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Resistencialismo 88 / y 2

Antes de leer el artículo que José Ángel Valiente me dedicó parcialmente en esta misma sección el pasado 4 de septiembre, sabía de su existencia gracias al propio autor, que me telefoneó para anunciarme, como dijo, su discrepancia respecto al contenido de mi artículo Resistencialismo 88, publicado el 24 de agosto también en esta página. La verdad es que, por lo que hablamos, de primera intención pensé que los tiros iban a ir por otro lado. Que a Valente le preocupaba, per ejemplo, el declive no ya del pensamiento -crítico o no- sino de los pensadores, y no sólo en España, sino en el mundo entero. El hecho es real, aunque tan complejo que difícilmente cabe esbozarlo siquiera en un artículo. ¿Por qué no hay ya pontífices? Por muchas razones. Entre otras, la continua reducción del margen de acción en que se mueve el pensamiento especulativo, que no deja de ceder terreno a los conocimientos científicos, que, por otra parte, nada tienen de infalible ni de inmutable. También hay que considerar la modificación que están experimentando los medios de transmitir el mensaje: actualmente el debate televisivo ha desplazado, en lo que a difusión se refiere, al ensayo escrito, y el filósofo, si quiere hacerse realmente popular, está obligado a aparecer de una forma u otra en la pequeña pantalla. En fin, las razones son muchas, como ya he dicho, sin que ello sea obstáculo para que sigan existiendo pontífices y oficiantes que se atienen en todo al rito antiguo. Una situación, quede claro, que no cabe calificar moralmente, que no es en sí misma ni buena mala: sencillamente es.Una vez terminada mi conversación telefónica, recapitulando, pensé que un segundo motivo de discrepancia, más personal, podía tener su raíz en los enfrentarnientos entre diversas corrientes del PSOE andaluz el pasado invierno, algo que José Ángel Valente parece haber vivido como en carne propia. Mis conocimientos a este respecto novan mucho más allá de lo que he leído en la prensa. Y dificilmente podía impresionarme demasiado lo que había leído, ya que, como cualquier otro lector de prensa, conocía también los enfrentarnientos que en diversas ocasiones se han producido entre las corrientes del Partido Socialista Francés. O la forma en que Margaret Thatcher se desembarazó de los seguidores del ex premier Heath mientras Kinnock hacía lo propio con el ala izquierda del Partido Laborista. O el espectáculo que supone presenciar cómo en el seno de los dos grandes partidos norteamericanos los candidatos se ajustan las cuentas en público para lurgo, no menos públicamente, llegar a un entendimiento. Eso es lo más normal del mundo en todos los países democráticos. Y en los no democráticos también, sólo que entonces, como en Afganistán, la suerte de la facción perdedora puede ser más dramática. Nada, así pues, como para inducirme a discrepar a mi vez por escrito de José Ángel Valente.

Pero los tiros de Valente tampoco han ido del todo por ahí. Más bien, diría yo, a Valente se le ha escapado el objetivo del artículo, el tipo de crítica al Gobierno que yo criticaba. Y, no obstante, lo tenía bien cerca: en la misma página en que aparecía mi artículo, justo debajo, se le ofrecía un excelente ejemplo. Me refiero, claro está, a la carta al director del teniente general Rafael Allendesalazar. Y no porque su autor criticara la denegación del indulto a Jaime Milans del Bosch -el general Gutiérrez Mellado pidió días más tarde, con la mayor corrección, generosidad para con todos los militares implicados en el 23-F-, sino porque después de hacerlo establecía una comparación entre la justicia española y la justicia soviética y el sistema penitenciario cubano. Eloy Gutiérrez Menoyo, cuba no de origen español, podría detallar mejor que yo al teniente general Allendesalazar las diferencias que median entre ambos sistemas penitenciarios. Pero ahora la cuestión no es ésa. La cuestión es saber si ante este tipo de afirmaciones, cuando desde tantos ángulos distintos no se cesa de repetir implícita o explícitamente que los tribunales del país no hacen sino bailar al son que toca el ministro de Justicia, se le puede o no se le puede sacar punta al pasado de Enrique Múgica. Si en mi artículo mencioné su nombre junto al del no menos bisoño ministro Semprún, fue porque el caso de ambos es también el mío, y conozco por experiencia propia la multiplicidad de usos que permite el recurso a semejantes historiales.

Otro ejemplo dle tipo de crítica al que yo me refería, sin salirnos del ámbito militar, pero esta vez tomando un punto de vista contrapuesto, lo hubiera podido encontrar Valente en la polémica promovida en torno al polígono de Anchuras. Es obvio que en un solo minuto mueren en las carreteras españolas más animales -desde mariposas y pájaros hasta zorros y tejones, pasando por perros y gatos- de los que pueden morir en un año en Anchuras. Pero ¿a quién le importan esos animalitos? Lo que de veras importa es que no exista ningún polígono de tiro, y sobre todo tener un motivo para atacar al Gobierno. Sólo que dar un planteamiento ecológico a un problema defensivo es mucho más sencillo y agradecido, ya que ahorra entrar en la dialéctica de la política de bloques, el desarme, etcétera.

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Pero si José Ángel Valente tenía fácil encontrar ejemplos prácticos del tipo de crítica al que yo apuntaba, también lo tengo yo ahora para precisar más aún lo que entiendo por neorresistencialismo: su propio artículo constituye un ejemplo cabal de neorresistencialismo, y a él remito al lector que no se halle en antecedentes. Desconocía la existencia del socialista francés monsieur Mermaz, pero su frase, desprovista de un contexto concreto, me parece una mermez, y no creo que tenga demasiadas posibilidades de seducir con ella a la mayoría de sus compañeros de partido. Valente, por su parte, parece desconocer el término resistencialista, muy en boga a finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta; será que por aquel entonces nos movíamos en círculos distintos, pero yo le sugiero que consulte al respecto con otros amigos comunes, qué sé yo, Castellet, Barral, García Hortelano, Gil de Biedma, Salinas. Que mi artículo no le haya gustado es algo que no puede provocar mi enfado, ya que no estaba pensando precisamente en sus gustos cuando lo escribí. Tampoco me gustó a mí su artículo sobre Juan Gelman y hasta discrepé escribiendo unos versos que no mandé a ninguna parte, ya que hay bromas que pueden acabar enturbiando una antigua amistad.

Lo que sí esperaba, pero no de Valente, dado que nos conocemos bien el uno al otro, era su alusión final a una presunta ansia de condecoraciones y honores por mi parte. Asumí el riesgo con la conciencia tranquila, ya que era poco menos que inevitable que alguien -que no tenía por qué ser Valente- defendiera sus posiciones con ese argumento, aun a sabiendas -todo el mundo lo sabe- que para hacerse con unas cuantas medallas la pataleta suele ser un camino mucho más fructífero y expeditivo que intentar poner las cosas en su sitio, una tarea siempre menos llamativa. Nada más lejos de mi propósito que intentar establecer una relación causa-efecto -sé que no la hay-, pero se da el caso de que durante unos días de estancia en las proximidades de Almería, coincidiendo con la noticia de que a José Ángel Valente le había sido otorgado el Premio Príncipe de Asturias, un premio carente de connotaciones políticas, le fueron otorgadas también -y yo tuve el gusto de asistir a la ceremonia de entrega- la Medalla de Oro de Almería -corporación socialista- y, en compañía de Fosforito, la Medalla de Oro de la Peña Los Tarantos, carente asimismo de significación política. Tres condecoraciones en menos de una semana. A nada conduce proyectar sobre otros determinadas circunstancias personales.

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