Aeropuertos
Sic transit gloria Cueto. En efecto, el señor Juan Cueto, en su columna del 15 de julio, con esa insatisfacción interior digna de cualquier burgués posmoderno que se precie, se queja, con la superficialidad y la osadía de los que reducen el razonamiento y la realidad social a vanos tópicos repetibles sólo en la orfandad del análisis, del funcionamiento de los aeropuertos, ciertamente no modélico pero alejadísimo de ese infierno tipo Dachau que nos presenta el apóstol del Sony y el Apple.Y tiene el desparpajo de librar de ese caos -cuando existe- a las compañías aéreas, imagino que para no encontrar dificultades en sus múltiples desplazamientos por el infierno como un neo-Dante que usa poco otra cosa, seguramente, que no sea el avión.
Señor Cueto, su ignorancia de la cosa aérea es inaceptable en una firma de EL PAÍS al que abonarán, imagino, dietas y salario suficientes como para utifizar intensiva.mente el sistema de transporte aéreo que hiperbóficamente, denigra. Porque no es normal que causas técnicas en los aviones, problemas laborales de controladores, tripulaciones, técnicos o tierra, mal tiempo o causa similar trastomen la cadencia de los vuelos dando lugar a los tremendos retrasos en cadena. Ésa no es la situación cotidiana en los aeropuertos. En absoluto.
Y no digamos nada de las comidas aeroportuarias, que de ser de cuando en cuando insufribles lo serían tan sólo para los trabajadores en sus cantinas, no para los que como el señor Cueto pueden comer si quieren -si saben es otra cosa- en los restaurantes Cibeles o Madroño. Las tiendas, ahora en proceso de reforma, tanto en la terminal nacional como en la internacional, tienen objetos a la venta de primerísimas marcas y precios. Las librerías, sin ser Foyles, Espasa-Calpe o Crisol, poseen suficiente fondo hasta para un apologeta de lo audiovisual. Las señoras -y señor- loteras son cansadas trabajadoras de pies hinchados, hartas de ofrecer su producto a superficiales como el señor Cueto. Los niños deberían estar encadenados a columnas -espero que no la suyapara no molestar al "dejad que se acerquen a mí" señor Cueto. El suplicio megafónico que conozco desde hace 14 años como locutor es el de localizar a gentes que como el señor Cueto no agradecen para nada ese servicio público; afortunadamente, otros sí. La vigilancia, con ser muy variada, no me negará que es necesaria en una concentración humana de estas características -que fuera más eficiente aún es otra cuestión-. Y, en fin, la información no es digital -al menos en Barajas- y mucho menos desalmada. Su alma, muchas veces contrita, consiste en 91.000 pesetas mensuales que permiten escasamente volar entre atroces suplicios a lo Cueto ni tan siquiera en el tren de aterrizaje. Tampoco como justos y lógicos beneficios de convenio del personal de Iberia, por ejemplo.-
locutor informador del aeropuerto de
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