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Paro sindical, paro juvenil

Enrique Gil Calvo

Es el mundo al revés, como si la vida fuese un absurdo sin sentido, soñado a través de un espejo deformado: los sindicatos de clase declaran la huelga general para oponerse a la lucha contra el paro juvenil, la derecha thatcherista se solidariza con el poder sindical para reforzarlo y el Gobierno socialista diseña una política multiplicadora de los beneficios de los empresarios. ¿A qué se está jugando? De poco sirve concluir que estamos en un país de locos: hay que desnudar su locura para que pueda exhibir su método. Se trata del desencadenamiento multiplicador de las distintas contradicciones que recíprocamente se alimentan de sus respectivas tensiones acumuladas: simplificando mucho, he aquí las cuatro que parecen más básicas.La primera contradicción se da entre las rentas del capital y las rentas del trabajo. Desde hace algún tiempo se ha restaurado y multiplicado la tasa de ganancia -el excedente empresarial o beneficios de los propietarios- En consecuencia, los asalariados reclaman su parte como reivindicación salarial, negándose con todo derecho a ser menos que los empresarios. Parece así necesario, en justicia, que al incremento de los beneficios haya de seguirle un incremento equivalente de los salarios. Y que, por tanto, si se predica la moderación salarial, sólo parezca justa si se acompaña de una paralela moderación de los beneficios.

Pero las cosas no son tan sencillas, pues la relación entre ambas partes no es de paralelismo ni equivalencia, sino de complementariedad y contraposición. Y, dada la existencia de un inadmisible nivel de desempleo, aparece flagrante la gran contradicción: si bien sólo el incremento del beneficio empresarial puede crear empleo -si se canaliza hacia el ahorro, la inversión productiva y la formación bruta de capital-, el incremento de los salarios unitarios, por el contrario, amenaza con impedir la creación de empleo -que sólo resultará posible si el incremento de la masa salarial total se destina íntegramente a multiplicar el número de empleos, en vez de agotarse en la elevacíón de los salarios- Luegro, si el objetivo principal ha de ser la creación de empleo -como parece obvio-, el método apropiado será, paradójicamente, no la subida de los salarios, sino el crecimiento de los beneficios destinados a la inversión. Pues si bien la moderación salarial favorece la creación de empleo, con la moderación de los beneficios ocurre lo contrario: de producirse resulta amenazada la inversión creadora de empleo.

Por otra parte, en esta contradicción que opone salarios y beneficios, la. responsabilidad ética esperabile de cada parte resulta muy distinta: se puede apelar a la solidaridad de clase de los sindicatos con los jóvenes parados -son sus propios hijos, al fin y al cabo-; pero a los empresarios mal se les puede reclamar su solidaridad con los desempleados -que no son sus hijos, en último caso-: el capital es desalmado, moralmente cie o y necesariamente insolidario -como escribe Anisi-, sólo comerá en nuestra mano como una bestia domesticada si se le ofrecen los incentivos necesarios, pues caso contrario, si su domesticación no responde a su propio interés, dejará de comer en nuestra mano para intentar devorarnos enteros de un solo bocado.

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Aparece así la segunda contradicción: la que contrapone los intereses de los adultos empleados con los intereses de los jóvenes desempleados. En términos objetivos, lo que a unos favorece a los otros perjudica -y viceversa- Por ejemplo, el nivel salarial.

A los trabajadores adultos, que ya disponen de empleo, les interesa que tanto el salario mínimo como el salario medio sean lo más elevados que resulte posible sin amenazar provocar la pérdida de sus empleos. En cambio, a los trabajadores jóvenes, que todavía no disponen de empleo, les interesa que tanto el salario mínimo como el salario medio desciendan en términos relativos lo suficiente como para abaratar y facilitar su ingreso en el empleo. En consecuencia, el nivel salarial es una auténtica barrera que guarda el cerrado acceso al mercado de trabajo, al que los jóvenes sólo pueden acceder tras largas colas de espera.

Por ello, inexorablemente, aparece un conflicto de intereses entre quienes se hallan situados a un lado u otro de la barrera salarial que cierra el acceso al trabajo: de una parte, los varones adultos ya empleados, colectivamente representados por los sindicatos; y frente a ellos, por la otra parte, el resto de potenciales trabajadores excluidos del empleo: sus jóvenes hijos desempleados, sus mujeres forzosamente dedicadas a sus labores y sus potenciales sustitutos inmigrantes o étnicamente minoritarios.

En tercer lugar aparece la contradicción intersindical: aquella que contrapone la solidaridad de clase frente a la lucha electoral entre unos y otros sindicatos. Los asalariados deben tanto cooperar solidariamente entre sí -para mejor defender sus intereses comunes- como competir y rivalizar los unos frente a los otros -con arreglo a la lógica capitalista del mercado de trabajo- Esta paradoja tiene su reflejo en la lucha sindical, escindida entre la permanente nostalgia de la unidad sindical y la cotidiana lucha electoralista entre unos y otros sindicatos. Creo que es aquí donde debe situarse el ya famoso "corrimiento hacia el rojo" de la UGT, forzado por la estrategia electoralista derivada del sofocado fracaso de las últimas elecciones sindicales. Por si fuera poco, dada la escasa representatividad e ínfima afiliación de las vigentes centrales sindicales, su pugna electoral sólo puede producir una exacerbación de las dimensiones más crudamente reivindicativas -en detrimento de la necesaria solidaridad de clase con parados, pensionistas y jóvenes-. Así se explica que, más allá de las retóricas protestas autojustificatorias que demandan un "giro social" y mayores subsidios asistenciales, la práctica real de los sindicatos consista en competir por ver quién reivindica mayores subidas de salarios y sueldos -forzados por su poca afiliación a tratar de comprar los más bajos instintos corporativos y gremiales de trabajadores y empleados.

Pero la contradicción determinante en última instancia es la que opone, paradójicamente, al Gobierno socialista con la base social de la que emerge, parcialmente representada por los sindicatos de clase. Es cierto que el Gobierno ha fracasado estrepitosamente en "saber vender" ante la opinión pública -conformada por y para los varones adultos que disponen de empleo- su política económica. Por ejemplo, ha solido alegarse una falacia: que el Gobierno deba anteponer unos hipotéticos y presuntos intereses generales a los reales y concretos intereses de sus votantes. Y esto es falso. Si el Gobierno debe procurar la moderación salarial no es para mejor defender los celestiales intereses generales, sino para mejor defender los intereses terrenales de sus bases sociales. Al electorado del PSOE -trabajadores y empleados mayoritariamente- le interesa, a corto plazo, todo cuanto incremente sus ingresos familiares: por ejemplo, unas buenas e inmediatas subidas salariales. Pero, a largo plazo, le interesa garantizar la seguridad del futuro de todos los miembros de sus familias: hijos desempleados, mujeres desocupadas, etcétera. Pues bien, los intereses a corto plazo de las clases trabajadoras son contradictorios con sus intereses a largo plazo: la moderación salarial actual es imprescindible para asegurar el futuro de la juventud trabajadora. Esto es lo que hubiera debido vender el Gobierno -y que no ha sabido hacer-: explicar cómo su política económica defiende no unos abstractos y falaces intereses generales, sino los concretos y reales intereses materiales de las clases trabajadoras -por más que, para asegurarlos a largo plazo, deban ser relativamente sacrificados en la actualidad-. Ésta es la contradicción principal, por paradójica que parezca.

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