Trabajar, ¿a qué precio?
La alternativa casi única de búsqueda de empleo (amén de la inscripción en el Inem, que normalmente resulta ineficaz) se reduce a las ofertas de empleo en la Prensa. De un tiempo a esta parte, las exigencias empresariales son desorbitadas; tienes que ser al menos bilingüe, taquimecanógrafa, saber informática y tener como mínimo uno o dos años de experiencia. Bien, supongamos que tienes 25 años, estudios universitarios y que tu experiencia es mínima. Entonces lo tienes crudísimo, porque a esas alturas ya eres vieja. Entonces, ¿qué vamos a hacer los / las chicos / chicas que estamos en esta franja de edad, sin casi experiencia laboral? Por otra parte, los contratos de trabajo lo son sólo de nombre, ya que en muchos casos no se atienen al Estatuto de los Trabajadores y es difícil llegar a saber si cumplen lo establecido en los convenios sectoriales. No es extraño encontrarse con ofertas de empleo que no garantizan la jornada de 40 horas semanales o el descanso para la conmida y que incluso escatiman el salario rozando este mínimo establecido. Para colmo, el empleo no se concede mediante una entrevista y a la vista del curriculum, sino que hay que pasar, una y otra vez, por pruebas de selección.Lo que me sugiere lo expuesto es que, dada la necesidad que muchas personas tienen de conseguir un empleo, se acepta trabajar sean cuales sean las condiciones laborales, lo que está contribuyendo a una creciente precarización del mercado laboral, que afecta a los que están trabajando y a los que desean hacerlo. En esta encrucijada me pregunto: ¿estamos de acuerdo en que vale la pena trabajar en condiciones denigrantes con tal de que las cifras de paro desciendan considerablemente, o preferimos conseguir que el trabajo sea simplemente un medio de vida pero sin poner en peligro los derechos laborales más elementales?-
. Madrid.
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