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Tribuna:VIAJEROS DE VERANOIRLANDA, MI QUERIDA ROSALEEN / 4
Tribuna
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La isla libre.

El horticultor americano aquel que había visto Barry Lyndon, y enamorado así de una naturaleza de celuloide donde las hortensias son globos gigantes de colores añiles o celestes y el suelo verde como los ojos de Europa, se llegó a Rusborough House, a unas 30 millas al sur de Dublín, para conocer el secreto del césped de esa zona de Wicklow que llaman "el Jardín de Irlanda", es decir, "el jardín del jardín del universo". Tumbado en la delicada superficie, se hacía un pic-nic de salmón fresco y pepinos crudos cuando quiso saber el secreto de la misma. Ya he comentado que era americano. "Pues verá", le dijeron, "primero se siembra la semilla y después se va cortando cada vez que la altura de la misma lo determine. Por supuesto, no cometa el error de regar, para que el suelo no se acostumbre". "Pero eso no es todo...", provocó el hombre, seguro de desconocer aún el elemento primigenio de la fórmula. "Bueno, sí", le contestaron al fin, "luego se dejan pasar vanos siglos".Rysborough House es muestra señera de la construcción que el terrateniente dominador dejó sobre Irlanda. Con una fachada de 210 metros, es la casa de mayor planta longitudinal del país. En casos así se comprueba hasta qué punto el imperio británico ha sabido poner sus plantas. El marco haría, Barry Lyndon de cualquier Quasimodo: los lagos acarician jardines versallescos y las lilas acarician los lagos. Y entre medias, el verde de céspedes y arbustos milenarios todo lo posee.

Irlanda es un territorio verde que quizá no vaya a madurar nunca. Cuando el ciudadano de Dublín cansa sus ojos del pardo rojizo en la monótona estética de las casas georgianas que le acoge, viene a Wicklow a llenarlos de verde. Luego recorre otras cuatro millas para llegarse a Glendalough, el valle de los dos lagos, y circurivala la torre celta tres veces a la pata coja para alcanzar el derecho a formular el deseo que consiente la tradición. Se dice que la gran mayoría aprovecha la oportunidad de demandar a los espíñtus gaélicos su propio trozo de verde. Aquí, Saint Kevin fundó y se refugió en un monasterio, y a fe que es uno de los santos menos tontos que conozco. Perseguido por una joven libidinosa, prefirió deshacerse de ella ahogándola en el estanque antes de renunciar a su logro de verde. Irlanda es verde, y se asegura con propiedad que hay 40 tonalidades verdes en su suelo.

Dublín disfruta asimismo de la gama de tan particular arco iris. El Phoenix Park es uno de los espacios capitalinos abiertos más grandes de Europa, y el celo de los ciudadanos para con él es tal que sólo han permitido construir allí las residencias del presidente de la República, del nuncio de Su Santidad. el Papa de Roma y del excelentísimo embajador de los Estados Unidos de América. Irlancia, a esos tres poderes que ellos representan, les entregaría hasta el culo, es decir, hasta el verée. Y a quienes se lo entrega a ellos le darían la gloria. Así, en Saint Stephen's Green hay un monumento a lord Ardiloun erigido mediante colecta de los mendigos dublinenses porque, cerrado antes para disfrute de las clases altas por deseo de su fundador, sir Arthur Guinness, permitió la entrada a los humildes con la sola condición de que no cortejasen a las chicas, pasearan al perro o ejercitasen la blasfemia. Pero el verde de Irlanda no merece, desde luego, la blasfemia.

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Hace unos años conocí en Athy, condado de Kildare, a Bapti Maher. Dueño del bar y de la funeraria del pueblo, era un hombre que blasfemaba. El local, paupérrimo y descuidado como el amo, mantenía siempre las persianas echadas. Inventor del autoservicio, Bapti permanecía todo el día tumbado en una chaise longue, y los muelles de la misma, como los atributos del personaje, quedaban a la vista. El tipo no estaba dispuesto a hacer el esfuerzo de disimular los desperfectos del mobiliario ni tampoco a subirse la bragueta. No estaba dispuesto a hacer ningún esfuerzo en la vida: los clientes se servían ellos mismos la cerveza o las cajas funerarias que precisasen, y cierta vez que un grupo de gitanos le devolvió una de éstas argumentando su elevado precio, ni siquiera se levantó cuando al cabo de los días olores inequívocos revelaron que el féretro había sido enriquecido con determinado cadáver por cuenta de los gitanos. Asiduo visitante de Irlanda desde que rodara Quiet man, John Wayne era cliente asiduo del local, y sin duda influido por la carga mítica del mayor cowboy de mentira que ha habido en el orbe, Bapti me dijo un día en su hablar blasfemo: "¡Me cago en Dios! ¿Pero no conoces el oeste de Irlanda ... ?".

Al oeste de Irlanda me fui este año porque debía merecer mucho la pena. En fin, si Bapti había hecho el esfuerzo...

