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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fin de viaje

CERVANTES Y Shakespeare murieron el mismo día del mismo mes de 1616, pero la resistencia británica a aceptar el calendario gregoriano hizo que la historía registrase la efeméride en dos fechas diferentes. Mucha agua ha pasado desde entonces bajo los puentes del Támesis, y aunque el Manzanares sigue sin ser navegable y los automóviles circulan en las islas por la izquierda, ambos países cuentan ya con el mismo calendario. La fecha del 17 de octubre de, 1988 podrá, por ello, quedar inscrita en los protocolos de las dos monarquías más viejas de Europa como aquella en que un soberano británico pisó por primera vez tierra española. Tal vez ser reina de Inglaterra no es lo que era, pero la carga simbólica de este viaje no podría ser minusvalorada. El aislamiento de España respecto a Europa a lo largo de lo que va de siglo obedece a causas diferentes a las que determinaron el extrañamiento del Reino Unido en relación al continente. En ambos casos cabe hablar de una historia marcada por una proyección preferentemente atlántica. El proyecto contemporáneo de construcción política de una Europa unida ha hecho, sin embargo, que unos y otros se hayan encontrado en estas postrimerías del siglo XX a bordo de la misma embarcación. La presencia de Isabel II en la España democrática de hoy viene a sellar ese encuentro en la común vocación europea.Las visitas de Estado suelen circunscribirse a actos formales, lo más alejados posible de cualquier espontaneidad tras la que pudiera esconderse un problema pendiente, una interpelación política, una reivindicación humana o una exigencia económica. De este modo, los contactos entre jefes de Estado, a fuer de asépticos, corren el riesgo de quedarse en puro motivo para la retórica o la fotograffia de sociedad. En esta ocasión, sin embargo, tras las fotos y los discursos se ha hecho visible la referencia a los lazos vivos que unen a España y al Reino Unido y a las dificultades que aún nos separan. Sin por ello quebrantar las normas de la cortesía, el problema de Gibraltar ha sido puntualmente evocado.

Las relaciones hispano-británicas no podrán llegar a un florecimiento pleno, por mucho que queramos todos, mientras no se resuelva satisfactoriamente la cuestión,de la presencia en territorio español de una colonia -la última que queda en Europa- administrada por un Estado que es nuestro socio y nuestro aliado en todo lo demás. El problema es embarazoso. Y si el Gobierno español debe asumir que la reintegración del Peñón nunca será posible prescindiendo de los sentimientos e intereses de sus habitantes, el Gobierno británico tiene la obligación moral inexcusable de poner todos los medios a su alcance para facilitar la aquiescencia de esos ciudadanos. El hecho de que la soberana británica avanzase una mención constructiva al "único problema que subsiste entre nosotros" debe entenderse, dado el significado que los británicos atribuyen a los gestos de su reina, como un sutil sondeo ante sus propios súbditos de la opinión que les merecería un acuerdo de reintegración negociada de Gibraltar.

Por lo demás, ya se tratase de encuentros de financieros que aprovecharon un seminario a bordo del yate real Britannia para discutir de la Europa económica, ya de inauguraciones de exposiciones, como la de Wellington, que resaltaban la existencia de relaciones amistosas en el pasado, o el asombro ante una juerga flamenca en los Alcázares sevillanos, o la visita a una ciudad olímpica, o una cena desenfadada en un puerto mallorquín, el viaje de la soberana británica ha sido un redescubrimiento mutuo lleno de calor. Perdido el aliento tras el torbellino español, Isabel II no ha tenido más remedio que dar "las más expresivas gracias" por un viaje que le ha hecho comprender "por qué tantos británicos aman a España".

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