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Tribuna:EL OMBUDSMAN
Tribuna
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En defensa de Astérix

Astérix, el famoso personaje creado por René Goscinny (guionista) y Albert Uderzo (dibujante), protagonista de mil aventuras que hacen las delicias de niños, adolescentes, jóvenes y adultos, acude al ombudsman en demanda de justicia. Su procurador es el lector José Luis Ezcurra, residente en Copenhague.A cuento del control antidoping establecido en el fútbol español, en un editorial de EL PAÍS, pocos días antes de comenzar los Juegos de Seúl -ya empiezan a ser conocidos como la olimpiada del doping-, se decía: "Hasta el héroe galo por antonomasia, Astérix, lleva siglos, como nadie ignora, ayudándose de una misteriosa pócima para derrotar semana tras semana a los poderosos romanos". "Es posible que esta frase", admite en su escrito Ezcurra, "tenga sentido tal y como se lee, fuera de contexto; pero el título del editorial era claro: Astérix en el estadio". Y alega: "Astérix nunca tomó de esa misteriosa poción para derrotar a los romanos en el estadio". El defensor de Astérix apela al defensor de los lectores y le remite a los episodios que narra Astérix en los Juegos Olímpicos, editado en 1977.

En su alegato, recuerda Ezcurra que los habituales lectores de las aventuras del astuto e inteligente guerrero Astérix saben que son los romanos los que toman el inilagroso brebaje en una de las pruebas en la que consiguen derrotar al pequeño galo, "que esta vez no la ha toniado". "El resultado", expone el lector que aboga por la ganada fama del imaginario personaje, "es ejemplar: todos los bebedores del excitante son descalificados por los jueces griegos, que declaran vencedor a Astérix, el último en llegar pero el único no depado".

Eduardo San Martín, subdirector de Opinión, considera que "la carta del lector tiene el mérito de recordarnos que ni siquiera los nombres de ficción pueden ser utilizados en vano". "Nada que discutir", añade, "sobre la exactitud de la cita a quien tan experto se muestra en las aventuras de Uderzo y Goscinny, pero para el común de los lectores creo que está claro el sentido de la frase". San Martín concluye: "En cualquier caso, y a la luz del desarrollo posterior del caso Ben Johnson, la carta del lector evoca un curioso y premonitorio precedente".

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Para restituir el buen nombre del aventurero héroe de la Galia -su reputación pudo resultar dañada por aquella frase bajo aquel titular-, ampliemos brevemente lo que sucedió en Astérix en los Juegos Olímpicos. Este capítulo es una lección moral que sirve para juzgar los hechos recientes a que se refiere San Martín.,

La parte principal de la aventura está datada en la ciudad de Olimpia unos 50 años antes de Cristo. La tribu gala que manda el valeroso soberano-Abraracúrcix ha acudido a Grecia para participar en los famosos juegos deportivos. Llevan el propósito de derrotar a sus adversarios los romanos, bajo cuyo dominio está toda la Galia, salvo la indómita aldea que rige Abraracúrcix. Como atletas representantes de la tribu han elegido al pequeño Astérix y a su compañero inseparable, el gigantón Obélix. No dudan de la victoria. "Con la pócima mágica que nos vuelve invencibles, podemos estar seguros de ganar la palma", proclama el régulo del clan poco antes de partir.

En Atenas y en Olimpia, antes del comienzo de los Juegos, se suceden las peripecias. Los encuentros con los componentes del equipo romano son constantes. (En uno de éstos, el fortísimo legionario Tiranosaurius se mofa con fanfarronería del pequeño Astérix. Y le reta: "Parece ser que eres muy fuerte, galo. ¡No me lo creo! ¡Así que demuéstramelo, por Minerva!". Astérix toma un sorbo de la pócima y a renglón seguido dispara un guantazo descomunal que deja inconsciente al inmenso romano.)