Connemara, en la provincia de Connacht, es la región que ocupa la parte occidental del condado de GaIway. Se llega a ella a través de carreteras estrechas que se mueven serpenteando terrenos pantanosos, innumerables lagos y colinas. Serpenteando otro arco iris: el rojo y morado de la fucsia vanidosa, el amarillo de la jara, los grises verdes y morados de la montaña, el rosa de los rododendros, el escarlata del rowan. Hay acebos solitarios, hortensias azules y rosas gigantes. El sonido del pato salvaje llega desde los lagos. Tierra pobre del oeste desde la que sus habitantes siguen buscando tierras más al oeste: las de América, las del exilio, para soñar con las suyas la vida que les resta: "Hay una isla verde en Gougane Barra, / mil fuentes salvajes bajan de ese lago... / Ahí crecen arbustos, sauces, el agua está moviéndose y el árbol la mira como regañándola. / Su zona de colinas oscuras / cuando el temporal manda su rígido rojo de truenos / y el agua se precipita como en una batalla", dice el poema de Callanari, con afán de recordar un paisaje que ya no se vería.

Cuando preguntaron a CrorriweU por el destino que habría de esperar a los irlandeses despropiados de sus tierras del Ulster para nutrir con ellas la ambición de sus mercenarios protestantes, respondió: "Que se vayan al infierno o a Connacht". Hoy, en este infierno artistas y, creadores conviven con el lugareño. Quienes se han poseído de la belleza de la zona no la van a olvidar. El actor Peter O'Toole tiene una casa en Clifden y este año, que le ha retenido Nueva York con una nueva obra de teatro, ha bajado considerablemente el consumo de cerveza Sting pasa también largas temporadas, como Mick Jagger y otros famosos. Al parecer, hablamos dc un lugar donde los famosos sor más anónimos que en ninguna otra parte, pues el orgullo del nati vo es tal que el menos afortunade se considera a sí mismo personaic por el hecho de serlo.

Connemara es tierra de pastos pobres, turba, lagos y de accidentados entrantes en la mar. Laexperiencia de contemplar una tormenta sobre el Atlántico des de las colinas de la zona adquiere caracteres especiales. El agua salina es llevada entonces a las extravagancias más salvajes que sólo acantilados poderosos podrían resistir. Las rocas se adentran profusamente en el líquido y, cuando llega la descarga del cielo, se pueden ver los grandes remolinos de espuma que han tragado flotas enteras de barcos en épocas menos seguras para la navegación. Una nave española de la Armada Invencible se partió en dos frente a la costa, y el hombre que contempló la desgracia y movilizó los equipos de socorro llevó siempre, como sus descendientes, el apodo de El Español Pero eso sucedió hace 400 años, cuando Irlanda era en la metáfora lírica la bella mujer (Rosaleen) seducida por el hombre España que acudía a salvarla de la opresión inglesa: "Hay vino del real Papa / que viene del océano / y cerveza española que te dará esperanza, / mi querida Rosaleen".

Para llegar al último extremo del oeste cogí el barco en Cleg gan, al borde de Rossadilisk, y llegué así a la isla de Boffin (de la Vaca Blanca), que, envuelta en una bruma misteriosa, se la creyó hace siglos sombra que flotaba en la mar. Con referencias anteriores sobre ella, la tenía para mí como la sublimación de la sole dad que había apreciado ya busca frecuentemente el irlandés para establecer su comunión con la naturaleza. En mi viaje por el oeste creo que fue la impresión más certera de cuantas saqué de sus habitantes. Si en las grandes capitales cada ciudadano reclama su espacio particular de jardín para establecer el hábitat fuera de las mismas, los núcleos de población se hacen escasos y las casas buscan entre sí la distancia de una intimidad de la que muchos europeos hemos perdido noción. En The lake isle of Innisfree, el poema más famoso de Yeats, uno de los grandes cantores de la naturaleza, hay algo más que una pista. Sirva el sacrílegio de traducir a Yeats sólo para recuperar la pista: "Me le vantaré y me iré a Innisfree [isla libre] / y una pequeña cabaña construiré de barro; / nueve filas de habas plantaré y una colmena para la abeja,/ y viviré solo en ese claro del bosque con la música de la abeja. / Yo tendré alguna paz ahí porque la paz viene cayendo despacio...".

El día de mi llegada a Boffin era frío y lluvioso y los escasos nativos ociosos se encerraban con cara hosca en el único pub de la isla, con sus manos amarradas, a veces con simultaneidad, a tanques de ron con agua caliente y pintas de guinness negras como la pez. Era un ambiente de Stevenson dulcificado por el hecho de que dos niños de corta edad comían en un rincón sendas porciones de tarta de ruibarbo. Yo me tomé un ron con agua caliente y una porción de tarta de ruibarbo. Luego fui a instalarme en una casa inquietante y solitaria, con las paredes de cristal, que me cedió un surafricano. En la pieza principal de la finca aparecían multitud de telescopios. Orientados al Atlántico, vi esa tarde el más lento y maravilloso twilicht (entre dos luces) que quizá me corresponda ver.

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