente o con ingorancia culpable, dado su cargo- la velocidad ("alta velocidad") con el tocino (ancho de vía), ha dicho literalmente -según el diario El Periódico del 26 de octubre de 1988- lo siguiente: "Es una de las decisiones más importantes que puedan adoptarse hoy en el ámbito de la Comunidad Económica Europea para favorecer esa idea de que todos participemos en la integración europea" (subrayado mío). Bien se ve cómo Barrionuevo, obediente como un robot al espíritu del presidente, toma la cosa por su carácter puramente simbólico y sugestivo ("favorecer esa idea"), desentendiéndose de su naturaleza práctica. ¡Hasta los trenes se han convertido en propaganda!
Pero el cambio de ancho de vía sólo es disparatado por los inmensos gastos y los innumerables inconvenientes durante el largo proceso de su ejecución, en el improbable supuesto de que llegase a término. En el bastante más probable de que quedase a medias, condenaría inevitablemente a muerte a todas las vías anchas que dejase, o incluso que mantuviese por un lapso de tiempo no fijable en proyecto de estrechamiento, puesto que se vacilaría ante la incierta rentabilidad de las provisionales instalaciones de transformación de rodadura. Lo realmente temible por sí mismo, al margen de consideraciones económicas, es la llamada "alta velocidad". El límite inferior de ésta se establece en los 250 kilómetros por hora, aunque esto es sólo un punto crítico, centro de un tranco que puede moverse más o menos de los 200 para arriba. A juicio de los expertos, el llamado "tren de alta velocidad" puede considerarse como un medio de transporte cualitativamente distinto del tren tradicional. Entre otros factores de diferencia, son relevantes estos dos: primero, tamafla velocidad no permite el uso de las señales visuales situadas en la vía y el maquinista tiene que guiarse por señales electrónicas instaladas en el tablero de la cabina; y segundo, contrariamente a lo que afirma el catedrático de Estructura Económica Donato Fernández en EL PAÍS del 2 de noviembre de 1988, el deterioro ambiental producido por semejantes bólidos es comparable incluso al de las autopistas, pues han de correr completamente aislados por insalvables alambradas, que compartimentan el territorio en verdaderos corrales para gallinas humanas. Y en este punto, es necesario denunciar otra guarrada más del capataz de esta triste granja avícola llamada España. Vuelvo a citar del mencionado artículo de Alfonso Sanz: "Por dos'meses de adelanto se ha eludido la obligatoriedad y publicidad del estudio de impacto ambiental impuestas por las Comunidades Europeas a las grandes obras de infraestructura, en vigor en España sólo a partir de julio de este año".
Para acabar, tanto el estrechamiento de la vía como la introducción del tren de alta velocidad van a acarrear más pronto o más tarde la muerte de los actuales ferrocarriles españoles. No es una profecía, sino un pronóstico: en Japón, los trenes de alta velocidad están favoreciendo la desaparición de las líneas secundarias.
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