Los atletas de César se entregan a toda clase de excesos, convencidos de que no conseguirán ganar porque los galos con la poción mágica son invencibles. A oídos del Juan Antonio Samaranch de aquel tiempo llega la noticia de que los romanos pillan unas borracheras descomunales. Y en una de ellas les sorprende: "¿Creéis que el vino os da fuerzas suplementarias?", pregunta. Los beodos se ríen. Samaranch les advierte: "No olvidéis las leyes olímpicas: ¡está terminantemente prohibido tomar cualquier sustancia capaz de proporcionar fuerzas suplementarias bajo pena de descalificación!". Entonces, el centurión Tulius Borricus, encargado del equipo romano, le chivatea que los galos poseen la pócima milagrosa. "¿Es cierto?", pregunta Samaranch al druida Panorámix. "¡Claro!", responde éste. "Está terminantemente prohibido", sentencia el griego.

La noticia conmociona a los galos. Pero reunidos en asamblea, unánimemente deciden acatar la norma olímpica y renunciar a la pócima. Aunque Obélix no necesita tomarla para desarrollar su descomunal energía -en él son permanentes los efectos de la droga desde que de pequeño cayó dentro de la marmita que contenía el mágico bebedizo-, se determina que no participe. "He aquí lo que haremos", dictamina Abraracúrcix: "Astérix continúa inscrito para participar en los Juegos; Panorámix y Obélix le servirán de entrenadores...¡ Y que los dioses nos ayuden!".

En la carrera de los 20 estadios ganan los espartanos. Tras ellos entran en la meta los romanos. Astérix ha hecho lo que ha podido. "Son fuertes estos espartanos, y los romanos tampoco están mal entrenados", dice jadeando. Sus compatriotas le animan,a participar en la siguiente prueba.

Roma necesita un triunfo como sea. César no se sentiría muy satisfecho si no le llevan una o dos palmas. Y llega el desenlace de la aventura. Los atletas están en la línea de salida para la carrera de los 24 estadios (4.614 metros y 48 centímetros), en la que sólo participa el conjunto romano y Astérix. El juez da la salida. En cabeza marcha veloz el minúsculo galo. De pronto, los de Roma aceleran increíblemente, rebasan a Astérix y ganan. "César estará satisfecho", exclaman. Pero el druida Panorámix alza severo la mano y toma la palabra: "Un momento. ¡Tengo que hacer una reclamación! Acuso a los que han llegado primero de estar bajo los efectos de una poción mágica". El fraude queda al descubierto. Los romanos han robado la pócima gala. "Mirad", dice Panorámix, "puse un colorante en la marmita de la poción mágica. Todos los que han bebido de ella tienen la lengua azul". (Y azulísima pinta Uderzo las lenguas de los dopados.) La prueba antidoping es incontrovertible. Al poco, Samaranch anuncia solemnemente: "¡Todos los concursantes que han tomado poción quedan descalificados! ¡Vencedor, pues: Astérix!". Ésta es en síntesis la historia.

Cuando en Seúl se descubrió que Ben Johnson corrió la prueba de los 100 metros lisos bajo los estímulos de una sustancia prohibida y, consecuentemente, fue descalificado, EL PAÍS publicó un editorial bajo el título El ídolo caído. Era una invitación a reflexionar acerca de dónde comienza la manipulación de los atletas y si ella se reduce a sólo la ingestión de determinadas sustancias. El editorialista decía al final que ya han comenzado a deslizarse comentarios que insinúan que toda la carrera del velocista Johnson ha sido un fraude. "Tal vez lo haya sido", añadía, "pero no más que la de otros cientos de héroes contemporáneos del estadio". Y concluía con esta frase: "Pero no habrá piedad con el vencido".

En este punto hay que regresar a Astérix. Hace 2.000 años, el irreductible guerrero fue más allá de esa piedad que hoy niegan a Ben Johnson. Su aventura en los Juegos Olímpicos se cierra con este diálogo:

Druida Panorámix: "¿Y la palma, Astérix? ¿Qué has hecho con ella?".

Astérix: "No se lo digas a nadie, pero se la cedí a alguien que la necesitaba mucho más que nosotros".

Se la había entregado a su mayor adversario, el legionario Claudius Mulus.

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