Chinos
Un apasionante reportaje publicado ayer en este periódico informa de la tragedia de millones de chinos -cuando uno escribe cualquier cosa sobre chinos puede siempre afirmar sin riesgo, y sin consultar las tres fuentes de rigor, que se trata de millones-, tragedia consistente en que, a estas alturas del partido, aún no saben qué hacer con lo que la naturaleza les puso bajo la parte inferior del pijama.Imaginen el peligro inminente que aguarda a Rusia y Japón, que son países fronterizos. Tarde o temprano pueden sufrir la invasión de procelosos chinos -millones, insisto- en pleno sofoco y faltos de entreno. En cuanto a nosotros, me hago cruces. Ahora que habíamos conjurado el peligro amarillo a fuerza de civilizarlos vendiéndoles chupa-chups y prendas de Adolfo Domínguez, nos encontramos con el problema de que la agresividad política ha sido reemplazada por una comezón sexual masiva que me atrevo a calificar de indescriptible. Al menos, yo no tengo palabras.
Es un dato a tener en cuenta el hecho de que los chinos y chinas más osados pueden pasar por alto la alternativa ruso-japonesa, alegando razones de clima, similitud física o, pura y simplemente, la ancestral enemistad que les ha hecho enredarse en milenarias contiendas. Y también es posible, incluso harto probable, que alentados por las visitas que nuestros próceres les han realizado sucesivamente, vuelvan los ojos hacia nuestro país. Si han llegado a creer que todos los españoles somos altos y rubios como don Juan Carlos y doña Sofía, o morenos y retrecheros como Felipe González y Carmen Romero, vamos de ala.
De las profundidades de las fábricas surgirán masas de obreras enceladas que llegarán nadando hasta nuestras costas; una nube de jóvenes estudiantes ansiosos aterrizará en Barajas, y hasta puede ocurrir que vengan los cuatro osos panda que aún les quedan, que también andan flojísimos en el asunto del tracatraca.
Nunca debimos dar pelas para el Domund. Ahora ya es tarde.
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