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Tribuna
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¡Papá!

Hay muchas maneras de exclamar ipapá! Puede ser un grito alborozado ante el retorno del padre querido y añorado, un grito que en general sólo emiten los niños y las adolescentes sensibles, en esa etapa de su vida en la que piensan que su padre es Robert Redford y todo el monte orégano. Puede ser una llamada al orden al propio padre, cuando las nieves del tiempo platearon su sien y el anciano le mete mano a las vecinas en los ascensores o se come las tartas de merengue a cucharadas. También un alarido de pánico, porque estamos en una cama con quien no deberíamos estar y de pronto aparece la silueta del Padre-Dios en el dintel de la puerta y se nos cortan todos los fluidos, absolutamente todos.Papá ha vuelto, y los niños y las adolescentes, los adultos y los adúlteros, todos absolutamente, han exclamado ¡papá! mientras don Manuel Fraga se marcaba la decidida senda a seguir con la punta del paraguas, abriendo ese espacio vital que necesita para incluir su corpachón, su cabezón y los rayos y truenos que lo coronan como a un dios cabreado de opereta. Es un problema familiar, y los que contemplamos los inventos, aventuras y mixtificaciones de tan extraña familia debemos aplicamos cierta contención para el regocijo.

Como Napoleón tras su destierro en la isla de Elba, Fraga ha desembarcado, y los fraguistas, fraguianos, fragólogos y fragantes del país se han sentido convocados a una operación de salvamento y reconquista que tendrá su Waterloo, y si no, al tiempo. Dice don Manuel que sólo aspira a preparar su propia sucesión, porque el delfín anterior no era delfín, que era rana. Con esta sencilla opinión, don Manuel ha entontecido de la noche a la mañana a un colectivo que decidió en su día elegir a Hernández Mancha, por lo visto tontamente, tan tontamente que ha sido necesario el regreso de papá para poner orden. ¡Papá.' ¡Papá.' ¡Papá! Tres exclamaciones, tres tonos, tres actitudes. Las tres válidas y las tres, juntas sumadas, conducen a otra exclamación que las engloba: ¡No me lo puedo creer!

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