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Carisma

Que se tranquilice Dukakis con lo del carisma. Weber no es la B¡blia. Además, cuando el sociólogo alemán construyó su célebre teoría del líder carismático, no había televisión, la radio apenas se oía, el cine era mudo y aún no estaban inventados los supermercados, los fines de semana, las rebajas, los chalés adosados, los atascos y Benidorm. En los felices veinte, el único gran espectáculo de masas era el carisma de los líderes. Por esa razón, siempre tenían que ser políticos extraordinarios, enemigos mortales de la rutina. Tipos del mismo mármol que los héroes, los profetas y los salvadores.Al pobre Dukakis le están amargando los sondeos positivos con esa manía de exigirle carisma weberiano. Pero Weber, ya digo, no es la Biblia. La Biblia maneja una idea de carisma mucho más elástica y prosaica, de andar por casa en zapatillas. Como muy bien dice San Pablo en carta dirigida a los antepasados de Dukakis, los Corintios (I Cor., 12, 8-10), el Espíritu Santo concede el don carismático a quien le da la real gana, al margen de que el agraciado sea alto o bajo, guapo o feo, chistoso o aburrido. Y aclaró también que no sólo es don para asuntos extraordinarios, como hacer esos célebres milagros bíblicos relacionados con la sanidad, las obras públicas, los transportes o las comunicaciones. También hay carisma casero, de cosas rutinarias, para uso doméstico. Milagros de bricolaje.

Si nuestros comentaristas leyeran menos a Weber y más a San Pablo, no dirían estupideces sobre Dukakis. El Espíritu Santo no es tonto. Por eso le otorgó al corintio el don carismático que exigen estos tiempos electorales: la gracia estadística de lo corriente y moliente. Porque aquellos carismas de los que hablaba Weber ya no funcionan. Ahí están las irremediables crisis carismáticas de Reagan, Jomeini, Castro, Wojtyla y compañía para demostrar que ahora se llevan líderes modelo casa jardín. El tío Mitterrand, mamá Margaret, papá Glasnot, el primo Dukakis, el cuñado Felipe, el hermano Anguita, el sobrinín de AP.

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