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El monasterio Hidaka y el arte del 'bonsai'

El monasterio Hidaka, uno de los pocos monasterios de reconocida fundación taoísta existentes en Japón (y por lo mismo, tal vez, erróneamente atribuido por largo tiempo al budismo zen, que, tras la persecución y dispersión de los taoístas, efectivamente lo usurpó y ocupó con sus comunidades durante más de cuatro siglos), está asentado en la media falda oriental de la sierra a la que da o de la que toma nombre: Hidaka Sanmyaku -esto es, sierra de Hidaka-, en la nórdica, fría y poco poblada isla de Yeso (Hokkaido), segunda mayor del archipiélago nipón. Esta auténtica joya arquitectónica del siglo XIV, período Ashikaga (rodeada por una serie de jardines ascendentes, que transfiguran en expresión del caminar bumano los inertes y mudos accidentes naturales de la tierra, y que -pese al relativo abandono en que, debido al escaso número de monjes y a la precaria dotación del monasterio, se encuentran desde la derrota de 1945- son reconocidos por los expertos entre las cuatro o cinco primeras maravillas del arte de jardinería japonés), ha recibido en estos últimos años un impulso decisivo en sus difíciles y costosos proyectos de restauración.Se da la pintoresca circunstancia -que despertará sin duda el interés de nuestros lectores- de que la mayor aportación de fondos para la restauración del monasterio Hidalca procede nada menos que de España, desde cuya capital la Imperial Embajada del Japón remite mensualmente, por valija diplomática, a la tesorería de la comisión restauradora la nada despreciable cantidad de 2.500.000 yenes (2.318.500 pesetas, al cambio actual), correspondientes al sueldo mensual íntegro del venerable Tokuda Mashahiro, nonagenario monje taoísta, universalmente reconocido como la máxima autoridad mundial viviente en el milenario arte japonés del bonsai, y contratado con tan pingüe sueldo -por lo demás, enteramente acorde con su categoría- en los invernaderos del palacio de la Moncloa como cuidador de la cada vez más primorosa colección de bonsais del presidente.

Si el venerable Tokuda Mashahiro puede permitirse destinar la totalidad de su estipendio a la restauración del monasterio Hidaka -que, dado lo provecto de su edad, está sin duda ¡mpaciente por llegar a ver concluida-, ello se debe a su tenor de vida absolutamente recoleto y sumamente austero, no precisando la manutención de su delgadísimo pero curtido cuerpo más que dos simples escudillas de arroz cocido en blanco y ochojureles crudos -cuatro a media mañana y cuatro a media tarde-, pues una vez probado el jurel de la bahía de Cádiz no ha querido comer otra especie de pescado español. No obstante, basta considerar el grado altísimo de sensibilidad que ha de adquirir quien, como él, a sus 93 años, es tenido por maestro mundial indiscutible en el sublime arte del bonsai, para comprender que su extrema austeridad se compagine con un no menos extremo refinamiento en cuanto a la precisa sazón de sus manjares, lo que, en los primeros meses de su estancia en la Moncloa, fue constante ocasión de sinsabores para doña Carmen Romero, que -habiéndole el anciano suscitado desde el primer momento tanta veneración como ternura- se llevaba, como buena ama de casa, el mayor de los disgustos cada vez que el viejo jardinero japonés del presidente rehusaba la comida. Por inocentes indiscreciones del personal de servicio de la Moncloa, hemos sabido que hoy es la propia doña Carmen la que se toma el cuidado de bajar a diario a las cocinas para supervisar personalmente el arroz -del que sólo un paladar privilegiado como el suyo distingue el punto exacto que corresponde al gusto del venerable Tokuda Mashahiro-, de tal suerte que hay veces en que son hasta cuatro y hasta seis las cacerolas de arroz fuera de punto que van a parar enteras a los abollados platos de aluminio de los perros y ¡vuelta a movilizarse y afanarse la plantilla completa del servicio de cocinas alrededor de doña Carmen para recomenzar desde el principio la minuciosa y delicada operación de cocer el arroz blanco del viejo jardinero japonés! En cuanto a los jureles, también es ella la que se preocupa de seleccionarlos uno a uno, y con tan exigente escrúpulo que, en ocasiones, son hasta tres o cuatro kilos de jureles los que desfilan por sus manos antes de reunir, a su satisfacción, los ocho que se precisan para el día.

Por lo que se refiere al presidente, parece ser que en los escasos minutos semanales que sus graves responsabilidades de gobierno le conceden para recrearse con sus bonsais y disfrutar, en el silencio del invernadero, de la sosegada y relajante compañía del venerable Tokuda Mashahiro, ha empezado a interesarse profundamente por las doctrinas del taoísmo y de Lao Tse, en cuya exposición (al menos a tenor de las afirmaciones de uno de los poquísimos testigos presenciales, ya que, celoso de su vida recoleta, el anciano maestro no accede por principio a conocer a nadie, salvo que el presidente se lo ruegue encarecidamente como favor muy especial) la prodigiosa educación gestual de ciertas sectas monacales taoístas que guardan especial culto al silencio hace de la mímica manual de nuestro anciano algo, al parecer, incluso más expresivo y significativo que la palabra misma. Alguna persona del entorno copfidencial del presidente, cuya identidad he tenido la discreción de no inquirir, ha encarecido a mi directo informador la extraordinaria impresión que le produjo el grado, hasta entonces en él nunca conocido, de emocionada y hasta devota unción en que vio transfigurarse la mirada, la voz y la expresión del presidente, al describir de qué modo el anciano Tokuda Mashahiro, estando los dos a solas entre los bonsais, comenzó en cierto momento a recorrer lentamente con la yema del índice desde la punta de la hojita más saliente hasta donde el pie del tronco escondía la raíz bajo la tierra, la tortuosa rama de un diminuto enebro japonés (iuniperus nipponica Linnei), mientras con tenue pero límpida voz le susurraba aquel pasaje de Lao Tse que dice: "Donde reside la claridad secreta / lo fuerte se aviene con lo blando y débil; / mas, así como el pez debe permanecer oculto en las honduras, / así las armas más eficaces del Estado son las que nunca se muestran a la luz".

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