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El Madrid mantuvo el empate con nueve jugadores

Luis Gómez

El partido terminó por definirse accidentalmente en los tres minutos que mediaron entre la ex pulsión de Gallego y la de Hugo Sánchez, ya que entonces tuvo una lectura lineal: un equipo disponía de 11 jugadores y el otro de nueve. En esa tesitura, el Sevilla, obligado a ganar, desarrolló un juego torpe y frustrante, mientras el Real Madrid alcanzó su mayor dimensión, limitándose a una defensa aparentemente numantina, pero que no resultó heroica. La torpeza del Sevilla terminó en grandeciendo la categoría técnica de los madridistas, que no necesitaron de actos raciales ni de derroches de valor para mantener un débil empate. El partido, de principio a fin, terminó decidido por cierto imperio de la sinrazón.

Lo curioso fue que los últimos 35 y decisivos minutos casi no respondieron a lo esperado. Sencillamente, no hubo partido. Por un lado, porque el colegiado, Urízar Azpitarte, se asustó ante la magnitud de las dos expulsiones y trató de aplicar sanciones discrecionalmente, lo que contribuyó a que el juego estuviera salpicado de interrupciones. En esa estratagema, el Madrid abusó también de su necesidad imperiosa de que el tiempo pasara con el balón fuera del juego y consiguió su objetivo. Todo ello unido motivó un desenlace muy intermitente, poco dramático a pesar de la diferencia numérica y frustrante para el espectador local, que ni siquiera pudo de gustar alguna acción auténticamente peligrosa.

Y es que el Sevilla se presentó ante el Madrid desprovisto de auténticos pensadores, también llamados cerebros. Situación que se manifestó importante en la primera fase del partido, pero ciertamente fundamental en la decisiva. A pesar de tan descarada superioridad, el Sevilla se empeñó en una torpe insistencia de llevar el balón por el centro del sistema de contención madridista. Sus laterales permanecieron demasiado retrasados —Paco Llorente tenía cuatro defensas ante sí— y su juego apenas generó una posibilidad bien organizada. Nadie supo sacar consecuencias de tal ventaja y hasta el diezmado Madrid llegó a disponer de dos buenos contraataques que no produjeron situaciones de gol por precipitación de Gordillo y Paco.

El otro partido, el que se disputó hasta el minuto 56, fue dominado tácticamente por el Madrid, pero sin haber sacado de ello suficiente provecho por que el Sevilla empató en una acción aislada, al aprovechar Polster un libre directo. Beenhakker había sorprendido a la concurrencia dejando en el banquillo a Butragueño y optando por Paco Llorente, situación teóricamente herética que resultó eficaz sobre el terreno de juego. Paco jugó muy bien, entretuvo la pelota cuando era necesario, marcó el gol, creó peligro y colaboró activamente en situaciones defensivas. El Sevilla, sin los pensadores Francisco y Bengoechea, innovó un marcaje al hombre en la defensa, que le dio muy malos resultados, mezclado con un marcaje zonal en el centro del campo. Mientras Mino, por ejemplo, se arriesgaba a perseguir a Hugo Sánchez en el centro del campo y los laterales, Jiménez y Diego, se encontraban jugando en las mismas latitudes, Choya se veía obligado a vigilar las zonas de paso madridista que eran utilizadas por Schuster,Gallego y hasta Sanchis, lo que terminó resultando demasiado tráfico para un solo guardia urbano. El Madrid dominó el partido, marcó pronto y se vio vencedor. El fallo de Buyo dejó el empate al descanso y tres minutos de incontinencia en la reanudación cambiaron la faz del partido.

Todo este proceso lógico, el mal planteamiento del Sevilla frente al riesgo rentable de una decisión de Beenhakker, ni siquiera resultó anecdótico. Fue un prólogo intrascendente. Ese era el verdadero partido, pero quedó empequeñecido por el último acto: los 35 minutos que jugaron nueve contra 11. Y justo ahí no hubo drama, ni demasiado heroísmo. El partido fue, por tanto, ilógico: el Madrid no ganó cuando jugó mejor el Sevilla tampoco cuando dispuso de una gran superioridad. Y no hubo tragedia cuando el Madrid olía a cadáver. Y Paco Llorente no hizo echar de menos a Butragueño, como Dasaev pasó inadvertido porque el partido acabó en otra dirección.

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