Cultura y democracia
"La cultura y la democracia son polos opuestos de la historia humana", escribió hace algo más de: un siglo el gran escritor francés Ernesto Renan. Y hace poco más de medio siglo nuestro Unamuno afirmó y reiteró (inauguración del curso 1931-1932, Salamanca) que "la cultura está por encima y por debajo de las formas de gobierno". Así, mientras Renan situaba a la cultura en un terreno distante de la democracia, Unamuno la consideraba aire y subsuelo de cualquier régimen político, aunque ajena, en sustancia, a las literalmente superficiales formas de gobierno. Tratemos ahora de entender rectamente a Renan y a Unamuno, para mostrar luego que la democracia propia de la civilización moderna es inconcebible sin la cultura, del mismo modo que la cultura moderna es imposible sin las libertades democráticas.Recordemos que para muchos intelectuales europeos de la generación de Renan, dos experiencias políticas decisivas fueron las representadas por los años 1848 y 1871. Esto es, la esperanza casi auroral generada por las breves revoluciones europeas de 1848, acompañada por los miedos casi físicos que muy pronto sienten muchos intelectuales. De ahí que Renan escribiera en 1849: "Un solo vocablo resume la historia de la literatura, de la filosofía, del arte, desde hace 18 meses, y ese vocablo es el miedo" (temores que magnificaría el apocalíptico Juan Donoso Cortés en su resonante Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el comunismo). Por supuesto, Renan y los intelectuales de su generación europea vieron en febrero de 1848 la realización del ideal romántico-liberal: la república igualitaria que confiaba al poeta (Lamartine en Francia) el poder público. Mas aquella II República francesa se transformó pronto -en un régimen cesarista -con Luis-Napoleón Bonaparte como, jefe de Estado- y poco después; se instauró el llamado Segundo Imperio. De este paso de la democracia solidaria de 1848 al absolutismo de Napoleón III, Renan desprendió una tajante conclusión: el pueblo francés había escogido, libremente, un régimen político ignominioso, y esto había sucedido así porque era patente que un pueblo no sabía ser gestor racional de su destino colectivo.
El Segundo Imperio se derrumbó en 1870, pero los sangrientos sucesos de la primavera de 1871 (la Comuna de París) acentuaron en Renan su convencimiento de que un pueblo no actuaba con racionalidad política cuando tenía oportunidad de ejercerla. Convencimiento que se reafirmó al ver Renan el carácter de la nueva república, la tercera de la historia de Francia. Porque a su cabeza no estaban los poetas como en 1848, sino los nuevos caciques urbanos, los políticos profesionales generados por el sufragio universal y la sociedad de masas, desdeñosos de los intelectuales y de la cultura misma. Fue entonces, precisamente, cuando Renan escribió las palabras citadas ya sobre la oposición de cultura y democracia. Mas ¿qué entendía Renan por cultura? El legado, siempre creciente, de la tradición milenaria identificada geográficamente con la Europa mediterránea y occidental. Legado que se cifraba en el vocablo razón (originario, como diría Ortega, de la Grecia clásica) y en el continuo desarrollo de la capacidad racional de los seres humanos. También Unamuno -no obstante su posterior y ostentoso irracionalismo- identificó "razón" y "cultura" en la primera fase de su biografía intelectual. Por ejemplo, en una carta que escribió al autor del famoso Ariel, el gran escritor uruguayo (y gran admirador de Renan) José Enrique Rodó, en diciembre de 1901, declaraba agresivamente Unamuno: "Somos, aquí en España, una minoría de europeos que tenemos el deber y el derecho de imponernos a una mayoría de berberiscos". Añadiendo: "Lo que aquí se impone es una tutela ejercida por los intelectuales, pues otra cosa sería la barbarie". Tengamos presente, sin embargo, que el entonces recién nombrado rector de Salamanca se sentía muy cercano a los socialistas y se confesaba liberal de linaje y convicción. Esto es, el texto citado no refleja la entera actitud política de Unamuno, pero sí apunta al concepto que tiene de la cultura, que mantendrá, sin modificaciones sustanciales, a lo largo de su fecunda vida. "Ni la ciencia, ni las letras, ni las artes, son monárquicas o republicanas", decía en el discurso universitario, antes aludido, del otoño de 1931. Porque la cultura, precisa Unamuno, es "una y universal", ya que representa los valores permanentes de la humanidad. O sea que, como Renan, Unamuno veía la cultura en la acepción clásica ciceroniana de "cultivo del alma" mediante el cual se realizaba el proceso milenario de humanización de la humanidad. Unamuno veía también la cultura como un legado que era menester defender, pues tenía enemigos reales. "Tendremos que luchar por la libertad de la cultura", decía en el discurso ya citado. "Lucharemos porque haya ideologías diversas, porque en ello reside la verdadera y democrática libertad". Concluyendo Unamuno su defensa de la cultura advirtiendo que implicaba otra defensa: "Lucharemos por la hermandad". Unamuno ve así la cultura en su acepción tradicional y universal, mas también como un legado de muy variadas herencias ideológicas que exige una actividad política y social para defenderlo y enriquecerlo.
