" Y en todo el mar el inglés"
Una inscripción lapidarla que la reina de Inglaterra no vio ayer en la plaza de la Villa de Madrid, después de escrutar con sus ojos horizontales al alcalde Juan Barranco, atribuye al exaltado Álvaro de Bazán la actitud que transcriben estos versos: "El fiero turco en Lepanto, / en la tercera el francés / y en todo el mar el inglés/ tuvieron de verme espanto".La reina Isabel II, tal como va el tenor de la visita, probablemente no tenga interés alguno en saber que el viejo lobo de mar, que murió antes de que la Armada Invencible le fuera confiada, mostró tal arrogancia ante sus tropas marítimas.
La atmósfera del viaje hubiera irritado a don Álvaro, porque resulta todo tan suave que es probable que jamás haya un terciopelo similar en las relaciones de naciones que una vez se tuvieron inquina. Antes de que la reina Isabel II, que se retrasó acaso porque estaba en España, llegara al Museo del Prado, el Rey de España, que estaba distendido y risueño, inició unos pasos de baile bajo las arcadas de la pinacoteca; la reina Sofía le rió la ocurrencia, y tal fue su contento, que perdió el control de su bolso, que cayó al suelo. En los entreactos de esta espera, Don Juan Carlos y el ministro de Cultura, Jorge Semprún, rieron tanto que se diría que estos dos compatriotas, distantes un tiempo, encontraron estos días en algún rincón de la memoria los chistes que hacen comunes los orígenes vagos de los recuerdos separados.
Isabel II, que posee la mejor pinacoteca privada que se pueda imaginar, recorrió con los ojos que usa para dejar el protocolo los cuadros que Goya y Velázquez le dieron al mundo. Pensamos todos que se quedaría con su bolso fucsia extasiada ante La rendición de Breda, que ayer estaba espléndida, pero Juan Carlos la puso a los pies del caballo de Felipe IV. Ella se quedó mirando a la tercera pata de este caballo insólito de la historia del arte, y el rey nuestro le dijo lo que tenía que decirle sobre los pentimenti del pintor del cielo de Madrid. Alfonso Pérez Sánchez, el director del Prado, escuchó en silencio la explicación y luego supo que la reina no perdía comba: "¿Cómo es posible", dicen que le preguntó, "que ustedes hayan restaurado tan bien a Velázquez, si nosotros tenemos en casa a Gainsborough y no hay manera de arreglarlo?". El director del Prado no dijo nada, pero la soberana de las pamelas le sacó de la incertidumbre que él simulaba: "Claro, es que Gainsborough pintaba con peor técnica".
El español sonrió satisfecho, para gloria de don Álvaro de Bazán, que en su tumba habrá trinado al saber que la Moncloa le ofreció a los soberanos británicos un almuerzo que contenía este tributo de Arzak a la cocina del mundo: "Charlota de paloma torcaz y berenjena al estilo de Arzak". La charlota es, según me dijeron en la Moncloa, "un flan que parece un flan y que no es un flan, y también parece una. barbaroise y no es una barbaroise". La incertidumbre es de menor calado que la que contenía la pregunta sobre la pintura de Gainsborough; pero don Álvaro, la hubiera resuelto con una contundencia similar a la de Cela y, a la de Espronceda: con lo buenos que están dos huevos fritos con chorizo.
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