Nota del Comité de Redacción de EL PAÍS
El 4 de mayo de 1976 salía a la calle EL PAÍS. Nadie apostaba entonces por los jóvenes periodistas que trabajaban allí. Han pasado 12 años y lo que nació como una aventura es ahora una institución. La media de edad en la Redacción no llega a los 40 años. Algunos redactores de hoy eran quinceañeros entonces. De aquellos inventores, apenas sigue en el periódico una treintena.En este vertiginoso paso del tiempo, el nexo de unión de la redacción ha sido Juan Luis Cebrián. La renovación se ha ido produciendo tan acelerada y tan cohesionadamente que sólo se puede comprender con un gráfico ejemplo: la hoy directora adjunta Soledad Gallego-Díaz, junto a otros cuatro compañeros, se sentaba hace ocho años frente a Juan Luis Cebrián para conseguir el Estatuto de la Redacción, una experiencia inédita en España. Desde entonces (1980), la Redacción tiene su representación profesional y derecho álvoto en el caso de nombramientos.
En varias ocasiones los redactores han acudido a las urnas. Salvo contadas excepciones, los deseos de la dirección se han correspondido con el parecer de la Redacción, lo que aún es más sorprendente en una empresa. El jueves había que votar, otra vez, a Joaquín Estefanía.
Las votaciones no son vinculantes, pero para la Redacción es básico que se conozca su parecer. Aunque el nombramiento esté asegurado, los candidatos sufren en la urna como nunca lo habían hecho en su vida profesional. Joaquín Estefanía ya tuvo que pasar el examen de la urna cuando fue nombrado redactor jefe y luego subdirector. Siempre salió muy bien parado.
A nadie se le había ocurrido que la urna serviría para votar a un director. El anuncio fue el jueves. Juan Luis reunió a los directores adjuntos, a los subdirectores y a los representantes de la Redacción. Anunció los cambios con las palabras justas, y sin que nadie de los reunidos le descubriera un rictus de emoción. Sin novedad, por otra parte. Entonces, Juan Luis Cebrián se levantó, se acercó a Joaquín Estefanía y le abrazó. Quizá nunca en 13 cometido la debilidad de mostrar en público algo de lo que sentía.
Segundos después, el Comité de Redacción informó a sus compañeros: El director es Joaquín. Se votó más que nunca. Los enfermos se levantaron de la cama, y los corresponsales, de Washington a Moscú, fueron delegando sus votos durante la tarde. Votó el 917. de los que tenían derecho a hacerlo (se exigía seis meses de antigüedad). El escrutinio era mera rutina. La Redacción apoyaba a Joaquín, como antes había demostrado su apoyo a Soledad Gallego-Díaz y a Xavier VidalFolch. Después de 12 años de EL PAÍS, este Comité de Redaccíón seguirá protestando y negociando con el director. Hasta hoy nuestras quejas eran para Juan Luis, y desde mañana serán para Joaquín. Poco más habrá cambiado.
Cebrián ha salido'de su despacho y ha dejado pasar a Joaquín. Uno de sus discípulos -joven, como él mismo-, una de las muchas piezas del engranaje de esta máquina.
Acostumbrados a desconfiar -por deformación profesional y condición humana-, tampoco los redactores de EL PAÍS comprendieron en un primer momento que un hombre en pleno desarrollo intelectual deje un puesto ambicionado por muchos. También en esto Juan Luis Cebrián ha roto con los hábitos de este país. Y no debe sorprendernos. Su trayectoria durante 12 años ha sido una constante ruptura de moldes y de convencionafl smos.
A Cebrián le debemos que haya prestigiado esta profesión, que haya creado una escuela de periodistas de la que todos, los que estamos y los que han pasado por aquí, hemos aprendído mucho. Pero además, y lo que es más importante para la supervivencia de una obra, Cebrián ha formado un equipo y una máquina.
Su gran obra es la creación de un engranaje casi perfecto para el funcionamiento de EL PAÍS al margen de las personas. Ahora, Juan Luis Cebrián ha querido demostrar que ni siquiera con su marcha el engranaje de EL PAÍS chirría. Es su último golpe. Ahora se pasa a la dirección empresarial. Y algo tendrá en la cabeza.
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