El mismo Renan había aconsejado a los jóvenes intelectuales franceses que era menester participar en la actividad política de la III República a manera de "quinta columna" (diciéndolo con un término contemporáneo) que laborara dentro del aparato estatal en pro de la cultura. En su diálogo filosófico Calibán, escribió Renan: "Próspero puede vivir al menos un tiempo bajo el gobierno de Calibán y quizá llegue un día a dirigirlo". Con prudencia, con modestia, podía el intelectual realizar su obra de continuador de la cultura en el Estado democrático populista. Propuesta que recogería más tarde el admirador de Renan, Rodó, cuando resumió la tesis central de su resonante ensayo Ariel: "Siendo absurdo pensar en destruir la igualdad, sólo cabe pensar en educar el espíritu de la democracia para que dominen los mejores". Y en una carta a Unamuno, reiteraba Rodó que en las democracias americanas (en su amplia acepción) era indispensable "el gobierno de los mejores y más cultos". En breve, Renan, Rodó y otras figuras intelectuales destacadas del último siglo y medio consideraron que era casi imposible conciliar la cultura y la democracia. Se explica, por tanto, que algunos críticos latinoamericanos de Rodó le acusaran de contribuir sin quererlo a fundamentar las teorías políticas del llamado "cesarismo intelectual" que justificaban la necesidad de gobiernos autoritarios en los países atrasados.
Se ha dicho que la formulación de una pregunta lleva en sí con frecuencia la imposibilidad de su respuesta, que en el fondo no busca. Así el dilema cultura / democracia fue planteado por Renan porque, de hecho, no pretendía resolverlo. El miedo padecido por él y otros intelectuales, en 1848 y en 1871, le vedaba el ver claramente que no había tal dilema, cultura o democracia. Había, en cambio, que plantear la cuestión en los términos resolutorios de Benjamin Constant. Para el gran ensayista y novelista suizo, la historia muestra cómo la humanidad se acerca paulatinamente a lo que él llama "el sistema de la perfectibilidad". Mas la historia muestra igualmente cómo la humanidad progresa hacia una creciente igualdad: "La perfectibilidad de la especie humana no es sino la tendencia hacia la igualdad". De ahí que Constant mantenga que cuando el ser humano reflexiona sobre el sentido de la vida y de la historia adquiere el convencimiento de que debe tratar a los demás como iguales a él mismo y que los demás le deben tratar a él como su igual". Concluyendo Constant que la dirección hacia una mayor igualdad entre los seres humanos es una constante de la historia que no será alterada por lo que pueda suceder en el futuro. Se acaba así el dilema cultura o democracia, puesto que la realización de la perfectibilidad sería imposible sin la expansión creciente de la igualdad. En suma, la cultura y la democracia no constituyen una antinomia, como mantenía Renan, ni tampoco existen en diferentes niveles, como aseguraba Unamuno en 1931. Son conceptos inseparables, ya que no es concebible hoy un régimen de libertad e igualdad sin la cultura. No es ocioso recordar que en el último medio siglo algunos países de lengua castellana han padecido tiranías atroces, en las cuales la cultura ha sido siempre la primera víctima, y la más ultrajada. Sería vano, desde luego, rechazar lo que es un hecho desde comienzos del siglo, la ampliación del término cultura por la antropología y otras ciencias sociales. Lo importante actualmente -sin pretender restauraciones semánticas- es recalcar que no puede progresar la humanidad en el camino de su perfectibilidad sin una creciente igualdad. En una palabra, la humanización de la humanidad (o sea, la cultura) es imposible fuera del clima igualitario de la democracia. Lo cual implica, finalmente, no tener miedo al pueblo ni a la libertad. O como decía el presidente Azaña, se trata en definitiva "de querer o no querer la libertad".
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