Rodolfo Valentino
A Manill le pusieron fama de feo, pero, según los taurinos, desde sus triunfos en Las Ventas parece Rodolfo Valentino. Quizá, pues, los éxitos hermosean el cutis y pulen el pelo de la dehesa. Aunque tampoco es tan feo: sencillamente, Manili tiene el rostro apiñonado, propio de quien lo expone a las quemazones de los rasos, por cierto, muy juvenil; mirada limpia, cabello recio, frente alzada. También dicen que tartamudea. No exactamente: tartalea, y aún sólo cuando va a abordar algo entrañable, pues arrancado el primer vocablo, se le suelta la sin hueso y ya no hay más trabazón.
Entrañables son, en Manili, quienes le ayudaron: la marquesa de Nervión, los ganaderos Miura y Benavides; su inolvidable madre, de quien habla con arrobo; Cantillana y los cantillaneros, "gente alegre y buena"; las apoteosis en Las Ventas, o el día después, cuando todo Cantillana y la comarca salieron a esperarle a la carretera para festejarle, lo llevaron a hombros, acudieron a la ermita de la Virgen, donde cantaron una salve de acción de gracias y el cura ensalzó desde el púlpito las virtudes del hijo predilecto. Llevó Manili flores a la tumba de su madre, le aclamaron por las calles, entró en casa. Y, al cerrar la puerta -el bullicio, fuera; dentro, solos el padre y los tres hermanos-, ¿qué pasó en esa intimidad? "Pues que lloramos de alegría y hablamos largo". Lo que no había, ni dentro ni fuera, era novia. Manili ríe y dice que las chicas no le quieren, por feo. Pero eso era antes. Ahora es Rodolfo Valentino, y figura, y le puede decir al empresario de la Maestranza que no torea el día 15 en Sevilla, ea.
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