La siniestra sombra
LA ORGANIZACIÓN terrorista ETA sigue matando sin otro objeto que el de sembrar la desolación. Hace años que desapareció cualquier límite, ético o político, en la elección de sus víctimas, y este fin de semana ha dado prueba fehaciente de dicho furor asesino, matando en la madrugada del domingo al agente de la Ertzaintza Juan José Pacheco y pocas horas más tarde al guardia civil Julio Gamboso. El método escogido en ambos casos -bombas en vías públicas y lugares frecuentados- señala como destinatario de su acción criminal a cualquier ciudadano. La bomba que acabó con la vida del policía autonómico pretendía sabotear la línea férrea Madrid-Irún a su paso por Legazpia (Guipúzcoa), y el coche bomba con 30 kilos de explosivos y otros tantos de metralla que destrozó al guardia civil estalló en una calle de Pamplona. El escenario para la matanza estaba bien servido, y si ésta no ha llegado a materializarse en todo su horror, bien puede decirse que se debe al sacrificio de los agentes asesinados.La muerte del agente Pacheco no constituye el primer desafío explícito a la Ertzaintza y lo que esta institución significa para los vascos demócratas. Dos jefes de ese cuerpo, Carlos Díaz Arcocha y Genaro García de Andoáin, fueron asesinados con anterioridad, y sendas dependencias del mismo, en San Sebastián y Bergara, sufrieron un asalto y un ametrallamiento. Todavía a raíz del asesinato de Díaz Arcocha, en 1985, portavoces de los terroristas, tal vez preocupados por la ruptura que esa acción significaba, se empeñaron en rechazar la hipótesis de "un enfrentamiento civil entre vascos". Ahora podría apostarse que ni ETA ni sus vicarios son capaces de explicar qué sentido atribuyen a estos nuevos crímenes, qué efectos de cualquier tipo esperan obtener de ellos. En su errática trayectoria actual se limitan a asesinar periódicamente a alguien, en la esperanza de que pronto o tarde surjan voces que descubran algún sutil significado a su acción. Desgraciadamente, esas voces no suelen faltar, por más que provengan de los foros más insospechados. Así, renovados pero no menos voluntariosos intérpretes exteriores -sustitutos de los antiguos apologistas que emprendieron una discreta retirada después de lo de Hipercor- hablarán de voluntad negociadora, o de intento de modificar la correlación de fuerzas, o de salto cualitativo, o cualquier otra milonga. Como si ETA necesitase de razones para matar. Como si no hubiera quedado claro que para los terroristas la posibilidad de un enfrentamiento civil ha pasado de peligro a evitar a mera hipótesis de. trabajo. Como si no resultase transparente que todo el que no se pliega a su voluntad es para ETA tanto un enemigo probable como una víctima potencial.
Hubo un tiempo en que la estrategia de ETA estaba dirigida a suscitar, con sus provocaciones, una respuesta del aparato estatal de tal naturaleza que inflamase a sectores amplios de la población y arrastrase a otros partidos nacionalistas a intervenir en el conflicto. Ese ensayo resultó fallido, sobre todo por efecto de la maduración de la conciencia civil y democrática de los vascos, plasmada en el acuerdo contra la violencia suscrito en enero pasado por los representantes del 85% de los ciudadanos de la comunidad autónoma vasca, y prolongado recientemente en el documento firmado por la mayoría de los partidos navarros.
Entre atentado y atentado, los vicarios de ETA multiplican sus bravatas y amenazas: que mientras la mayoría no acepte las exigencias de la minoría violenta, cualquier' ciudadano, político o apolítico, servidor del orden o persona particular, vasco o extremeño, puede ser la próxima víctima. Y que los verdaderos culpables de tales desgracias son los intransigentes que se niegan a plegarse a la voluntad de los pistoleros.
Quienes emiten tan necios mensajes tal vez crean que son escuchados por la fuerza de su argumentación.Se equivocan: lo son únicamente por la siniestra sombra que guarda sus espaldas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.