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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Acoso a Rocard

LAS HUELGAS que se han desarrollado recientemente en Francia son el anuncio de una situación nueva, no sólo en el terreno social sino probablemente también en el político. Se trata de la primera vez, desde el retorno al poder de los socialistas, que el descontento de extensas capas de trabajadores se manifiesta de forma masiva, con paros de trabajo en puntos tan sensibles como el transporte, la enseñanza, la red eléctrica, el correo. Dos rasgos destacan en estas huelgas: primero, la participación en ellas, sobre todo, de funcionarios y empleados del sector público; segundo, que han sido organizadas en gran medida por sindicatos como la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT) y la Federación de Estudiantes Nacionalistas (FEN), situados en el área de influencia del Partido Socialista. El 18 de octubre, la huelga convocada sólo por la CGT (comunista) tuvo efectos reducidos; en cambio la del 20, convocada por CFDT, FEN y otros cinco sindicatos, fue masiva.Mitterrand y Rocard triunfaron con una política centrista, de "unidad francesa", pero a la vez con un compromiso claro de lucha contra la Injusticia social. En su famosa carta a los franceses, Mitterrand decía: .¿Permanece estacionario el poder adquisitivo de los salarios mientras aumenta el poder adquisitivo de los más ricos? Ello se debe a una voluntad política que vosotros, queridos compatriotas, podéis zanjar con vuestro voto". Es inevitable que un Gobierno elegido con tal compromiso se encuentre a la vuelta de la esquina con las demandas de los sectores que se consideran víctimas de injusticias.

La política social del Gobierno Rocard se ha centrado hasta ahora en la ley que garantiza un ingreso mínimo a todas las personas que viven en Francia. Es un paso sin precedentes para poner coto al fenómeno de los "nuevos pobres", marginados de la sociedad. En el caso de las demandas de los funcionarios y empleados del sector público, Rocard creyó que podría resolverlas "una por una". Esa táctica parece fracasada. Se ha formado, con la jornada del 20 de octubre, un frente más o menos cohesionado de sectores que se consideran discriminados en relación con la evolución que han tenido los ingresos de otros grupos.

En ese marco se sitúa el aspecto político del problema. La posición de los comunistas parte, sobre todo, de consideraciones electorales: utilizar el descontento para quitar cuantos votos sea posible a los socialistas. Como Rocard necesita el voto de los diputados comunistas para tener mayoría en la Asamblea, su capacidad de presión no es despreciable. Pero los fenómenos más interesantes se dan en el Partido Socialista. Rocard nunca ha sido popular en su partido, y además, después de la elección de Mitterrand, se ha abierto una etapa nueva. La sucesión de éste, aunque sea a varios años vista, está abierta. Una serie de dirigentes, incluso entre los que colaboran en el Gobierno Rocard, piensan sobre todo en preparar el futuro. Además, las huelgas han sido animadas principalmente por sectores que, como los enseñantes y los funcionarios, constituyen firmes bastiones del electorado socialista. De forma que Rocard, sometido a fuertes presiones desde su partido, no puede aplicar una política dura, pero tampoco puede hacer concesiones que repercutan en un debilitamiento de la economía francesa ante la perspectiva del mercado único europeo en 1993.

Por lo demás, llama la atención en el caso francés, como comienza a ser frecuente en otros países, el creciente recurso a la huelga de sectores que no están en el nivel más bajo de la escala social o que, como los funcionados, tienen la ventaja hoy decisiva de tener asegurado su puesto de trabajo. La multiplicación de huelgas de este género contribuye a interrogarse sobre las causas de la pérdida de prestigio de ciertas formas de sindicalismo porque, en última instancia, se trata de huelgas de las que no son víctimas los empresarios sino la población en general.

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