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Hulio

Rosa Montero

No lo entiendo: la última vez que Julio Iglesias actuó en España, su llegada fue un glorioso advenimiento, un orgasmo de idolatría general. Ahora, en cambio, el país parece haber decidido que el cantante es un personajillo apaleable, y ahí están, sacudiéndole el ego a todas horas y explicando que su gira actual es un asquito. Apenas si han pasado cinco años y una no alcanza a discernir la causa real de tal mudanza, del éxtasis a la perdición en línea recta.Porque recuerden ustedes la lata que tuvimos que soportar la vez pasada. Santones de la intelectualidad escribiendo sesudos artículos laudatorios sobre el señor Iglesias. Progreso venidos a más descubriendo súbitamente sus ocultos valores melodiosos. Trompeteantes primeras páginas en todos los periódicos, incluyendo éste que tanto me quiere y al que tanto debo. El personal babeando de emoción y explicando por activa y por pasiva que don Julio, Hulio para sus fans ultramarinos, era un artista universal. Y los VIPS arrancándose el moño para conseguir una primera fila en sus conciertos, amén de un Felipe González que le recibió en privado, amorosisimo. El despiporre.

Ahora, en cambio, todos resaltan con delectación malvada que en el recital de Julio sólo estaba Gunilla, que como VIP hay que reconocer que es todo un saldo. Lo que antes era una sublime sobriedad tipo Sinatra, es calificado hoy de sosería. Y si hace cinco años aseguraban que su torrefactada piel le daba un toque sexy y señorial, hoy no hacen más que preguntarle si no teme que le salga un cáncer del solazo. Ya digo, no lo entiendo. Porque si Iglesias tiene alguna virtud, ésta es la de la mismidad. La de estar siempre igual, con su música insustancial y melindrosa. Siempre fue un cantante con tesón y sin enjundia. Él, desde luego, no ha cambiado.

Y, sin embargo, los mismos individuos que le subieron ayer a los altares le han bajado hoy a caponazos. Hay algo peor que la pringosa mitificación de hace cinco años, y es esta volubilidad de criterio tan lamentable.

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